Al igual que la primera vez, por Leticia Espaillat

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Un día común, que se presentó como lo que pudo haber sido igual a cualquier otro en la vida del chico, fue el que hizo que todo su mundo cambiase de rumbo. Santiago De la Rocha, un joven con un sueño, y el suficiente coraje como para perseguirlo, se encontraba en el ensayo para una obra de teatro, que tomaría lugar la siguiente semana. Estaba tan concentrado en su escena, en capturar la esencia del personaje que debía interpretar, que al entrar al camerino, se encontró en una situación bastante embarazosa: Samantha, la única chica que había en la habitación estaba asegurándose de que el traje le sirviera, y Santiago la encontró cuando estaba en proceso de colocarse la blusa nuevamente tras haberse medido el traje.

El problema no fue lo descuidado que fue el chico al entrar al camerino equivocado. El problema fueron sus ojos, fijos en Samantha. Esto le pareció indecente a la chica ya mencionada, por lo que expresó su inconformidad a manera de una cachetada.

Incluso tras haber empezado con el pie izquierdo, y a pesar de que luego del incidente solo se dirigieron la palabra unas tres veces antes de graduarse, ambos percibían un sentimiento por el otro que ni siquiera ellos eran capaces de comprender. Era tan potente que ninguno de los dos sintió amor por otra persona en toda la secundaria, ni en toda la universidad. Al menos no hasta que la chica consiguiera información sobre el paradero actual del ahora actor famoso:

Una foto en el periódico le reveló a Samantha que aún tenía oportunidad de conocerlo de verdad, y de pensar en él como algo más allá de "el chico distraído que me encontré en el teatro". Investigó hasta poder saber específicamente dónde estaría el chico, y de esa manera conseguir una excusa para hablarle.

Así lo hizo, y se lo encontró exactamente donde lo predijo. Todas las redes sociales de Santiago indicaban que actualmente estaba en Estados Unidos, en Boston, lugar en que residía Samantha.

La chica se presentó en un café, en que estaba actualmente Santiago. Lo vió desde lejos, y supo que debía decirle todo lo que había sentido por años, y esperar que él sintiera lo mismo.

Pero había algo que no se lo permitía; No se atrevía siquiera a acercarse a él. Tampoco sabía qué decirle. ¿Por qué le interesaría lo que una torpe chica que no veía hace años tuviera que decir?

Pero, había algo extraño. Santiago, sin haber terminado su comida, se levanto de su asiento. Caminaba hacia Samantha, que permanecía junto a la entrada. Él... ¿Quería hablar con ella? La recordaba; y, como se conocieran de toda la vida, fluyó un animado diálogo. Esa conversación culminó en un intercambio de números. Ese intercambio de números dió paso a un segundo encuentro, en una cita. Y esa primera cita dió paso a otras cinco.

En la sexta, (al menos unos cuatro meses luego de encontrarse en café), el desenlace de esa tarde fue un tierno beso, que sirvió como sello para permanecer por el resto de sus vidas unidos (de alguna u otra forma).

A partir de allí, se hablaban todos los días, todas las horas posibles. Se veían cuando podían, se besaban en cada chance, y se hablaban sin parar, aunque fuese por teléfono. Pronto Samantha se fue convirtiendo en el centro de la vida del chico, de una manera tan exageradamente rápida, que terminaron programando la boda apenas un mes después de la sexta cita..

—¿Estás consciente que si aceptas que nos casemos, no podrás dedicarle tanto tiempo a la actuación como solías hacer? Esta es una decisión importante, que puede cambiar nuestras vidas. —Samantha se mostraba preocupada. En serio le parecía apresurada una propuesta tan importante como lo era un matrimonio.

—Samantha, estos meses han sido grandiosos. Y los han sido porque lo pasé junto a ti. Aceptar casarme contigo sería aceptar revivir la alegría de estos meses durante el resto de nuestras vidas. Si disfrutar de ti conlleva renunciar a una insignificancia, puedes contar con que siempre preferiré estar a tu lado más que cualquier otra cosa en el mundo. —El brillo en los ojos del chico al hablar parecía contagioso, pues a medida que hablaba, el brillo se mostraba también en los ojos de la chica.

En un camerino (Antología de Escritura Creativa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora