Caladas de remordimientos

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El Sheriff Harris escribió rápidamente un texto anunciando que llegaría tarde a casa esa noche.

Lo hizo mientras enjuagaba sus ojos y de mala gana volvía a tomar los papeles que le había dado la enfermera de turno, entonces volvería a leer desde un inicio.

Leyó nuevamente las lesiones. Una contusión, un tobillo roto, el brazo izquierdo roto, una nariz fracturada y un labio que necesitó 20 puntos de sutura. El atacado respondía al nombre de William Stacy, de 16 años. Detuvo la mirada en el apellido, inhalo y solo limpio el sudor de su frente.

¿Y la madre del niño?

Preguntó a la enfermera que recién salía del cuarto del joven paciente.

No la hemos llamado, el señor Robert me dijo que le dejara todo a usted.

De su boca salió un chasquido de irritación y saco el celular para marcar a la cafetería de Pagilstow "¡Donde están las mejores chuletas!".

Hola Lily.

Carraspeo un poco antes de poder continuar.

Es Harris, te llamo porque... veras tu hijo...

¿Willy?, ¿Paso algo? – su voz suave seguía tranquila. – ¿Es otra llamada falsa?, hablare con el cando llegue y...

Estamos en el hospital Lily.

Hubo un silencio frío.

¿Dónde está Robert? – Se escuchaba preocupada.

Casi podía imaginársela, con la cara larga y absorbida por el cansancio, la piel grisácea y los labios pintados de un rojo intenso. De pie junto al teléfono de la cafetería, con el uniforme bien planchado, las uñas descoloridas y mordiendo su labio inferior con miedo. Pero no era el miedo que el hubiese deseado intuir.

No era un temor por el estado de salud de su hijo, era el pánico que le causaba que Robert le hubiese matado y por ende tendría que ir a la cárcel y entonces la razón de todo su existir se iría volando, ¿Quién sino le llenaría la cavidad vaginal por las noches?, ¡Oh pobre Lily Stacy!, sola y sin ningún hombre a su lado.

No lo sé aún. Pero concéntrate Lily, el chico se ve muy mal. Necesito que vengas.

N-no puedo irme p-podrían despedirme y... y además no he sido yo, busca a Robert. ¿Qué tan mal esta?, ¿Puedes llevarlo a casa?, puedo llevarle medicinas para cuando salga.

Harris echo un rápido vistazo hacia dentro del cuarto tenue mente iluminado donde la figura yacía acostada frágil y adolorida.

Ya, veré que puedo hacer.

Ella dio las gracias y el quito el cigarro de su oreja y lo sujeto con los labios. Salió a la entrada principal donde dio un par de caladas, cada uno parecía llevarle a pequeños pedazos del pasado.

El y Robert eran muy buenos amigos de a lo que llamaban "Tiempos de guerra", cuando crecieron en vecindarios vecinos y se ayudaban mutuamente a tener trabajos pequeños, Robert era hijo de un Mecánico de mano dura y el mismo Harris era criado por sus abuelos. La Abuela, solo hacia trabajos de costura por lo que desde niño busco como ayudar en el sustento de la casa.

Pero había algo que tenían más en común Joseph Harris y Robert Stacy. Figuras paternas violentas. El abuelo, Mitch Harris, era un ex Militar al que muy de vez en cuando se le iban los tornillos y le propinaba palizas innecesarias. Mientras, Robert tenía a su padre, Oscar, un hombre sin paciencia y carente de limitaciones a la hora de hacer correctivos, los castigos parecían llenarle de una energía que le hacia sentir lo que no fue durante su propia infancia, dueño de sus acciones y con voluntad propia. Por lo que Oscar vivía sometiendo a su mujer hasta que esta decidió marcharse dejándole atrás junto a sus 3 hijos, dos mayores que pudieron huir a tiempo, pero el pequeño Robert tenía en aquel entonces 8 años, y este no pudo escapar hasta que el mismo Oscar había muerto físicamente de un infarto cuando el chico tenía 19, pero Harris comprendería que no había muerto del todo. Una gran parte de él vivía ahora dentro de Robert, y se hizo mas evidente cuando contrajo nupcias con la enfermiza Lily Ruth, y luego llego el pequeño William.

Una Dionaea apodada PaulWhere stories live. Discover now