Capítulo III

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Han pasado tres días desde que recibimos a Jeongguk en la editorial. Comenzaba a conocerle, por lo menos el lado que nos mostraba de él.

Jeongguk solía tener cierto efecto raro sobre el mundo. Sus palabras parecían atraer la desgracia. O bien veía venir las adversidades a lo lejos y con tanta claridad que de pronto apenas hablaba, el mundo se volvió un lugar más agreste, como una planta casera a la que le brotarán espinas venenosas de la noche a la mañana, con tan sólo mencionar esa remota, risible posibilidad.

A algunos parecía no agradarle ese tipo de pensamientos pesimistas (además, tosía todo el tiempo y descolocaba a muchos cuando hablaban), tampoco me terminaba de cerrar mucho a mí, pero después de todo yo no era quien para poder decirle cómo tenía que ser. El brillante, optimista y alegre era Hoseok, con eso es suficiente.

Algo que sí me ha dado mucha curiosidad sobre el pálido son sus dibujos. He tenido la oportunidad de ver algunos de ellos, rápido o con detenimiento (ya que a veces lo deja abierto por equivocación mientras va al baño o a otro lugar).

Son algo... desanimados, pero sin ser apagados. Podía verse el sentimiento de desgracia plasmado ahí, tan fresco que no sabía si eso era negativo o positivo.

¿Qué tan roto debe de estar alguien para crear esas imágenes?

Ahora no puedo pensar con claridad una, pues todas han tenido impacto en mí. Sin embargo, en todas y cada una de ellas reinan el fuego y las cenizas. Me gustaría decir que no me importa y seguir de largo por mi camino, sólo me faltaba un capítulo por corregir y me libraría de La gracia de llamarse Jackson, pero no podía ignorar aquellos dibujos. No mientras seguía analizando a Jeongguk.

Es que... ese chico jamás sonreía. Él podía formar una mueca amable, pero no era sincero. Cada vez que le miraba, esperaba tontamente a que ese chico se le ocurriera reír por una vez ante mis ojos, no obstante eso nunca llegaba. Y dudaba que llegara pronto.

No fue hasta un día a la salida cuando me animé a acercarme un poco más. Le seguí hasta el balcón de la pequeña cafetería para empleados, donde en ese momento no se encontraba nadie. Iba a hablarle con claridad y preguntarle un par de cosas sobre él.

Tenía la duda a flor de piel.

Eso tenía planeado hacer, hasta que lo vi ahí, parado y solo. Sus delgados dedos mantenían firme un cigarrillo, su boca exhalaba humo. Su mirada estaba fija en el cielo, buscando las estrellas que debían estar allá lejos, sobre su cabeza, en busca de un tiempo ajeno, conciliador, eterno.

-¿No ibas a comer?

Tal vez inconscientemente esperaba que diera un atisbo de sorpresa ante mi repentina voz, pero ni eso.

-No tengo hambre.

-¿Sabes que aquí está prohibido fumar?

-Lo sé, y por eso tenía las puertas cerradas -giró detrás de sí-. Veo que las has dejado abiertas de par en par.

Me sonrojo ante la acusación, y entonces las cierro. Me acerco hasta donde él estaba recargado. Mis brazos reposaron en el barandal.

-¿Desde hace cuánto fumas?

Era mi oportunidad de saber algo, tan sólo algo...

-¿Por qué lo preguntas?

-Bueno... Si fumas mucho, podrías contraer algún tipo de cáncer y eso sería muy malo para tu salud -digo con rapidez. Nervios, no ahora, por favor.

-Gracias por tu preocupación -no estoy preocupado, claro que no. Oh bueno... No lo sé, no me interesa ahora mismo-, pero ya es tarde para eso.

-¿Qué...?

Entre letras y humo ❅ ⁽ᵏˑᵛ⁾Where stories live. Discover now