CAPÍTULO 7: Animagus

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(Adelanto)

La mañana del sábado, la sala común de Gryffindor estaba vacía. Los personajes de los cuadros lucían sosegados, con los ojos cerrados, probablemente disfrutando de la desacostumbrada tranquilidad.

Los rayos de sol que entraban por las ventanas iluminando el cuarto, resaltaban el tono rojo del tapiz de las paredes y del terciopelo de los sillones.

Había una calma muy inusual en la sala, en la que rara vez no se oía el ruido estrepitoso de los Gryffindor, o como mínimo, el murmullo de las últimas personas que se quedaban por las noches antes de ir a dormir, hablando en voz baja.

El silencio era debido a que casi todos los alumnos estaban en el Great Hall, aprovechando que no había clases para desayunar más tarde y de manera más tranquila que los días de diario.

Sin embargo, no todo el mundo había bajado al comedor; uno de los dormitorios, al que daban una de las escaleras, estaba ocupado por cuatro chicos. Eran los únicos que se habían quedado dentro, en vez de seguir a toda la multitud.

El dormitorio era redondo y espacioso, con las cinco camas pegadas a las paredes grises, formando un círculo alrededor del centro. Las camas tenían un espacio considerable entre cada una, donde había largas ventanas de cristal y pequeñas mesillas de noche.

La habitación estaba construida mayormente con piedra, para la estructura, y madera, para los muebles, pero estaba adornada con tapices, cortinas y alfombras, que daban el color predominante del cuarto, el rojo escarlata.

Las camas con dosel tenían gruesas cortinas rojas que colgaban alrededor de ellas, ahora abiertas y recogidas en un lado con sus cuerdas doradas. También las cortinas de las ventanas, rojas con un acabado dorado, estaban abiertas para que entrara la luz de la mañana. A los pies de cada cama había un baúl de color cobrizo, y el suelo del centro de la habitación estaba tapado por dos gruesas alfombras. En algún momento a lo largo de su estancia allí, uno de los chicos debía haber añadido varios pósters a las paredes alrededor de su cama, en los que se presentaban imágenes en movimiento de jugadores de Quidditch volando por los cielos en sus escobas, con su capa revoloteando detrás, persiguiendo una pequeña bola amarilla, o lanzando en un tiro perfecto otra bola más grande y oscura.

Con todo esto, la habitación resultaría acogedora y agradable, de no ser por el gran desorden que se había establecido en ella en las últimas dos semanas.

Las camas estaban deshechas, con las sábanas y mantas de tres de ellas desbordadas por los lados y cayendo al suelo. Había más de una almohada tirada en el suelo descuidadamente. Solo un baúl, el único en el que las iniciales no habían sido inscritas cuidadosamente sino de manera apresurada, cumplía correctamente su función de guardar la ropa dentro. Dos otros baúles guardaban todo tipo de cosas menos ropa, y estaban junto a las camas de cuyas columnas colgaban bufandas, túnicas y capas sin concierto alguno. Extendido sobre un baúl en el que se leía "S.B.", había un manto con el emblema de Gryffindor bordado.

Por si fuera poco, esta mañana se había añadido varias bolsas y cestas al desorden, que contenían pastel de chocolate, tartaletas de crema, rollos de canela, e incluso budín de Yorkshire con huevos fritos, repartidas alrededor del cuarto.

Los cuatro chicos habían sacado de unos cajones las provisiones que guardaban para los días en los que no podían o no querían ir a comer con el resto del colegio, y ahora los paquetes de comida yacían por el suelo y sobre las camas, casi todos vacíos y olvidados, ya que probablemente todos habían terminado de comer lo suficiente, e incluso alguno, más de la cuenta.

En una de las camas más cercana a la puerta —la que estaba en el lado derecho del dormitorio—, estaba tumbado Remus, envuelto en una manta. Tenía una pinta un poco enfermiza; se le veía débil y pálido, pero sus amigos sabían que podía ponerse mucho peor a medida que se acercara su peor día del mes.

Quedaba una semana para ese día, el de la primera luna llena del curso, y como esa mañana habían notado que no se encontraba bien cuando dijo que no iba a bajar para desayunar, habían decidido quedarse todos con él para hacerle compañía.

Las dos camas del lado izquierdo estaban desocupadas, aunque la más alejada de la puerta tenía varios bultos encima de la manta, desperdigada por un borde, y su baúl respectivo estaba medio abierto revelando el caos de su interior.

En la cama que quedaba en el lado contrario a la entrada, entre sábanas, bolsas de comida, y equipamiento de Quidditch, estaba echado el famoso Cazador y Capitán del equipo de Gryffindor.

James tenía las manos detrás de la cabeza, en una postura desenfadada, y las piernas apoyadas, un pie encima de otro, encima de su escoba voladora, que estaba flotando parada medio metro por encima de su cama. Miraba al techo del cuarto con una sonrisa, perdido en sus pensamientos.

Su amigo Sirius estaba echado de cualquier manera en su propia cama, la contigua a la de James. Estaba elevado por las almohadas debajo de su espalda, con la cabeza apoyada en la oscura cabecera de madera de cedro.

—¿Qué forma de Animagus elegiréis? —preguntó de pronto el más pequeño y rechoncho de los cuatro, desde el trecho de suelo entre la cama de Sirius y la de James, donde estaba sentado con las piernas cruzadas.

James bajó de su nube de golpe, y miró a Peter, quien le estaba observando ansiosamente.

—No puedes elegir tu Animagus —James chasqueó la lengua, cansado de la poca atención de Peter.

Peter bajó la vista un poco avergonzado y desencantado.

—Si se pudiera elegir la forma de Animagus —intervino Remus, incorporándose con los codos y mirando a sus amigos— te aseguro que todos serían cachorros adorables. O especies formidables, como águilas, linces...

—Yo sería un león —dijo Sirius, sonriendo con satisfacción, mirando fuera de la ventana, pensando en algo externo a los chicos, probablemente relacionado con molestar a su familia siendo extremadamente Gryffindor.

—En realidad, la forma de Animagus está conectada estrechamente con tu personalidad —puntualizó Remus.

—Vamos, que el león sería yo —dijo James, totalmente convencido.

Los dos chicos, Sirius y James, eran valientes y rebeldes, así que ambos sopesaron la idea de ser leones en su forma de Animagus.

—No creáis que por ser Gryffindors tendréis un Animagus de león —insistió Remus, haciendo que Sirius y James le miraran pretendiendo estar ofendidos—. Ni vosotros, que sois lo más Gryffindor que se puede ser —añadió, riendo—. El león es muy poco habitual. Y de todas formas, la forma de Animagus es muy específica para cada persona. Habría que tener en cuenta vuestras características más individuales.

Peter, que había estado escuchando a sus amigos boquiabierto, volvió a formular otra pregunta entusiasmado.

—¿Qué creéis que seré yo?

Los otros tres le examinaron unos segundos en silencio.

—Una rata —propuso Sirius, haciendo que James se desternillara.

Peter cerró la boca, confundido, pensando en si eso sería algo malo o no.

Remus rodó los ojos y se volvió a recostar en su cama, dándoles la espalda de nuevo.

—Antes de hablar de vuestra forma Animagus, deberíais aseguraros de que podréis conseguir efectuar la transfiguración —fue lo último que dijo, antes de dormirse por el cansancio que le entraba en ocasiones cuando se acercaba la luna llena.

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⏰ Última actualización: Nov 27, 2020 ⏰

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Conociendo a los Merodeadores (Sirius Black)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora