Prefacio

10 2 0
                                    

Sufrir el asesinato de alguien cercano era lo único que le faltaba por vivir. Lo que nunca hubiera esperado es que fuese ella la única persona con los conocimientos necesarios para resolver por qué se había producido tal crimen. Y a su vez, evitar si cabe, un conflicto internacional que probablemente hubiera desencadenado la Tercera Guerra Mundial.

La vida de Patricia Anderson no fue fácil desde que sus padres se separaron siendo ella muy jovencita. Sin embargo, después de obtener el grado de Doctora en Física, su vida dio un giro inesperado y cada día se encontraba con una nueva aventura.

Su padre, de nacionalidad inglesa y miembro de una familia adinerada de Londres, había aterrizado en España con dieciocho años por motivos académicos. La ciudad que eligió para realizar su estancia fue Valencia. Una ciudad llena de luz y color en medio de la costa este de la piel de toro. Pero, el periodo que residió en la capital levantina no lo invirtió precisamente en sus estudios. Más bien, el tiempo de clases y estudio lo pasaba durmiendo para recuperarse de las fiestas a las que asistía noche sí y noche también. En una de sus habituales y conocidas farras, donde los estudiantes bebían hasta no recordar sus propios nombres, el inglés conoció a una adolescente que se le antojó beneficiarse. Esa noche no llegó a pasar nada entre ellos, y puede que, por ese motivo, al día siguiente contactase con ella. La chica pertenecía a una humilde familia obrera y al "señorito", usando sus elegantes artimañas británicas, no le costó mucho conseguir que aceptara una invitación para cenar. Desde aquel momento empezaron a verse con más frecuencia y al cabo de dos semanas asumieron que mantenían una relación sentimental. O eso parecía al principio. De esta manera, solo compartían momentos de fiesta, discotecas y salidas con amigos; para luego acabar en cualquier rincón fornicando sin que los sentimientos arruinaran el momento. Durante una de sus sesiones sexuales se dejaron llevar por la excitación y cometieron el error de no tomar precauciones. El resultado fue un embarazo no deseado y nueve meses después, nació una niña preciosa a la que llamaron Patricia.

El nacimiento pareció estabilizar la relación y las sesiones de fiesta menguaron poco a poco. La familia del inglés se opuso con fervor a esa relación, pero ante todo pronóstico, la pareja decidió contraer matrimonio. Consiguieron un piso de alquiler situado cerca de los padres de la madre de Patricia. La situación parecía que iba a prosperar, pero de la noche a la mañana la relación empezó a ser insostenible. El inglés no aguantó mucho la apacible vida conyugal y sus ansias de alcohol, drogas y noches en vela, pudieron con el amor de su familia. Las llegadas a casa borracho, en plena madrugada, se convirtieron en habituales y, entre paliza y paliza, el vínculo que se había creado con la valenciana se fue deteriorando. Dejó de ser padre desde el momento en que situó a su hija en un segundo plano y decidió hacerle la vida imposible a su esposa a cambio de una vida sin preocupaciones ni responsabilidades. Los deberes de padre le resultaban demasiado restrictivos para la vida de juergas y desenfreno a la que estaba acostumbrado. Los sucesivos siguientes fueron un verdadero infierno para la madre de Patricia, y para ella también. Cada paliza que la madre de Patricia recibía le hacía más fuerte, pero por el contrario, la infancia de la niña se desvanecía golpe a golpe. A cambio, Patricia maduró tan rápido que fue capaz de diferenciar entre el bien y el mal con tan solo seis años. Finalmente, después de ese periodo de terrorífico matrimonio, el británico decidió volver a su país, presionado por su familia. El desarrollo del divorcio no siguió una vía amistosa ni pacífica, y mientras la madre de Patricia luchaba por la custodia de su hija, los abuelos maternos cuidaban de ella. Los meses posteriores a la partida del inglés transcurrieron entre demandas y denuncias, juicios, pruebas de violencia de género y testimonios ahogados en alcohol. El juez dictaminó que la custodia de la niña sería competencia de la madre, pero el padre quedó exento de toda carga paterna por un picapleitos pagado por el padre del británico, que demostró que su cliente había sido desheredado de la fortuna familiar y, en consecuencia, era insolvente.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jan 07, 2020 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Espacio OscuroWhere stories live. Discover now