Segundo capítulo.

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Vegetta caminó con rapidez a abrir la puerta. Algo dentro de sí presentía quien era el que llamaba, esperaba no estar equivocado. Hace días que no podía pasar ni siquiera una hora con él, apenas lo veía por el pueblo con suerte.  Ese hecho lo tenía levemente decaído. Añoraba su presencia, la cálida compañía. Cuando su voz irrumpía en sus oídos cortando el silencio que se esforzaba a mantener solo para molestarlo, ya que su amigo siempre tenía algo para decir. Su costumbre que consistía en observarlo con atención para descubrir más de lo que dejaba ver a simple vista, entre otras cosas.
Bien, lo admitía, estaba un pizcas celoso de Rubius. La gran próxima boda y la atención contante que su relación exigía, terminaban por quitarle tiempo con Fargan.

Con la emoción llegando a cada parte de su cuerpo, abrió la puerta y fue como si sus sentimientos tomaran el control total al estirar los brazos atrayendo a su amigo forjando un apretado abrazo. No pensaba en nada más ya que por fin podía estar junto a él. Resultaba un alivio para su angustiado corazón.

Fargan quedó pasmado por un breve momento, pero pronto respondió con la misma intensidad aferrándose a la camisa de Vegetta. Quizás eran muy dramáticos y exagerados, pero lo cierto es que se querían mucho y haber pasado unos cinco días sin verse era motivo para un reencuentro de ese nivel.

—V-Vegetta—titubeó, tanto por la falta de oxígeno que comenzaba a padecer como también por el ambiente que amenazaba con ponerlo sensible.

—Lo siento, lo siento—se disculpó el pelinegro alejándolo levemente, manteniendo ambas manos en los hombros del contrario.—Fargan, hijo mío, hace tanto que no nos vemos.

—También te extrañé, Vege—dijo el aludido, empleando un tono de voz dulce que solo se dejaba aparecer con él. Vio a su amigo hacer una mueca a la par que se emitía un gruñido quejoso. En respuesta, una sonrisita apareció en el rostro de Fargan.—Perdón, con Rubius estamos muy ocupados por los preparativos de la boda. No tengo tiempo para nada.

—Voy a quejarme la próxima vez que vea a Rubius, me quita tiempo contigo, cabezón.

Finalmente se separaron para ingresar al hogar de Vegetta. Mientras pasaban por las escaleras comentaban asuntos triviales, intentando ponerse al día ya que el invitado se quedaría incluso para la cena. Entre esos temas acordaron qué cocinar, quien haría cada cosa, aunque ambos sabían que al final sería todo un desastre carente de organización.

Una vez que habrían tomado asiento, decidieron acompañar la charla con un té para Fargan, un café para Vegetta.

Existía una situación que inquietaba el corazón de Fargan, más específicamente una persona; claramente era Willy. Vegetta se dio cuenta de aquello por su reacción al mencionarlo de manera fugaz en un recuerdo.

—¿Qué tal todo con Willy?—le preguntó llamando su atención. Su mirada era confusa, así que se apresuró a corregirse.—Digo, porque tú lo ves más seguido que yo.

—Ah, pues bien, creo—respondió poco convincente. Vegetta guardó un silencio evidente y Fargan comprendió que no podía engañarlo. Soltó un suspiro antes  de hablar.—Hoy fui a visitarlo al mediodía pero al parecer no estaba en casa. Me pareció extraño ya que Rubius me había contado que según Alex le dijo, nadie veía a Willy desde hace una semana. Entonces era improbable que saliera de casa.

El pelinegro sintió como si un balde de agua fría cayera sobre su cabeza. Era consciente de los sentimientos de Willy hacia Fargan, incluso se lo había confesado una noche de triste pesar. Le dolía su estado actual, porque estaba seguro de que su amigo se hallaba sumido en una profunda tristeza desde que se había enterado del compromiso de Rubius y Fargan. Había sido un golpe duro, sería difícil superarlo, lo entendía. Es por eso que el día anterior, después de esperar lo suficiente, decidió ir a visitar a Willy.

