Capítulo 16. (Final)

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El rostro de Claudine se mantenía rígido pero triste mientras sus azulados ojos, ocultos tras sus dorados flecos, contemplaban a la niña de cabellos blancos que la miraba con suma frialdad. Por otro lado, las demás estudiantes, ya compuestas luego del shock, no parecían mirar con odio a la muchacha, sino más bien la observaban con dolor y compasión.

— Fue en primer año, cuando aún tenía catorce y había llegado hace un mes al internado cuando conocí por primera vez a Annette. Recuerdo que nos gustaba hablar después de clases sobre cualquier cosa, el mundo, Dios, la vida, la muerte, no había tema que no tocásemos, siendo además Annette quien tenía una respuesta para todos ellos, por eso me resultaba alguien tan... ¿atrayente? Sí, supongo que esa es la palabra. Luego pasaron los años y nos fuimos distanciando sin ninguna razón en particular, solo sucedió así; quiero decir, Annette tenía otras amigas como Beatrice o Lys y no parecía ser muy abierta a la hora de integrar a más personas; y pese a que yo no tenía problema en continuar hablando con ella, esta jamás me buscó así que creí que ya no le agradaba. En fin, pasaron los años y ya no nos volvimos a hablar, así que pensé que era natural, pero nunca creí que...

— ¿Annette estuviese enamorada de ti? —le pregunta Aria— Según esa lógica, ella no se habría alejado porque te odiaba, de hecho era todo lo contrario. Aunque solo son especulaciones mías.

— No, no creo que esté tan lejos de la realidad —respondió Betty—. Annette era ese tipo de persona que intentaría ocultar todo lo que no le gustaba.

Mientras las lágrimas se derramaban por las mejillas de Claudine, sus dientes, debido a su inherente sentimiento de frustración, mordían con fuerza su labio inferior hasta casi hacerlo sangrar y, pese a todo, ella continuó hablando.

— No tuve idea de los sentimientos de Annette hasta... Hasta ese día, el tres de octubre. En cuanto a Gustav, solo ocurrió lo que un capricho infantil motivó, nada más que eso; aunque admito que sí estuve enamorada de él...

— Wilson —ordena Aria.

El viejecillo saca unos papeles desde su bolsillo y comienza a leer:

— Marin... Marin... ¡Aquí está! Gustav Marin le debía al banco Rubenstein un total de setenta millones de marcos, deuda que fue acumulando gracias a sus constantes idas al casino con la finalidad de costear la enfermedad de su madre, Elisa Marin.

— ¿Qué? ¿De dónde sacaron esa información? —pregunta Claudine, boquiabierta.

— Bueno, chiquilla —respondía el detective—, cuando alguien muere en extrañas circunstancias se suelen analizar estas cosas. La señora Marin fue internada hace dos años y su hijo, Gustav, fue el único que pudo ayudarla a solventar los gastos, ya que su marido había fallecido y su otra hija la odiaba. Por eso Gustav buscó por todos los medios una forma de hacer dinero, hasta que al final se topó con la heredera de una gran fortuna que pronto podría cobrar.

— ¡E-eso... no! ¡Pero él era malvado! —replica aún confundida Claudine.

— Que infantil —señala Aria.

— En el mundo no hay personas buenas ni malas, niña —continúa Wilson—. Desde mi punto de vista somos todos iguales, o sea individuos con diferentes intereses. Y lo único que nos hace diferentes, es cuán lejos estamos dispuestos a llegar por estos intereses.

— Claudine —le dice Aria—, es momento de que sigas con tu relato.

— Como ya saben y podrán suponer —continuó la muchacha, aún aturdida— mantuve una relación amorosa de varios meses con el profesor Gustav, incluso, por más lejos que su casa estuviese, lo visitaba casi todas las noches. Con el pasar del tiempo sucedieron cosas horribles, como las cartas que recibí o la muerte de Lys, pero no tuve problemas con Gustav, pues estaba muy enamorada de él. Al final, antes de que todo ocurriese, Gustav me dijo que debía escribir una carta que él mismo me dictaría, pues aseguró conocer al responsable de las amenazas y que, además, este tendría la intención de revelar nuestra relación. Aunque —dice mirando con tristeza el suelo— esta persona acabó siendo Annette.

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