Capítulo único

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Steve se consideraba a sí mismo un hombre afortunado. Había sobrevivido las enfermedades de su niñez, la pobreza y la temprana muerte de su padre en una época en dónde los hombres eran casi el único sostén de un hogar. Su madre fue una mujer fuerte, luchadora, que nunca se rindió y los sacó a ambos adelante, que lo amaba y lo cuidaba a pesar del peso económico que su frágil salud representaba. Había conocido niños que fueron abandonados por mucho menos que eso y cuyos destinos pocas veces podían considerarse buenos.


Pudo educarse. Asistió a una pequeña escuela pública que quedaba cerca del trabajo de su madre y aunque estaba casi en ruinas y atravesaba varias carencias, el maestro que aún se negaba a abandonarla, tenía una fuerte vocación y cariño por sus estudiantes. Eran pocos y de diferentes edades, pero todos provenían del mismo ambiente humilde y convivían a diario con dificultades que ningún pequeño de su edad debería afrontar. Les enseñaban a todos juntos en la única aula que aún conservaba todas sus ventanas y una chimenea funcional para el invierno y se dedicaba a cada uno por separado según sus capacidades.


Aprendió a leer y a escribir mucho más tarde que otros niños, pero a diferencia de muchos otros, al menos tuvo la oportunidad. Hizo amigos, descubrió que era bueno dibujando y que aquello le gustaba. Que no toleraba las injusticias y que aunque era débil de cuerpo, su espíritu le triplicaba en tamaño. Cuando perdió a su madre, ya era capaz de valerse por sí mismo y de no morir en el intento. De ella había aprendido a jamás rendirse y que ningún trabajo era poco digno si se hacía con honestidad y la frente en alto.


Luego llegó la guerra, y ahí también tuvo suerte. Pese a los numerosos rechazos, estuvo en el lugar indicado, en el momento indicado y conoció al hombre que cambiaría su vida. Sobrevivió al entrenamiento, y luego al suero experimental. Toleró ser la burla nacional en la que lo convirtieron y finalmente, una vez más estuvo en lugar y momento correcto. Pudo demostrar de lo que era capaz y comenzar a vivir su sueño, aquello por lo que tanto se había esforzado. Ayudaba a sus amigos y a su país en el campo de batalla, trabajaba con sus propias manos para crear un lugar mejor y más seguro.


Conoció personas increíbles e historias de valentía, amor y sacrificio. Y cuando creyó que su suerte se había acabado, nuevamente le sonrió. Sobrevivió y despertó en un futuro tan confuso como brillante, uno en dónde no estaba seguro de pertenecer. En ese momento no se sintió afortunado, maldijo su destino, se recriminó cada una de sus decisiones y se negó a abandonar el pasado. Por primera vez en su vida, dejó de moverse, se estancó. Se rindió y se resignó a ser nuevamente un objeto de propaganda, un soldado y un escudo viviente.


Fue entonces cuando Los Vengadores llegaron y todo comenzó a moverse una vez más. Nuevas personas e historias maravillosa que conocer, amigos que comenzaron a formar parte de su vida y todas aquellas sorprendentes e interminables aventuras que nunca imaginó que fueran posibles. Pero sobre todo, llegó él. Aquel hombre que le mostró que el futuro era un lugar brillante que merecía la pena conocer, el genio loco que le enseñó cuan afortunado era en realidad y que los donceles no eran como había creído toda su vida. Tony Stark, legalmente Tony Rogers desde hace casi ocho años, era perfecto y el dueño absoluto de su corazón.


Por él podía mover la luna si se lo pidiera y, sin embargo, había algo importante que no podía darle. Una familia. Aun así, el genio seguía a su lado, amándolo tanto como antes. Al principio, cuando pese a todos sus intentos Tony no lograba quedar embarazado, el castaño se culpó a sí mismo. Su juventud y casi toda su vida hasta antes de ser Iron Man había sido tan caótica y descontrolada, que pensaba que aquello debía ser la consecuencia. Incluso era posible que la misma armadura fuera parte de la causa, pero luego de que ambos se sometieran a numerosos estudios y análisis, resultó que era Steve quien no podía tener hijos.

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