El encuentro.

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Corrí tanto, que sentía que los pulmones se me saldrían de las costillas y por el pecho del miedo, y la adrenalina, que sentía en aquel preciso instante. Los jardines de mi ya conocido hogar me resultaban inmensos, y la hierba, espesa y crecida de los rincones a los que nadie se atrevía a ir, se enredaba en mis tobillos de lo olvidadas que estaban esas ramas. ¿Es que acaso nadie escuchaba los gritos? ¿Mi corazón no se podía escuchar en los oídos y confines de las mentes de las personas que habían acudido?

En aquel momento, deseé con todas mis fuerzas haber sido atleta, haber tenido habilidades de caballero medieval y enardecido ó algo útil con lo cual yo pudiera defenderme, sin embargo no tenía nada, más que mi intelecto, mis piernas y mis ganas inmensas de escapar de aquel lugar que me parecía ahora más lúgubre. Comencé a sollozar por dentro y algo que hace años mi madre había encerrado dentro de mí estaba saliendo a superficie, aterrado por el miedo inminente de mi muerte segura. Podía sentir el fuego en mis manos y el grito desolador que se encontraba atorado en mis cuerdas vocales. En mis planes no se encontraba que esto sucediera aquí, no quería causar ningún daño, pero si era la única forma de salvar la poca esperanza que me quedaba para llegar al final de la noche, estaba dispuesta a pagar el precio.

Antes de poder llevar a cabo mi plan, escuche una voz conocida, la había escuchado miles de veces aquel verano, me distraje completamente por ello y la ira, y el fuego, comenzaron a disiparse.

"¿Qué haces tú aquí?" quise preguntar, pero no me dio tiempo de nada, alguien estaba vendando mis ojos sin darme espacio siquiera de vislumbrar lo que estaba pasando. Mi frente, aperlada por el sudor de lo desconocido, hacía que los escalofríos, que en un principio eran casi imperceptibles, se hicieran densos e imposibles de ignorar.

Desearía saber en qué momento perdí el conocimiento, no recordaba nada. ¿Acaso merecía tal derrota?

Cerré los ojos y dejé que la sangre caliente y espesa recorriera cada parte de mi cuerpo. No podía respirar, y a cada segundo denotaba que la vida se me iba escurriendo poco a poco de las manos, como si de un estambre se tratase y que en cualquier instante, terminaría. El piso debajo de mi cuerpo era frío y liso, y por alguna razón, sabía que me encontraba en las cocinas lúgubres de la Casona.

Intenté moverme, pero mis extremidades parecían de goma así que desistí. ¿Para qué pelear? Me lo había ganado.

Ojalá le hubiese confesado lo mucho que le amaba antes de esta noche. Todo salió mal. Si no hubiese jugado tanto, seguiríamos ahí, encontrándonos a escondidas y ansiando que cada segundo antes de vernos transcurriese rápido y el día se convirtiese en noche, en cómplice de nuestros sueños y de nuestro... amor.

Aterrada por el fuego gélido que me producía  el amor es por lo que terminé así, tirada en las losetas de la Casona García, desangrándome, ahogándome, deseando poder verle una vez más. Aposté con el destino y ahora sufría por mi descaro. Jamás podría decirle por completo la verdad de nuestro designio porque me lo estaban arrebatando.

Lloré, sentí aquél líquido rojizo subiendo por mi esófago y llegando a la garganta, eran mis últimos momentos. Ellos me veían, reían, se excitaban. La última imagen que pude atisbar fue el instante en el que nos conocimos... No cambiaría nada de esto por aquel día, la tarde que cambió mi vida, el segundo en el que al fin me sentí libre y pude volar.

MatíasWhere stories live. Discover now