CAPITULO TRES

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"Entre el sentido de culpabilidad y el placer, siempre gana el placer" - F. Nietzsche 

POV de Hades 

Regresé a mi castillo en búsqueda desesperada de una alegría. Así que baje a las puertas del Tártaro. La entrada estaba en el fondo de mi reino, donde la temperatura podría matar al humano más resistente. Los dioses no sienten la temperatura de la misma manera. Yo nací sin sentir el calor, podría estar cerca de un volcán y ponerme una chaqueta para el frío. Ese era yo, el que siempre sentía frío, no importa en donde estuviera. 

Aparecí saludando a Vrig, mi hombre de más confianza, era el guardia de estos pobres bastardos. Sus gritos se escucharon a travez de las puertas. 

Ah. Música para mis oídos. 

Canté una de mis melodías favoritas para cuando visitaba a mis prisioneros favoritos. Los gritos se cayeron, sumidos en un silencio cargado de terror.  

- Ding,Dong - ronronee - ¿Me extrañaron? 

Seis horas después, me sentía como un hombre renovado. Lleno de energía y un calor erótico recorría mis venas. Había hecho todo lo posible por olvidar a la encantadora diosa de la primavera. aquellos enormes ojos verdes, tan brillantes que podrían iluminar la cueva más oscura de mi hogar. Eso me hacía sentir algo extraño y cálido en el tórax. Era de lo más desconcertante. Mis hermanos me habían pedido asistir a algunas fiestas para disipar los rumores sobre mi interés en el trono de mi hermano menor; así es, yo era el mayor y por lo tanto el más poderoso, pero eso no me podía interesar menos. Me importaba un carajo los humanos, con sus hipocrecías  y deseos patéticos. Ni loco iba a dejar mi imperio para entender miles de plegarias de gusanos como los humanos. 

Me acerqué a mi sala de estar privada, estaba conectada con mi habitación e incluía un estudio con cientos de libros. En realidad, mi trabajo no era de escribir informes y si se atrevían a pedírmelo se los enterraría por el culo hasta que aparecieran en su boca Pero me gustaba leer y pasaba la gran mayoría del tiempo en mi biblioteca o ideando nuevas maneras de divertirme con mis invitados.  Hacía unos siglos que me había aburrido de las relaciones sexuales. Orgías, tríos, mujeres por decenas, hombres en sus rodillas... no importaba, el sexo me encantaba y no me importaba quién fuera objeto de mi deseo, mientras se cumpliera. Era un hombre de gustos... peculiares. Y otros que aun no había explorado. 

Bien. Debía tomarme mi tiempo, no podía hacer todo lo que tenía planeado en un solo milenio. 

Eso me hizo sonreír, la imagen de cierta diosa menuda con cintura estrecha y pechos generosos me hizo imaginarla en sus rodillas, con sus labios perfectos y rosados rodeándome.  Incluso podría atarla de manos y cubrir sus ojos mientras me daba placer. La quería ver llorar por el esfuerzo de tenerme entera en su garganta. 

Maldije al ver mi erección. No era un hombre que se quedara quieto cuando algo le gustaba. Era un depredador, era mi naturaleza. Pero había algo en sus ojos, una inocencia mezclada con la curiosidad de ver un lado oscuro de la vida... me hacía querer corromperla y al mismo tiempo protegerla de mi lado oscuro. 

Suspiré. Debía alejarme de ella. 

Porque nadie sabía mejor que yo que no tenía un lado bueno. 

POV de Perséfone. 

Fruncí el ceño concentrada; este iba ser el día en que podría hacer una corona de flores. Aun que se me fuera la vida en ello. 

Cuarenta minutos después estaba lista para rendirme. Las flores estaban tiradas por mi regazo, la mayoría rotas por la mitad por la fuerza de mis dedos. Era imposible ser delicada,  estaba fuera de mi control. No era como si lastimara intencionalmente a las pobres flores, pero no podía evitar poner fuerza en lo que hacía. 

El Deseo De PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora