Único Capítulo

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Me desplazaba con velocidad entre calles íngrimas apenas manchadas de luz por los faroles que acompañaban la tenue oscuridad. Era una noche tranquila e infestada de una humedad que se pegaba a la piel, pero esa era una sensación inocua, pues no pensaba en otra cosa más que en él. Él, que como una noche se desvaneció en el aire, perdiéndose en un vuelo hacia su destino, ahora reaparecía, el primer atisbo de luz del alba, la primera sonda de calor que calentaba la tierra.

     Los autos estacionados pasaban como manchas de color o figuras amorfas, y el viento azotaba mi cabello contra mi cara al tiempo que turbaba mis odios. Las casas alrededor apenas y emitían alguna fuerza de luz. Sentía una descarga de adrenalina por volverlo a ver, que apenas y frenaba en las esquinas solo para asegurarme de que no venía ningún otro vehículo. Conocía perfectamente el camino, tanto que lo recorría inconscientemente, aun cuando había pasado un tiempo sin transitarlo, un largo tiempo desde aquella última vez.

     Bajé la velocidad al estar a tan solo una cuadra. Donde vivía, quedaba en el medio de la calle, un pequeño edificio de colores de cristal y acicalado con piedras. Siempre me pareció que intentaba ser un edificio tropical frente a una playa, custodiado por dos árboles frente a él, aunque estaba en el medio de la ciudad. Subí a la acera, y estacioné la bici al costado de un buzón. Las luces del edificio bañaban la entrada, mientras el silencio contrastaba contra mi azorado palpitar.

     Le escribí por whatsaap, pero entonces me di cuenta de mis manos trémulas. No quería verlo así, tenía que calmarme un poco, aunque estaba muy emocionado. Respiré profundo, mirando mi reflejo en la puerta de vidrio de entrada. Pero ésta entonces pareció volverse más nítida, cobrar más fuerza, acercarse a mí. Fue un instante confuso, instante que súbitamente tomó forma.

     Era él.

     Cruzó la entrada con aire sosegado, y luego se posó frente a mí. Ambos nos quedamos clavados mirando al otro, hasta que simplemente nos reímos, absurdo, etéreo.

     —¿Cómo has estado, querido? — formuló cortésmente.

     Mi cuerpo después obró por voluntad propia, u obedecía lo que desde hacía tiempo añoraba. De igual modo, no importaba, porque acto seguido ambos estábamos entrelazados en los brazos del otro. Y fue surreal. Volver a estar en esos brazos, sentir de nuevo su presencia, saber que de verdad él estaba ahí, todo ello me trasladaba a un lugar donde todo de pronto parecía posible, donde me sentía seguro, y completo.

     Recosté mi cabeza sobre su hombro, y él puso su mentón sobre mi coronilla. Y entonces ahí todo mi cuerpo, y toda mi mente, se tranquilizaron. Acarició mi cabello, y luego con sutileza me hizo verlo a los ojos.

     —Te extrañé.

     Yo le sonreí, él apartó un mechón de cabello de mi cara, y luego lo besé. Un beso fugaz, donde aplasté mis labios contra los suyos.

     —Yo también te extrañé —musité.

     Nos quedamos así por unos segundos, apenas el tiempo suficiente antes de ser conscientes de nuestra cercanía expuesta a los ojos de cualquier curioso. Pero en ese momento no me importaba, y a él tampoco. Solo sus ojos captaban toda la atención de mi mundo, esos ojos verdes claro, acuosos, y siempre tan tranquilos, como él. Era un reflejo de su ser.

     Por costumbre e instinto, los dos miramos a ambos lados, buscando algún testigo indeseado. Pero estábamos solos, o al menos tan solos como se puede estar en la vía pública.

     —Vení, pasá la bici.

     Yo la tomé y pasé mientras él sostenía la puerta. Con sigilo la paré apoyándola contra la pared, y luego nosotros pasamos al salón del edificio, que estaba detrás de las escaleras. Un recuadro espacioso rodeado de sillas se abría ante nosotros, y la tenue luz que venía del jardín que le seguía más allá de la barrera de vidrio, apenas iluminaba el lugar. El sonido ahí se amplificaba por el eco, cualquier paso en falso se incrementaba atronadoramente, y más en las madrugadas, donde hasta el más leve rechinar se transformaba en un grito usurpador.

Aves de Norte y SurWhere stories live. Discover now