Capítulo 3

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A nuestra derecha, a unos metros más allá, hay una familia viviendo en otra cabaña. Esa cabaña es mucho más pequeña, y a la izquierda hay otra, pero no hay nadie viviendo todavía. Es julio y la gente suele alquilarlas en agosto, por eso hemos venido este mes, porque ya estaban todas pilladas.

Estos nuevos vecinos parecen silenciosos, me gusta. Al final tampoco va a resultar ser tan mala la idea de habernos ido un mes aquí. Creo que aquí me podré concentrar. Espero.

Sacamos las maletas del coche y las llevamos dentro. Mis hermanos son los primeros en entrar. Chillan, como unos niños pequeños que son, por el eco que hace la cabaña y yo solo me dedico a observar lo limpia que está por dentro. Pensaba que habría miles de telarañas y mucho polvo, pero ni una mota. Tiene muebles de esos viejos y gastados y una chimenea (apagada) que hay debajo de la televisión. Estos sitios con las cosas tan de campo, tan de hace años y que se nota que están usadas, me encantan. Si fuera pintora, me pasaría todo el mes cambiándome de esquina para pintarlo todo. Pero no es el caso.

La cocina tiene una isla de madera, en medio, rodeada de taburetes de madera altos. Es muy grande y está conectada al comedor, donde hay dos sillones a los laterales del gran sofá. Y en una de las esquinas hay una silla mecedora como las que hay en el porche con una mesilla de noche y una lámpara. Ya sé dónde voy a quedarme leyendo el libro que me he traído, si no hacen mucho ruido mis hermanos, claro.  Uno de los baños está al lado de la puerta trasera de la cabaña. Tiene una mosquitera y después la puerta de madera que chirria cada vez que la abres o simplemente la rozas. En la zona de atrás hay otro porche más estrecho y un desvío que conduce a un camino para ir a las otras cabañas o simplemente ir al lago que ahí a unos kilómetros más allá. Subiendo las escaleras, que crujen cuando las pisas, hay un pasillo estrecho y largo, que lleva a los dormitorios. Uno está nada más girar, a la derecha, los otros dos están a lo largo del pasillo entre cuadros y el último está al final, alejado de todos los demás. La última puerta que parece ser eterna para llegar hasta ella va a ser mi nuevo cuarto. Doy las gracias a quien creó esta cabaña con los picaportes redondos. Los días que peor me levanto son los días que mi manga se engancha en ellos y a la media hora me salé un moratón. No entiendo porque justo los días que estamos cabreados es cuando se nos engancha.

Abro la puerta de mi nueva oficina y nada más entrar veo una cama de matrimonio con un cabecero de estos antiguos de madera, unas sábanas finas tapan el cochón y unas cortinas blancas ocultan las pedazo de vistas que da la mini ventana al final. Dejo la maleta al lado del baúl que hay a los pies de la cama y me tiro encima de ella. Encima, es de estos colchones que no te quedas clavada cuando te sientas, porque los odio. Es de estos que rebotan y puedes moverte de cualquier forma que no se te va a amueblar a tu cuerpo. Me acerco a la ventana y me siento en el mini hueco que hay. Otro sitio donde leer si me molestan mis hermanos. Aparto las cortinas translucidas y desde aquí arriba puedo ver el pantano, aunque me tapen todos los árboles que hay en medio.

Este cuarto parece ser que lo hicieron insonoro porque no escucho nada de nada aquí dentro. Bueno, a mi madre gritando desde abajo sí.

Miro si hay algún interruptor donde cargar el ordenador y lo enchufo. Miro si también hay uno cerca de la cama, que es lo único que le falta a este sitio para ser perfecto, y sí, ahí está. No puede ser mejor este sitio. Como me arrepiento ahora de haber dicho que no quería venir. No me quiero ni imaginar si no llego a comerme todo el plato de macarrones en diez minutos y se me hubiera escapado la mala idea de quedarme yo sola en casa durante el mes. Sé que no me hubiera dejado, pero ahí lo dejo.

Vuelvo a escuchar a mi madre gritar. Pongo los ojos en blanco y bajo las escaleras para saber qué es lo que quiere.

-Vamos a ir a investigar un poco todo esto ¿os venís? – ya está diciendo mi madre de irnos a dar una vuelta a inspeccionar el territorio, poco a tardado.

No creo (creía) en el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora