Al pasar el tiempo, fui haciéndome cada vez más apuesto. Tenía el pelo fino, brillante y suave, y en medio de la frente lucía una estrella blanca. Ciertamente yo me creía muy lindo y mi amo afirmaba que no pensaba venderme hasta que tuviera cuatro años, pues, como decía él, ni los niños ni los portillos deben trabajar hasta haberse desarrollado por completo.
Cuando cumplí cuatro años vino a verme un amigo de mi amo, el señor Gordon. Me examinó los ojos, la boca y las patas. Me hizo caminar, trotar y galopar frente a él. Creo que le gusté porque dijo:
—Cuando esté bien adiestrado será un caballo magnífico.
Mi amo le respondió que él mismo se encargaría de domarme, pues no quería que me lastimaran o me dejasen asustado. En efecto, al día siguiente comenzó a adiestrarme. El asunto consiste en enseñarle al caballo a usar la montura y los demás aperos, aceptar que lo monte un hombre, una mujer o un niño, sin inquietarse, y llevar a su jinete por donde él quiera.
Hay caballos que son muy rebeldes, y oponen mucha resistencia a aprender esas cosas. En tales casos, el hombre los obliga a obedecer finalmente. Por eso, se habla de domadura y no, simplemente, de adiestramiento del caballo. Uno debe acostumbrarse a usar cabezada, cincha y arnés, y a estarse quieto mientras se los ponen. Después, dejar que lo aten a un coche y caminar o trotar lenta o rápidamente, según lo desee el cochero. No debe espantarse por lo que vea ni hablar con otros caballos, ni morder ni cocear ni hacer nada sino obedecer las órdenes que le den, aunque esté cansado o hambriento. Como pueden ver, el adiestramiento es de suma importancia.
Me acostumbré al cabestro y al freno, y a ser conducido suavemente por el campo y los caminos. Para ello mi amo trajo un día la ración habitual de avena y, después de muchas caricias, me introdujo el freno en la boca, sujetando las riendas. Fue extremadamente desagradable. No pueden imaginarse ni remotamente lo angustioso que es el freno, las primeras veces. Piensen que es una palanca de acero frío y duro, del grosor de un dedo, que se lo colocan a uno en la boca entre los dientes y la lengua, con los extremos que sobresalen en las comisuras de los labios y sujeto por unas correas que pasan por encima de la cabeza y bajo la garganta, al rededor de la nariz, y debajo de la barbilla, de modo que por nada del mundo se puede uno librar de esa cosa, que, a cada tirón de la brida o las riendas le apreta a uno la boca que parece que la cabeza fuese a estallar. Realmente es algo muy feo; por lo menos, tal es mi opinión. Sin embargo, me reconfortaba recordar que mi madre y todos los caballos grandes lo usaban, y ninguno veíase mortificado por eso. Gracias a los sabrosos puñados de avena, las caricias y las amables palabras de mi amo, yo también me acostumbré a usar el freno y la brida.
Luego le tocó el turno a la montura, que es mucho menos desagradable. El amo lo colocó suavemente en mi lomo, mientras el viejo Daniel, su ayudante, me sostenía la cabeza. Después me ajustaron las cinchas, sin interrumpir las caricias y hablándome constantemente. Me dieron otro poco de avena y me hicieron dar un grato paseo por el césped. La operación se repitió varios días, y pronto comencé a desear la avena y la montura. Finalmente, una mañana mi amo cabalgó conmigo durante un rato por la pradera, sobre la hierba suave. Al principio me sentí extraño, pero no cabía orgullo por ser yo quien llevaba al amo. Pronto me acostumbré también.
Otra experiencia nueva fue cuando me colocaron las herraduras. El amo me llevó al taller del herrero y se quedó conmigo para verificar que no me asustara. El herrero levantó mis patas una por una y cortó una parte de los cascos, alisándolos. No me dolió, ya que el casco es solamente una uña muy gruesa. Quedé en tres patas mientras realizaba su trabajo. Luego tomó un trozo de hierro, le dio la forma de mis cascos, lo golpeó con un martillo e introdujo algunos clavos a fin de que la herradura quedara firme.
Sentí que mis patas parecían más rígidas y pesadas, pero con el tiempo me acostumbré. Imagino que a los humanos les ocurrirá lo mismo cuando usan zapatos por primera vez.
Cuando me habitué a esas novedades, el amo continuó mi entrenamiento. Muchas cosas nuevas tuve que aprender. Me puso una collera alrededor del pescuezo y una cabezada con grandes aletas a los costados que llaman anteojeras, con las que no podía ver nada a mi alrededor, salvo lo que tenía enfrente de mí. Más tarde me enteré de que esas anteojeras sirven para que uno no vea cosas que pueden asustarle.
Durante un par de semanas me enviaron a una granja vecina, con un potrero que lindaba con una vía férrea y donde había ovejas y vacas. Jamás olvidaré el primer tren que vi pasar. Estaba yo comiendo tranquilamente cerca de los vallados, cuando escuché un ruido extraño a lo lejos. Antes de darme cuenta de qué se trataba, pasó veloz frente a mí, con tremendo estrépito, un tren largo y negro, que me cortó el aliento. Me alejé a todo galope hacia el extremo más lejano y ahí me quedé resoplando de temor y asombro. Durante el resto del día pasaron otros trenes, y algunos lanzaban un horrendo grito. Me pareció que era algo espantoso, pero las vacas seguían comiendo tranquilamente y apenas si levantaban la cabeza cuando pasaba esa cosa humeante y rugidora.
Al principio no podía comer en paz, pero como me di cuenta de que esa criatura terrible nunca entraba al campo o podía hacerme daño, comencé a no prestarle atención y pronto me preocupé tan poco del tren como las vacas y las ovejas que estaban conmigo.
El patrón solía ponerme en pareja con mi madre, enganchados ambos a un liviano coche de paseo, pues ella era segura y de carácter tranquilo y podía enseñarme mejor que un caballo extraño.
—Existen muchas clases de seres humanos —decía mi madre ; los hay buenos y comprensivos como nuestro amo. Pero otros son malos y crueles, o vanidosos, ignorantes y descuidados. Estos últimos arruinan más caballos que los demás, aunque no lo hacen deliberadamente. Ojalá caigas tú en buenas manos, si bien nunca se sabe quién será el que nos compre. Para nosotros es esta una cuestión de azar. Con todo, procede siempre de la mejor manera y procura mantener limpio tu nombre.

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Azabache [Anna Sewell]
Science-FictionAdvertencia: Este libro no fue creado por mi, sino que es una transcripción del libro "Azabache" creado por Anna Sewell, quien narra la historia de un hermoso caballo quien, al inicio de la historia, le llaman Azabache, y ésta se ambienta en Inglate...