CAPÍTULO 1: La Casa de Sallow

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Después de pagar seis Sickles al conductor, Elizabeth bajó las escaleras del Autobús Noctámbulo, que crujieron bajo sus botas. La fría oscuridad la envolvió inmediatamente y se alegró de llevar puesto su abrigo de cuero de dragón sintético.

Se encontraba en una calle estrecha, perdida en mitad del campo. Las casas más cercanas habían desaparecido de la vista hacía unos quince minutos. Lo único que sabía era que se encontraba en el este de Inglaterra, en el condado de Cambridgeshire, si había llegado a donde debía.

Un camino cercado por altos arbustos se abría delante de ella hacia la única casa a la vista. Se giró para agradecer el viaje al conductor y despedirse, pero el autobús ya había salido disparado dejándola sola en la calle desierta, así que se apresuró por el camino hasta una gran verja de hierro, en la que había un orificio por el que introdujo su varita.

Sonó un 'clack' parecido al de una llave en una cerradura y durante un instante la varita brilló con un color blanco. Entonces las puertas de hierro se abrieron a los lados y Elizabeth resumió el camino de grava hacia la casa.

Nada más subir los anchos escalones de piedra de la entrada, le abrió la puerta un hombre ceñudo de mediana edad. Llevaba una larga túnica que tapaba sus zapatos y una capa fina de color oscuro. Miró a Elizabeth desde arriba sin hacerse a un lado.

—Has pasado la puerta sin problemas —dijo gravemente, como si no fuera de esperar—. Debes tener sangre de Sallow —dicho esto, la inspeccionó de arriba abajo, deteniéndose un segundo en sus botas manchadas de barro.

—Sí, soy Elizabeth, la hija de Camellia.

—Bienvenida —el hombre asintió con la cabeza, moviéndose para dejarle pasar—. Soy Eustace Sallow.

Elizabeth entró tímidamente hacia el interior de la casa, y no pudo sino admirar su grandeza. El vestíbulo no estaba muy iluminado pero podía ver perfectamente lo amplio que era. Todo parecía estar hecho mayormente de mármol, con tonos entre el blanco y el negro. En la pared opuesta había dos escaleras magníficas a cada lado, que giraban en curvas opuestas, dando cada una a una plataforma en cada costado del vestíbulo.

Las escaleras serpenteaban desde allí de nuevo hacia el centro, siguiendo la subida, y se juntaban en otra plataforma más alta en el centro de la pared. Esta estaba sostenida por columnas negras en el suelo del vestíbulo. Prácticamente todo tenía adornos con formas de serpientes, y había varios candelabros negros con velas llameantes y lámparas de araña en el techo.

Una mujer avanzó desde detrás de Eustace hacia Elizabeth, extendiéndole la mano.

—Saludos cordiales, Elizabeth, es un placer conocerte. Soy Margery, la hermana de Camellia.

—Igualmente —respondió Elizabeth torpemente, estrechándole la mano.

Efectivamente, se asemejaba mucho a su madre: aunque era más mayor y tenía la cara más pálida y las facciones más hundidas, tenía los mismos ojos grises de Camellia, las mismas cejas perfiladas, y la misma cara ovalada.

—Puedes cenar inmediatamente si lo deseas. Los elfos domésticos tienen siempre varios platos preparados, así que puedes elegir. También puedes pedirles que hagan cualquier otra cosa, claro.

—Nosotros cenamos mucho más pronto —intervino Eustace—. Pero tendrás la compañía de Edmund y Wilhelmina, y si nuestro hijo se digna a aparecer, la suya también.

—Vale. Gracias. ¿Y... Adolphus? —Elizabeth sabía que su madre tenía otro hermano mayor además de Margery.

—A él sí que no te recomendamos esperarle. Es más probable que baje a cenar una gárgola del tejado que Adolphus —sentenció su tía.

Conociendo a los Merodeadores (Sirius Black)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora