Agua de lluvia

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— ¡Estefanía! ¡Aquí está Joaquín! —gritó mi madre desde la planta baja.

— ¡Ya bajo! ¡Espera un segundo Joako!

Bajé las escaleras con calma, tratando de no pensar mucho en un eventual y probable terrible desenlace y manteniéndome optimista a los buenos y escasos pensamientos que aún quedaban en mí.

Quizás las personas no apreciaban lo suficiente los ojos marrones, subestimaban un color que para muchos era común y corriente, pero, para mí lo eran todo. Sus ojos eran especiales para mí, y tenía tanto miedo de que esas iris no me miraran de las misma manera, y con los mismos sentimientos, que los míos miraban los suyos.

Cuando llegué a la planta baja lo vi. Estaba de pie, recostado en el mesón de la cocina de una forma despreocupada que tanto lo caracterizaba. Esa era una de las particularidades que más nos diferenciaban. Yo era una innata aguafiestas de las ideas locas y descabelladas, que con solo nombrar algo que se salía de los parámetros y reglas de lo que estaba "bien o mal". Pero, Joaquín siempre fue el que— de alguna u otra manera— lograba sacarme del margen que marcaba el espacio que había en mi vida en cuando a decisiones y acciones se trataba.

Para mí, el querer hacer lo que estaba en mis planes hoy, estaba totalmente fuera de mi margen, pero era tan decidida que, con solo haberlo planeado para este día frío de febrero, lo haría cumplir de cualquier forma, porque cuando tomaba una decisión era, sin lugar a dudas, el movimiento final y definitivo de mi partida de ajedrez.

Que en esta ocasión fuera Joaquín el causante de mi absurda e irracional determinación de llevar a cabo un acto de valor —y poca sensata acción— era enteramente común en el historial de hechos y resoluciones que había tomado en mi vida. Era tan frecuente y usual que, en todas las anécdotas divertidas que podía relatar a las personas, eran todas a su lado.

—Joaquín, ya estoy lista— volteó a mirarme con esos ojos que tanto amaba... que difícil va a ser esto. —, vámonos.

—Adiós señora Miriam, saludos a Andrés y al señor Carlos. — se despidió él mientras salíamos por la reja de mi casa.

El frio aire me rozó la cara en cuanto salimos a la calle de la urbanización en la que vivía. Este era el día crucial que definiría el rumbo que tomaría nuestra relación a partir de aquí. Estaba realmente asustada, pero no me iba a echar para atrás, era ahora o nunca.

—Oye Nina, ¿está todo bien? —así me decía desde siempre, no recuerdo la primera vez que nos vimos, somos amigos desde muy pequeños, y siempre ha estado a mi lado en todo momento, era muy natural y cómodo estar junto a él y hablar de cualquier cosa, o simplemente no hablar y hacernos compañía en un silencio sepulcral. Creo que no había diferencia en si hablábamos o no, estar uno junto al otro era suficiente para nosotros. —me dejaste algo preocupado con tu mensaje.

—No es nada Joako, solo quería hablar contigo. ¿Qué tal si vamos a nuestro parque? —le dije con una sonrisa de lado, estaba muy nerviosa y él lo sabía.

—Ya que sé que no me dirás nada de lo que te tiene tan preocupada hasta que estemos en algún lugar tranquilo...—paró su andar, haciéndome voltear y mirar hacia donde estaba parado, en mitad de la calle. Algo confundida me acerqué a él y lo miré desconcertada, esperando que terminara la oración. — te propongo algo.

Aquí vamos. Esto era usual en Joaquín; proponer hacer algo que no estuviera en mis planes e inesperadamente—muy esperado en realidad— cambiar la programación de mis planes y objetivos que, aunque siempre llegábamos a realizar lo planeado, nos terminábamos desviando un poco, y cada vez que lo hacía me sacaba un gran sonrisa, y esta vez no fue la excepción.

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