Capítulo 1: Academia Anteros de Magia y Hechicería

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Lana estaba perdida. El andén no era tan grande, pero su madre la había soltado para impedir que Arvel saliera corriendo tras sus compañeros, así que ella había cogido su carrito y seguido caminando. No contaba con que esa extraña habilidad que tenía para perderse le afectara ahí también.

Suspiró, tirando el rebosante carrito con resignación. Solo tenía que buscar el andén 9¾ para poder tomar el expreso a Anteros. Al pensar en eso, su mirada se iluminó. Estaba más que mocionada ante lo pronto de su llegada a la academia. Siempre había escuchado con ilusión las historias de su padre sobre el mágico lugar, sobre las grandiosas amistades que había hecho y los misterios que el enorme castillo entrañaba. Poco después Arvel se fue, apenas cumplió los once años. Les había mandado muchas cartas, contándoles con emoción que había quedado en Gryffindor, la casa de los valientes, que había una poltergeist llamada Peggy que les perseguía para conocer sus chismes y divulgarlos a gritos en la escuela, que su jefa de casa era la profesora Delany y enseñaba pociones y que había un bosque afuera que decían estaba lleno de criaturas peligrosas. Arvel se sentía cómodo en su nueva vida, pronto hizo tres amigos con los que se volvió inseparable: Leigh Ainsworth, Viktor Chavalier y Dakota Johnson.

Lana debía admitir para sí misma que tenía sentimientos encontrados. Por un lado, envidiaba a su hermano por poder vivir todas esas cosas, cuando ella tenía que conformarse con la primaria muggle, y por otro, estaba celosa de saber que había otras personas que se volvían cercanas a él, cuando siempre habían sido ellos dos, su pequeño mundo de magia y pies descalzos. Aun cuando su hermano le enviaba cartas todas las semanas, le llevaba regalos y le enseñaba cosas, no podía evitar extrañarlo con toda su alma. Las primeras semanas se las había pasado como alma en pena, llorando cuando sus padres no la veían y perdiéndose temerariamente en el bosquecillo. Más rabia le daba cuando su hermano los visitaba y lo veía más alto, con el cabello calipso más largo y una sonrisa gamberra que antes no estaba ahí. Él también se llevaba sorpresas al verla crecer, con su carita volviéndose más angulosa y su cabello creciendo a lo que fue, una larga cascada cayendo por su espalda.

Recordaba con especial gracia el episodio de radicalidad, cuando se había cortado el cabello drásticamente ante la desesperación que la llenaba. Ese pequeño momento había revelado lo radical que Lana podía ser, ante los ojos asombrados de sus padres que siempre la creyeron más medida. Ahora, al menos con los animales, ya se había rendido. Sabía que en el colegio enseñaban Cuidado de Criaturas Mágicas, así que ahí le consultaría al profesor a cargo. Por ahora se sumergiría en libros que suplían lo que no podía aprender con la experiencia.

Arvel le había hablado maravillas sobre las materias de Hogwarts, sobre los profesores excéntricos y la magia que se respiraba en cada rincón. También le había contado, pletórico, que en segundo año le habían aceptado en el equipo de Quidditch de su casa, como golpeador. Le parecía el puesto adecuado para su enérgico hermano y le había felicitado por eso, aunque nunca fue de su especial interés montarse a escobas, prefería los calderos y varitas. Por esto último, había sido toda una experiencia conseguir su varita mágica en ChiNoMiko's.

ChiNoMiko's era una tienda ubicada en el Sweet Amoris, el barrio mágico por excelencia ubicado en pleno centro de Londres, al que se accedía a través del café Cosy Bear. La tienda de varitas era de una excéntrica mujer de corto cabello negro y vibrantes ojos verdes que parecían atravesar al mirar. Le había contado que la tienda había pertenecido a su familia por generaciones y que no había varitas de mejor calidad en todo el mundo. Le tomó todas las medidas y fue sacando varitas de unas estanterías infinitas tras el mostrador.

ChiNoMimi la categorizó como una clienta difícil, tras las primeras quince varitas. Se la había quedado mirando con unos ojos conocedores, que la hicieron sentir incómoda. Tras cinco minutos de mirarla sin hablar, soltó una carcajada y se fue a la trastienda. Al cumplirse diez minutos de espera, Lana comenzó a pensar que tal vez no habría ninguna varita para ella y que nunca podría convertirse en bruja, sumergiéndose en deprimentes pensamientos de los que fue sacada con brusquedad por la enérgica mujer, que traía consigo una alargada caja llena de polvo. Se la entregó murmurando: «Si es esta, me hechizo a mí misma».

Lana Vólkov y la Máscara RojaWhere stories live. Discover now