Alba
Lo conoció en el cumpleaños de su hermana cuando tenía 16 años. Le dijo "vas a romper la silla si te parás encima" a un joven diez años mayor. Un acto de rebeldía, el único en toda su vida. Y así lo conquistó . Al día siguiente su padre la llamó desde la puerta, le habían traído un regalo. Le entregó un disco de los de moda y una flor, ella tardó en darse cuenta de que alguien le había prestado atención.
Es que Alba nunca había sido especial para nadie. Era la tercera de 6 hermanos, cuatro varones y dos mujeres. El padre no parecía notar nada particular que viniera de sus hijas, a veces sentía cierta curiosidad por la mayor y preguntaba cómo iban las clases, o las novedades sobre las familias de sus amigas. Pero a ella jamás le preguntaba. Parecía invisible, o quizás pensara que se mimetizaba con su hermana y por lo tanto las preguntas valían para las dos. Ella bien sabía que no se parecía a María, pero nadie más parecía advertirlo. Ni siquiera su madre, que estaba siempre en casa. Aunque "estar" es un decir, porque en realidad poco salía de su habitación, a veces solamente para eventos sociales. Pedía a las empleadas que le llevaran el desayuno y las revistas a la cama, luego hacía visitas telefónicas. Aparte de ponerse al día con las relaciones, no hacía mucho más. El momento familiar era la cena, la cual era anunciada con una campana, y en la mesa cada uno ocupaba un lugar inamovible. El padre, en la cabecera. La madre a la izquierda, el hermano mayor a la derecha, y así sucesivamente.
Alba creció como crecieron todos sus hermanos, restándole el cariño y la atención de los padres. Nunca supo lo que era un te quiero o necesitás algo, y llegó un punto en el cual pensó que eso sucedía en la televisión. Se podría decir que incluso no le hacía falta, ya que jamás lo había sentido. Por eso, cuando este chico le envió el presente con una carta –en la cual le pedía permiso para llamarla por teléfono, y dejaba su nombre y apellido- ella primero pensó que se trataría de un error. No fue hasta la noche que descubrió que ese chico se llamaba Mario Petrilli, estudiaba para Ingeniero Agrónomo y había ido al mismo colegio que sus hermanos varones. Y con eso, nada más, empezaron a salir.
Alba y Mario fueron novios durante cinco años. Iban al campo de la familia de ella, salían los fines de semana, cenaban con la familia de cada uno. Nunca había sido un problema la diferencia de edad sino hasta que ella terminó el colegio y él estaba terminando su carrera. ¿Qué vas a hacer mientras esperás que Mario termine la carrera? Le preguntaban. Ella no lo había pensado. En realidad, la "vida después la escuela" no era un tema entre sus amigas. Es cierto que tenía algunas conocidas que habían decidido estudiar en la universidad (en el B había una que quería ser médica, otra que pensaba ser profesora de Inglés) pero en realidad de sus más cercanas, sus amigas, ninguna pensaba estudiar. Carmen tenía que trabajar, porque los padres necesitaban ayuda – era algo de lo que nadie hablaba, aunque todos sabían – Paula iba a viajar con su madre y sus hermanas a Europa. Era todo lo que sabía. El resto, básicamente, esperaba. Todas esperaban a casarse y convertirse en esposas de alguien. Alba sabía que ella iba a ser la esposa de Mario. Pero alguna vez se le había cruzado por la cabeza que que podía ser algo más. Una vez se había animado a compartir con su profesora de Biología cuánto le interesaba la materia. Médica, tal vez. Farmacéutica, quizás. La profesora la miró, condescendiente: Alba, querida, a vos se te nota la pasta de mamá. Y ese fue el fin de su intento universitario.
Llegó el día en que Mario le pidió casamiento, y Alba se sintió la mujer más feliz del mundo. Cómo se lo había propuesto (en un restaurante, a la luz de las velas, la gente había aplaudido) la hicieron sentir que no había nadie más en el mundo que ellos dos. Lo amaba, y él la amaba a ella. Le parecía que tenía tanta suerte que incluso le daban cierta pena sus amigas y conocidas que no tenían proyecto de formar familia en un futuro cercano. No quería hablar mucho del tema para no angustiarlas, sólo les mostró el anillo de compromiso aquella vez en que las citó a todas a tomar el té y les entregó las participaciones. Luego, se reservó los detalles para sí misma, su hermana y su madre. El novio no debería intervenir en la organización: era un asunto de mujeres.
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Alba
Historia CortaLa historia de una mujer que deja todo por amor, pero al final no es suficiente