CAPÍTULO 5

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—¿Y Ritchan? —preguntó Kisa a Takano, que llegaba sin compañía a la empresa.

—No quiso venir —respondió Takano—, tenía demasiado sueño, así que solo llamé a su mamá para que se quedara con él por hoy.

Aunque Ritsu había decidido pasar todo el tiempo en la oficina, en cuanto sus actividades se redujeron, el aburrimiento le hizo desear no obligarse cada mañana a levantarse temprano, a comer entre nauseas y maldecir todo el camino. Le sentaba mejor estar en el departamento que ahora vivía, disfrutando de leer, de dormir y de hacer nada.

Aunque nunca lo hacía solo, siempre estaba ahí la madre de Onodera o alguien de la confianza de ella. Dejarlo solo no era algo que Takano aceptara hacer. Era tal su necesidad de estar al tanto del rubio en todo momento, y de saberlo a salvo, que incluso había accedido a que su propia madre le visitara una que otra mañana.

La señora Takano había sido ablandada por la edad, así que ahora que se sabía abuela una dulzura maternal, que había ignorado por sus problemas matrimoniales, se había desbordado sin pedirle permiso y sin darle cuentas.

Y, aunque sí disfrutaba pasar el tiempo con Ritsu, y de verdad le hacía ilusión un nieto, ellos eran tan solo su excusa para acercarse a su hijo. Un hijo que lastimó sin darse cuenta por tonto orgullo y por egoísmo.

Ritsu, aunque apenado, aceptaba el apoyo de ambas mujeres porque conforme avanzaba el tiempo tenía menos posibilidades, energía y ganas de hacer muchas cosas. Además, la experiencia de dos mujeres que ya habían pasado por eso le servía de mucho.

Las cenas familiares se hicieron continuas, y la comunicación entre todos nació y creció cordialmente. De alguna manera, cuando se dieron cuenta, ya eran una familia, y eso les daba seguridad y un poco de felicidad.

—¿Eres feliz? —preguntó la señora Onodera acariciando la cabeza de su hijo que descansaba sobre sus piernas, ambos estaban en el sofá del departamento de Takano.

—Aun no estoy seguro de que esto no sea un sueño, pero, si lo es, es un sueño feliz —respondió el joven sin abrir los ojos.

Hacía nada que un mareo le había devuelto el trasero al sillón cuando intentó dejarlo, y se negaba a irse; más las manos de su madre estaban haciendo un buen trabajo tranquilizándolo. Esperaba que sus manos tuvieran ese efecto en su bebé.

—Me da gusto saberlo, espero que despertar de este feliz sueño no se vuelva pesadilla —murmuró la mujer.

Ella sabía bien de lo mal que lo había pasado Ritsu luego de que el joven Saga se burlara de él y sus sentimientos. En aquel entonces su hijo había suplicado entre lágrimas le permitieran dejar japón, y la siguiente vez que se encontraron la dulzura que le caracterizaba era solo un lindo recuerdo.

Que se reencontrara con ese ahora hombre le había sentado mal a todos, la noticia de que serían padres fue sorpresiva, porque no parecía que Onodera fuera capaz de perdonarlo, así que ella no se podía creer que ese sueño feliz fuera a ser eterno.

Sin embargo, no importaba del todo, dejaría que su ya no tan pequeño Ritsu disfrutara de lo que vivía y si, por alguna jugarreta del destino, la relación terminara mal, ella siempre apoyaría a su hijo, y al hijo de este.

La señora Takano, por su parte, agradecía inmensamente la aparición de ese joven en la vida de su hijo, y rezaba por que la felicidad de ambos creciera como ese bebé había estado creciendo en el interior del rubio y seguiría creciendo en la vida: poco a poco y constantemente.

El Masamune que veía ahora era todo lo que no había logrado ver con anterioridad. La apatía que le conocía ya no estaba ni por asomo, sus expresiones cambiantes por lo que pasaba con Onodera Ritsu eran su propia felicidad. Verle sonreír tímidamente al ver a ese que amaba, verle reír a carcajadas y la preocupación que a veces enmarcaba su rostro eran la prueba de que su hijo era plenamente feliz, y lo amaba.

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