Vegetta no había logrado disimular la impresión que lo atacó al ver a su compañero de esa manera. La puerta apenas estaba abierta cuando lo recibió. El dueño de la casa era iluminado débilmente por la luz natural del día. Unas grandes y oscuras ojeras que descansaban debajo de sus ojos le daban un aspecto sombrío junto a la estoica mirada que le dedicó. Su cabellera despeinada, opaca, de aspecto desalineado, la típica boina que siempre lo acompañaba esa vez le había dejado de lado. Vestía de manera simple, una remera de manga corta y unos pantalones holgados, seguro que era su piyama, aunque a juzgar por su aspecto no había podido descansar en ningún momento.

Willy se negó a dejarlo pasar, su manera de hablar y actuar eran una clara muestra de que la noticia lo había superado. Vegetta hizo caso omiso, entrando a la casa sin mucha dificultad. Preparó una merienda para su amigo, que de paso se veía más delgado, para luego sentarse a platicar. A medida que el relato avanzaba, la opresión en su pecho se incrementaba con cada palabra dicha por el albino. Nunca lo había visto así de afectado, deprimido. Es como si estuviera sumido en su propio mundo. Entonces, en medio de la conversación, Willy pronunció unas palabras que hicieron ruido en su cabeza.

“No puedo verlo ahora, me destrozaría el corazón. Temo que pueda lastimarlo con mi estado deprimente. Por favor, dile que estoy enfermo.”

Vi a Willy ayer en la tarde—confesó el pelinegro cruzándose de brazos al volver de sus recuerdos.—Está enfermo, es por eso que no lo hemos visto estos días. Al parecer es grave.

—¿Enfermo?—exclamó Fargan preocupado. Una sensación molesta crecía en su interior dejándolo intranquilo, debía estar con Willy para cuidarlo.

—Dijo que era contagioso, será mejor que no nos acerquemos.—Vegetta se sentía mal por mentirle a Fargan, pero creía que era lo correcto. Entendía a Willy.

—¡Con más razón tengo que ir a verlo!

—Que no vayas, cabezón—dijo el pelinegro dedicándole una mirada de seriedad para hacerle saber que iba en serio.

—Vale...—aceptó rendido agachando la cabeza. Como Vegetta lo esperaba, Fargan no cuestionó lo que Willy dijo, solo lo aceptó, ya que si era contagioso, ¿por qué Vegetta podía verlo y él no?

Sin poder evitarlo una sonrisa ladina apareció en su rostro. Eso significaba que confiaba plenamente en su amigo.

Por su parte, Fargan era invadido por el remordimiento al no poder estar con su amigo cuando lo necesitaba. Había estado tan concentrado en la boda que había olvidado a sus compañeros, por ello decidió hacer un esfuerzo para pasar tiempo con todos. El siguiente era Alex que tendría lugar mañana. Aún así, un pensamiento lo desconcentraba y era algo que no le parecía del todo correcto con lo que dijo Vegetta.

El pelinegro veía como su amigo se hundía en el sofá con lentitud, hasta que elevó la vista encontrándose con unos ojos rebosantes en melancolía.

—Vegetta—lo llamó en un murmuro. El aludido le hizo saber que lo escuchaba.—¿Me das un abrazo?

El corazón de Vegetta comenzó a latir con rapidez enternecido por aquel acto tan lindo. Abrió sus brazos, invitándolo a que se juntaran. Le pareció ver un brillo alojarse en los ojos del castaño.

—Ay mi niño, nunca te lo negaría—y con esas palabras, Fargan se lanzó a sus brazos formando un cálido abrazo. Se acurrucó buscando tranquilidad, pues era atacado por emociones que no entendía, tampoco se sentía fuerte en ese momento para enfrentarlas. Lo que quería era olvidar todo por un momento en algo simple pero a la vez significativo como un abrazo. Normalmente eran muy eficientes.

Vegetta llegó a la conclusión de que Fargan podía ser tierno cuando se lo proponía. Y nadie podía ignorar ese hecho.

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Estoy escribiendo una historia sobre este shipp y quizás la publique. ¿Les gustaría?

Por otro lado, ¡muchas gracias por todo el apoyo! Sus comentarios me motivan un montón, son muy bonitos, se los agradezco 💜

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