Parte 1 : Nacer Criatura

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Kali Chantsun. Om Kali, Kali ! Om
Kali Kali!
Namostute, namostute, namo!
Namostute, namostute, namo!
Ananda Ma Ananda Ma Kali
Ananda Ma Ananda Ma Kali
Om Kali Ma!
                                                                                                                        (rezo en sánscrito para invocar a la diosa Kali)

Unas semanas antes le comunicaron que llevaba dentro a una criatura jamás antes vista, un ser único con ciertas malformaciones en las orejas y cartílago de más. El día llegó. Dos Iyawos señalaban, desde la altura, el vientre de mi madre. Sus ojos iban cerrándose a causa de sustancias pa´apaciguar su sostenida ansiedad. Una ansiedad propiciada ante su primer piquetazo y por las ganas de ver su creación. La vista se nubla y solo quedan nítidos los colores de las pulseras de aquellas. El subconsciente (amigo eterno) recreaba a negras que reían, santeras que el 7 de abril derrocharon una fuerza ancestral concedida. Aproximadamente doscientos setenta y seis días ahogándome en un río demasiado dulce, dentro de una bolsa de piel y venas. Allí estaba, lleno de líquidos, flotando en miel, atento a la espera, en posición de loto porque soy reencarnación. La cabeza rodeada de abejas de tierra, de las que no pican; escamas que desaparecieron al nacer, branquias que se cerraron para no delatar el secreto. Mamá olía a girasoles recién cortados y cosechados, olor silvestre cual bosque que invadía la sala de operaciones. Una monja vertió agua tibia sobre mi cabeza, retirando los restos de sangre y las partículas de caracoles triturados que cayeron sobre mi pelvis. Tomó un tiempo limpiar el reguero de polvo amarillo que desprendí. Posiblemente el polen de mi madre. Fue primavera y nací ligeramente perfumado, aliento marítimo, manos de caoba, pies descalzos, ojos color fango. Mi cuerpo se construyó con pieles del pasado y huesos que se quiebran ante el arte. Desperté hablando lenguas ancestrales, respondiendo a negras enviadas. Mi mente meditaba en sánscrito y mi voz vomitaba yoruba. Nací con el rosto empapado en temperas, con las manos en la cara escondiendo mis mejillas de futuros apretones. Tenía hambre del mundo, el melao´de la barriga no bastó. Comí colores crudos y quedé daltónico. Reí, conocí el azul Yemayá y guiñé ojos a perfectos desconocidos. Pronuncié      ¨lámpara¨,
descubrí,
abracé
y le metí un mordisco a la
luz.

A mi madre la cocieron con ramas y raíces secas que con el tiempo se pudrieron dentro. Jamás volvió a ver Iyawos. Fui la única criatura que pobló y poblará su vientre. Me pregunto si le quedará alguna abeja o si sus molestias se deben a escarchas que dejé dentro. Aún sudo miel ácida. Tengo poros impermeables, inmunes a picaduras. No he visto a las negras, pero sueño con batás y campanas, herencias del pasado y caracoles del futuro que se enredan en mis pies. Sueño con cabezas en el suelo que simulan colmenas y con güijes que siembran girasoles a la orilla del río. Está por descifrar si soy duende, pez o brujo, pero cuando paso mis manos por detrás de las orejas sigo soltando polvo y cuando toco el lateral de mi cuello siento la textura de la cicatriz. Mi abuelo quería que naciese en casa, dentro de una palangana casera. Posiblemente las negras se hubiesen asomado.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2020 ⏰

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