Capítulo I: Alpbach

9 1 0
                                    

"¿Alpbach? Pero Padre, solo ha sido una tonta broma" argumentó Johan. No hubo caso. El Padre Lucas ya había tomado la decisión innegociable, fiel a su estilo, de que Johan no pertenecía al Monasterio de Telfs en Innsbruck, puesto que carecía de la disciplina que todo monje franciscano debía tener para estar allí. Johan no podía creerlo, verdaderamente había sido una tonta broma juvenil. Aquella cubeta de agua sobre la puerta estaba pensada para el Hermano Moritz, pero ninguno de ellos creyó posible que el Padre Lucas anduviera por los aposentos del monasterio a aquellas altas horas de la noche. El balde en la cabeza y el frío que recorrió su anciano cuerpo al ingresar en la habitación fueron suficientes para que tomara la drástica decisión de trasladar al Hermano Johan Schein a un pueblo donde, lejos de todo atisbo de civilización, pudiera aprender las formas de la Orden Franciscana y lograr encontrar la paz que en su corazón faltaba. Era consciente de que Alpbach era un destino un tanto difícil: la gente allí era muy poco afín a la iglesia y ya hacía años de que el último sacerdote huyó despavorido del lugar luego de que le hicieran toda clase de deshonras. Alpbach sería, sin duda, el lugar ideal para alguien como Johan.

Alpbach era un pequeño pueblo ubicado a mitad de camino entre Innsbruck y Kitzbüchel, en pleno corazón del Tirol. Si bien estaba muy cerca de las fronteras con Italia y Alemania, el estar a media cumbre de los Alpes lo aislaba considerablemente del resto de la civilización. El pueblo era sumamente pintoresco, lleno de las típicas cabañas alpinas con largos techos que caían hasta el suelo. Las empedradas calles eran sinuosas y en pendiente, puesto que respetaban la topografía del lugar donde fueron construidas. El centro comunal era un edificio antiguo de piedra, ubicado al pie de la ladera, como el resto de los edificios públicos y tiendas. Más arriba se podía ver cómo se extendían las pocas casas que componían el pueblo, que por aquel entonces tenía unos escasos ochocientos habitantes. Los aldeanos eran, en general, muy alegres y atentos. Tal vez el problema con el sacerdote anterior estaba relacionado con sus repetidos intentos de controlar la vida privada de los habitantes del pueblo, o tal vez habían sido sus constantes desacuerdos con los ancianos del lugar. Lo cierto es que su población había estado compuesta históricamente por las mismas familias desde hacía siglos, lo que de algún modo facilitaba las relaciones y el compañerismo entre ellos, aunque no funcionó con el diácono anterior.

 Lo cierto es que su población había estado compuesta históricamente por las mismas familias desde hacía siglos, lo que de algún modo facilitaba las relaciones y el compañerismo entre ellos, aunque no funcionó con el diácono anterior

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El camino para llegar a Alpbach era verdaderamente hermoso: un valle precioso, rodeado por el río Eno y cubierto por un espeso colchón de nieve que lo cubría todo a su paso. Los bosques de pino decoraban maravillosamente la escena, dándole un toque mágico y encantador a todo el lugar. Apenas cincuenta y seis kilómetros separaban una ciudad de otra, pero tan pronto como el autobus dejó Innsbruck y tomó rumbo al este, Johan pudo sentir cómo se alejaba cada vez más del ruido de la ciudad. Lejos de ser una tortura, descubrió que le gustaba más de lo que imaginaba. Al llegar a la capilla de Alpbach, en lo alto del valle, Johan confirmó lo que creía: el lugar se encontraba completamente abandonado y la naturaleza había comenzado a avanzar sobre el terreno que dejó sin atender el sacerdote anterior. La capilla era modesta, fiel al estilo franciscano, y tenía prácticamente todo lo necesario para vivir. De hecho, al fondo del terreno encontró lo que parecía ser una descuidada huerta lista para ser plantada. Verdaderamente, lo tenía todo. Todo, menos compañía. Johan sabía que no volvería a ver a sus amigos del monasterio en un muy largo tiempo, y lamentaba haber sido él quien tuviera que dejar Innsbruck para no volver. Sin embargo, confiaba en que Dios lo había querido así y que si así fue, era exactamente como debía ser. Al fin y al cabo, tenía un compromiso con su Creador y estaba dispuesto a aceptar este confinamiento si eso era lo que el Señor tenía preparado para él. El desafío estaba planteado. Había llegado a destino...

El MonjeWhere stories live. Discover now