Cap. 29: Cayendo en un hechizo

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De lo único de lo que me sentía medianamente consciente era de que me estaba robando el aliento

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De lo único de lo que me sentía medianamente consciente era de que me estaba robando el aliento.

Los labios de Lop sabían a fruta, a naranja, licor, hierba buena y tal vez a las frituras que trajeron a la fiesta; pero me estaban conquistando y haciendo suspirar como si hubiera caído en un fuerte hechizo.

¿Cómo llegamos a esto? No tengo idea y ya no le estaba dando vueltas. Rodeaba mi cuerpo con sus piernas, recostando su centro sobre mi regazo; yo no traía camisa, así que sus manos subieron de mi pecho y me atraparon del cuello y el cabello, atrayéndome sin piedad hacia ella mientras que yo la abrazaba por la cintura.

Cuando quise darme cuenta, el ritmo de nuestras respiraciones se hizo un desastre. Lop bajó un poco la intensidad, pero ni aun así me soltaba; todo lo contrario, me hizo suspirar de nuevo a base de una tortuosa lentitud.

—Lop... —Sé que la llamé, pero no estaba ni de cerca pensando ya.

De pronto sus movimientos se hicieron más suaves y mucho más profundos; aflojó su agarre en mi cabello y suspiró en mi boca. No quiero describir que tanto me afectó eso, pero estaba seguro de que algo me estaba molestando mucho abajo.

Solo sé que entonces mi cabeza había dejado de funcionar y mi cuerpo empezó a moverse solo. Una de mis manos subió sobre su espalda, había algo sobre ella y recordé que traía puesto el traje de baño; no me sentía capaz de ir más allá, pero un gemido salió de su boca y lo siguiente que supe fue que mis dedos se metieron por abajó del elástico, atrayéndola hasta que sintiera su pecho contra el mío y creara fricción abajo.

Sonreí cuando sentí que aquello le dio un escalofrío...

—Tengo calor... —confesó, haciéndome sonrojar.

—Yo también... —admití algo avergonzado—. No te muevas tanto, por favor...

—Hay algo raro abajo...

—Me imagino que puede ser y me disculpo por eso...

—Félix, yo... —Su voz estaba irreconocible—. ¿Qué estamos haciendo?

—No lo sé, pero...

"Que me encantas es poco...". No había abierto mis ojos, pero podía sentir como nos habíamos separado apenas unos centímetros y su respiración reposaba sobre mi boca. El ruido de su garganta tragando saliva se volvió la mía y amenazó con volverme a hacer perder el sentido común.

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