—Sí, de veras —aseguré, mientras el miedo me ahogaba.
—¿Lo puedes jurar?
Me asusté mucho, pero dije en seguida que sí.
—Entonces di: lo juro por Dios y mi salvación eterna. Yo repetí: —Por Dios y mi salvación eterna.
—Bien —dijo, y se apartó de mí.
Yo pensé que con esto me dejaría en paz; y me alegré cuando se levantó, poco después, y propuso regresar. Al llegar al puente dije tímidamente que tenía que irme a casa.
—No correrá tanta prisa —rió Franz—, llevamos el mismo camino.
Franz seguía caminando lentamente y yo no me atreví a escaparme, porque en verdad íbamos hacia mi casa. Cuando llegamos y vi la puerta con su grueso picaporte dorado, la luz del sol sobre las ventanas y las cortinas del cuarto de mi madre, respiré aliviado. La vuelta a casa. ¡Venturoso regreso a casa, a la luz, a la paz!
Abrí rápidamente la puerta, dispuesto a cerrarla detrás de mí, pero Franz Kromer se interpuso y entró conmigo. En el zaguán fresco y oscuro, que recibía sólo un poco de luz del patio, se acercó a mí y, cogiéndome del brazo, dijo:
—Oye, no tengas tanta prisa.
Le miré asustado. Su mano atenazaba mi brazo con una fuerza de hierro. Me pregunté qué se propondría y si quizá me quería
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Demian (abraxas)
RandomQuería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. Solo disfrútenlo