Capítulo 2

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Al ver aquel cómic, un flashback demasiado veloz cómo para poder analizarlo atravesó mi mente.

¿31 de Octubre?, ¿El lago? –reflexionaba para mis adentros–.
Es lo qué pasó en Halloween, con aquel grupo de universitarios...

Al volver a mirar aquel singular cómic, un sudor frío recorrió mi cuello. A causa del abrasador silencio que me atrapaba, una tensión comenzó a envolverme, y hacía que me adentrase cada vez más en un mar lleno de inquietudes.

¿Que haría un cómic tan antiguo en una tienda cómo esa?

En cuestión de segundos, aquel manto cargado de tensión se desvaneció. Antes de volver con Bárbara, creí conveniente cotillear aquel cómic, así que lo dejé en una mesa, junto a la puerta del almacén, sepultado por un par de libros, para después seguir mirando.

Segundos después, regresé con mi abuela. Con la caja encomendada entre los brazos y una escasa pero irritante tensión.

-Ah, ya la tienes. –dijo mi abuela–. Ponla aquí.

-Aquí está. –respondí a la vez que dejaba la caja apoyada en la balda de un escaparate–. ¿Para qué la quieres? Está lleno de viejos vinilos.

-Hay un cliente que me pidió vinilos antiguos. Un coleccionista. –dijo mientras se levantaba de una silla que había junto a una estantería y abría la caja–.

Bárbara cogió los vinilos y comenzó a colocarlos en un escaparate, ordenandolos según su fecha de publicación.

-Y... ¿Qué te pidió? –pregunté curiosa–.

-Vinilos de grupos cómo "The Beatles" o "The Jackson 5"... ¿Porqué? –respondió mi abuela–.

-Simplemente curiosidad...
¿Vendrá hoy? –pregunté–.

-¿Cómo? –preguntó mi abuela mientras fijaba la vista en mí–.

-El coleccionista... ¿Vendrá hoy?

-Ah... Claro. Me dijo que pasaría por la tienda para recoger los vinilos.

De repente, las oxidadas campanillas que colgaban de la puerta sonaron al unísono.
Un hombre empapado por la lluvia se dejaba ver. Era alto, joven. Vestía una gabardina beige y un pañuelo azabache que cubría todo su cuello. Lucía unos mocasines de cuerno negro, y, aunque portaba un paraguas verde oscuro, aquel hombre se encontraba calado hasta los huesos.

-¡Hola!—gritó mientras intentaba que la lluvia que acechaba la ciudad de Nueva York no acabase con él—.

Corrí hacia aquel misterioso hombre y le sujeté la puerta. Puse mi mano frente a él y me dispuse a hablarle.

-¿Está usted bien? –dije mientras cogía su delicado paragüas y lo dejaba colgado en el perchero más cercano que encontré–.

-Oh sí, gracias. –dijo acompañado de una preciosa sonrisa–. Muy amable. Creí que el paraguas sería suficiente pero estaba equivocado.

No sabría bien cómo explicarlo pero, aquel hombre hablaba de manera misteriosa; con una voz que parecía incluso capaz de controlarte, debido a su dulce pero seco tono de voz.

-¿Viene por los vinilos verdad? Fue usted quién me llamó... Tiene una voz fácil de reconocer. –soltó Bárbara risueña–. Pase por aquí.

-¡Soy Kain, por cierto! –dijo mientras seguía a mí abuela–.

-En fin... Esto es lo que he encontrado.

-Vaya, ¡Justo cómo lo imaginé! Veo mucho que aprovechar por aquí. Quiero... Estos. –dijo él mientras señalaba unos cuantos vinilos–.

Bárbara y Kain siguieron hablando sobre sus peticiones mientras yo analizaba curiosamente a aquel joven. Su conversación se difuminó a medida que yo me adentraba en mis propios pensamientos. Y algo en Kain me llamó la atención.

Aquel misterioso individuo portaba un exótico collar. Una esmerada de color aguamarina pendía de una cuerda de cuero granate. En aquella gema, podía apreciarse una delicada serpiente dorada.

-¿Necesitas bolsa? –creí escuchar–.

Volvía a enterarme de la conversación.

-Sí, por favor. –sonrió él–.

-Bueno, pues... Ya está. ¡Que lo disfrute! –dijo mi abuela mientras Kain se alejaba despidiéndose–.

-¡Muchas gracias! –dijo mientras salía por la puerta–.

Unos instantes después de que Kain cruzara la puerta de la tienda, me dí cuenta de que algo se le cayó al suelo. Una peculiar foto de un gato negro tras una ventana, llena de gotas de lluvia.

Cogí la foto y salí de la tienda

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Cogí la foto y salí de la tienda.

-¡Mariana!, ¡Espera! –gritó mi abuela–.

Ví como Kain giraba la esquina de la calle y corrí hacia él con la intención de devolverle su extraordinaria foto.

-¡Kain!, ¡Espera!—gritaba mientras cientos de heladas gotas de lluvia chocaban contra mí—.

Segundos después de girar la esquina, no había ni rastro de aquel peculiar cliente. La calle estaba completamente desolada. Únicamente había una cosa; una siniestra niebla grisácea invadía la acera.

El Lago | Zombie BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora