Invisible II

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Llegó un día en el que mis revoltijos de pensar se volvieron tan confusos que ni yo los entendía. Un desorden de mente que nadie podía ordenar.

Viéndolo así, no sé qué estaba pensando ese día. Ahora mismo parece muy descabellado, incluso loco. Aunque no hay nada de maldad, y casi nada de mentira en semejante afirmación. Sólo conflictos míos, mis tensiones y miedos, mis aspiraciones y expectativas. Es difícil pensar así, si lo ves en retrospectiva. Lo único que se me viene a la mente es el estrés constante del viaje, del aislamiento social que casi siempre hacía y el cual todos estaban acostumbrados. De la misma forma que buscaba estar solo, ese momento sólo quería hablar con alguien como a mí me gusta hacerlo: reflexionando, pensando sobre el futuro, hablar sobre los miedos, las inquietudes del otro; el saber conversar plenamente.

Obviamente, nadie me tomó en serio ese viaje. De verdad.

Mis amigos, cada vez más desanimados de verme, de querer salir conmigo. Todos ocupados en su onda, en su propio mundo en el viaje. Como si yo no existiera. En serio, lo único que quería saber era si era invisible, si de verdad estaba parado ahí para ver por qué nadie me tomaba en cuenta. Era desesperante: lo poco relevante que era para los demás. Comencé a pensar en ello como si fuese ya una realidad.

Un día, en el cual yo me sentía particularmente abandonado, luego de ir a un buffet del hotel con mis amigos, los cuales hablaron... cosas, por no decir cualquier mierda. Comencé a pensar que, si yo en realidad encajaba con ellos. Porque de verdad, sentía que todo estaba cambiando a mi alrededor. Era testigo de una de dos cosas: mi propia transformación a alguien más maduro, que veía cosas las cuales no había visto, y que me preocupaba por estupideces que no había pensado nunca; o por contraparte, de la inminente evolución de los demás por sobre mí, desarrollando su pensar de otra forma. Excluyendome, en cualquiera de ambos casos, por ser diferente.

Los abandoné. No quise seguir ahí. Lo único que pensaba era en salir de ese lugar, porque mi invisibilidad me estaba cada vez poniendo más ansioso.

Subí 3 pisos. Llegué a la azotea. Aire fresco, y casi nadie. Los únicos que estaban eran 2 personas: Elías, amigo mío y muy cercano, y Jannet. Ambos, que me importaban mucho, y por lo cual dejé que sean felices a costa mía durante todo el viaje (tiempo después me dí cuenta que todo ese sufrimiento había sido en vano). Lo primero que hice, luego de revisar quién estaba, fue ir al barandal. Necesitaba despejar mis ideas, y saber que estaba pasando en mi cabeza. Un diagnóstico psiquiátrico autorrealizado; autosugestionado.

Miré hacia abajo, viendo las luces, el asfalto, las carrocerías y lo linda que era esa ciudad anocheciendo. Quedé maravillado con el espectáculo de luces que veía. Me incliné hacia afuera, afirmandome de la baranda. Un peatón me miró fijamente, pensando en que me iba a tirar de ahí. No estaba tan equivocado después de todo. Miré de nuevo hacía abajo, y está vez ví mi invisibilidad, la poca importancia que tenía para los demás. Me vi ahí, tirado en el asfalto. Viendo cómo a nadie le importaba, cómo los peatones caminaban por sobre mi cadáver. Cómo mi profesora contaba a todos y decía "Estamos todos, no falta nadie". Cómo, si es que me tirase, si mi vida se esfumara como alcohol destapado, a nadie le importaría. Ahí fue cuando dí el paso adelante.

Tomé fuertemente el barandal. Incliné mi torso entero hacia afuera, e hice equilibrio con mi cuerpo sobre la baranda. Luego, mis ojos ya no veían a la hermosa ciudad en la que estaba, sino que veía a un joven yo. Un mediocre alumno, relajado y estúpido, incapaz de tener contacto social sin mearse en los pantalones. Comencé a recordar todos mis errores. Cómo fallaba en vóleibol, el deporte que practico. Cómo fallaba el remache, la recepción y como era un jugador tan inútil en la cancha. Luego del vóleibol, llegamos a estación batería. Recuerdo los errores que cometí tocando en conciertos con mis amigos, y me crucifico por ello. Todos los errores cometidos tocando, jugando, y siendo yo: perfectamente corregibles, fácil de no cagarla, pero mis errores ahí estaban, casi como si me acosaran.
Ahí me doy cuenta de muchas cosas: Cómo mis errores me condenaban como persona, de lo patético que era haciendo todo lo que me gusta, y de lo estúpido que sonaba seguir viviendo después de todo.

Continué con el balanceo. Mi corazón palpitaba fuerte, pero no alterando su ritmo cardíaco. Mis brazos cada vez apretaban más débilmente el barandal, haciendo que mi cuerpo quedase perfectamente balanceado en él. Mi cuerpo, mi alma, preparados para dejar este mundo. Descubrí que no tenía miedo a la muerte, que no me importaba en ese momento vivir o morir. Que daba igual, todo es lo mismo, incluso yo.
Decidido, a condenar mi cuerpo a una caída de 20 metros, donde quizá podría sobrevivir. Luego vi la posibilidad de caer y que me chocase un auto para confirmar mi muerte. Sería un plus. Un buen detalle.

Luego, me pasó por la mente: ¿y toda la gente con la que he hablado en el colegio? ¿Y mis compañeros de vóleibol? ¿Y a mi familia? ¿A todos, también les doy igual? ¿De verdad un suicidio como el mío no repercutirá en sus vidas?

La tentación de caer al vacío; De terminarlo todo. Era increíble como esa idea me convencía cada vez más. Como si un agujero negro intentase succionar mi alma, casi que me la estuviese pidiendo con tanta amabilidad que yo gustoso se la iba a dar.

Luego, pensé en mi madre. Cuántas crisis de ansiedad tendrá, y cómo mandaré al carajo el matrimonio tan estable de mis padres. Cómo incitaré a que demás personas lo hagan, teniendo ellos su vida arreglada. En realidad, sentí que recapacité por un momento, pensando en que puede ser que yo joda toda la gira. Desistí al ver cómo mi grupo de amigos posiblemente se separaba, el equipo de vóleibol ponía mi camiseta en un lugar especial en dirección del colegio, que mi profe jefe tenga una entrevista de los medios de comunicación masivos y que mi funeral sea uno donde quizá no mucha gente venga, pero en el que probablemente quién más llore sea yo desde un plano alejado de este mundo.

Sonriendo, y casi llorando, me decidí a guardarme todo, como siempre lo hago. Dejar que envenene mi alma. Que se impregne como una bolsa de té ceylán en agua hervida. Ahí, quise bajar del barandal... Y fue ahí donde casi la cago.

Al querer bajarme y desistir de tirarme, pareció que mi cuerpo tuviese otra opinión aparte de la mía. Hubo un cierto un impulso involuntario de mi cuerpo que, como último intento de irse con el agujero negro, se inclinó más de lo que debía hacía adelante. Me afirmé fuerte, y quedé impactado por lo que casi pasó. Me quedé mirando al vacío cerca de 2 minutos, traumado de morir.

A la fuerza, aprendí el valor de la vida. Su valor, y en lo que puede pasar si es que alguien la pierde de una forma tan estúpida. Porque, seamos honestos: no es el lugar, ni la forma apropiada para eso, porque pensándolo bien, nunca y ningún lado lo es.

Luego de contemplar el valor de la vida y la muerte, quise contemplar mis alrededores. Nadie.
Janney y Elías seguían en lo suyo. Vi que me hacían compañía en el barandal Manu y Catalina, apoyados como pareja. Luego de verlos, miré al vacío de nuevo ya no con tanto temor.

Decidí alejarme de ese maldito barandal.

Bajé las escaleras, fui a mi cuarto. Estaba Agustín mirando su celular con audífonos puestos. Pienso de nuevo, si es que a alguien como Agu le importaría que me muriese.

Decido plasmarlo todo en un texto y desahogar las tendencias suicidas insaciables que tengo.
Mi texto tenía 3 párrafos, y apenas cubrían toda mi pantalla del teléfono. Quise buscar a Elías, que ahora estaba en su cuarto. Se lo mostré y esperé pacientemente a que, como es costumbre, rápidamente lo leyera y sacaste sus propias conclusiones. Me miró fríamente, como si lo molestase. Como miraría a un chicle en su zapato. Me dijo:
- ¿Qué querí que te diga po?
Rato después me envió un video que me dijo él haberlo visto, hablado de estupideces de "gratitud" desde una perspectiva lo menos empática posible.

Esta mierda no está pasando, me dije a mi mismo. Nadie me comprende, y tampoco nadie me quiere comprender. Desde ese momento, no volví a apelar a la empatia de nadie, nunca más.

No volver a decir nada de lo que siento. A nadie. Nunca más.

Prefiero dejar que me envenenen a que alguien tire a la basura mis sentimientos.

Aparentemente sí, soy invisible. Y al parecer, también insensible, intangible, y poco menos que inhumano.

A la próxima lo pienso mejor, y quizá esa vez si me vaya. Que lloren o no ya no importa. Solo quiero irme de aquí y nunca más volver.

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2020 ⏰

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