❥ CAPÍTULO 1: DE VUELTA A LAS CALLES

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Sans recibió otro golpe, ocasionado por un costoso zapato de tacón, el azote en su cráneo fue tan fuerte que terminó de cara en el suelo, la grieta que tenía en la cabeza se abrió un poco y fresca sangre empezó a salir de allí. Tras unos segundos de tensión se sintió libre de otra amenaza de golpe, sabía que su dueña, quien le estaba castigando, se mostró disgustada y confundida («¿Cómo diantres un esqueleto puede sangrar?») y eso fue lo suficiente como para frenar un poco su ira.

La situación era bastante... incómoda, no iba a mentir. Se supone que debía llevarle un té caliente a la señora Amelia, sin embargo trastabilló y el té se derramó sobre uno de sus costosos vestidos, eso fue lo suficiente como para terminar de manos y rodillas en el suelo, recibiendo innumerables golpes por casi todo su cuerpo. Esta vez, Amelia, se encontraba relativamente calmada, pues salvo por reabrirle la grieta, no le había quebrado ninguna costilla, o dislocado el hombro o cualquier otra cosa de ese estilo.

—Mírame, pequeño pedazo de mierda —gruñó Amelia con voz ronca. Sans le obedeció, sintiendo una enorme repulsión en su pecho, que fue silenciada por una leve descarga eléctrica producida por el collar en su cuello. No, no podía darse el lujo de desobedecer, debía ser un buen chico o las cosas irían peor.

El esqueleto no rompió el contacto visual con su dueña, pero sintió repentinas náuseas causadas por el horror de haber visto a Papyrus por el rabillo del ojo, presenciando todo aquello asustado, bajo el marco de la puerta de la cocina. «Calma, calma, Sansy...» pensó Sans para sí mismo «sólo tienes que decirle a Papyrus que la cagaste muy feo, lo suficiente como para merecerte lo que te está ocurriendo y luego más nunca hablar del tema».

Pero era más fácil pensarlo que hacerlo.

Amelia lanzó un escupitajo que aterrizó debajo de la grieta en su cráneo, mesclándose con la sangre que goteaba silenciosamente en el suelo, la visión del esqueleto estaba ligeramente obstaculizada por aquel líquido rojo, no obstante, no podía romper el contacto visual con su dueña, por mucho que quisiera escupirle de vuelta, por mucho que sus huesos temblasen de ira, por mucho que quisiera tomar aquel maldito zapato de tacón con el que le golpeó y estrellárselo en los ojos.

Amelia lanzó un escupitajo que aterrizó debajo de la grieta en su cráneo, mesclándose con la sangre que goteaba silenciosamente en el suelo, la visión del esqueleto estaba ligeramente obstaculizada por aquel líquido rojo, no obstante, no podía rom...

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Pero mientras toda esa ira florecía dentro de Sans, hacía esfuerzos impresionantes por mantener una mirada vacía, que no demostrase su debilidad. Amelia chasqueó la lengua, si Sans se comportaba no tenía más motivos para castigarlo, además, estaba claro que ya había comprendido el mensaje. Se dio la vuelta para empezar a perderse de la vista del monstruo—. Quiero que limpies el desastre que hiciste con el té, y no sé como ni cuanto te tome, pero le sacas también la mancha al vestido. Lo dejaré en la recámara.

—Sí, mi señora... —contestó Sans de forma sumisa.

—Bien.

La mujer desapareció tras unos segundos, apenas cruzó en una esquina Sans empezó a limpiarse con el antebrazo su rostro, asqueado, humillado, la sangre era lo de menos, la sensación de la tibia saliva de esa furcia en su rostro era algo que no se iba a poder borrar pronto.

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