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En la habitación de mi apartamento, en el silencio de la soledad, me encuentro mirando al techo. No hay nada nuevo, simplemente es mi techo. Blanco. Pulcro. Con una lampara en el centro, que ahora mismo se encuentra apagada. La habitación esta iluminada solo por la poca luz de la calle que entra desde la ventana de la derecha. Siempre dejo la cortina abierta, por que me gusta observar la calle unos minutos antes de irme a dormir. 

Miro el reloj digital que proyecta una tenue luz roja desde la mesilla. Son las tres en punto de la mañana. Tres, cero, cero. Suspiro. No he dormido mucho los últimos días. Esta soledad me esta matando. Giro para no mirar el reloj y cierro los ojos tratando de dormir. Me aferro a la almohada durante un buen rato. ¿Cuanto tiempo hace desde que vivo en este piso? ¿Cuanto tiempo hace desde que deje de hablar con mis amigos? ¿Cuanto tiempo hace desde que me despidieron de aquel trabajo? Reprimo las ganas de llorar y me incorporo. Pensar tanto no me ayudara a dormir. Quizás alguna pastilla lo haga. Cuando me giro hacia la mesilla para abrir el cajón me percato de algo. Son las tres en punto. Siguen siendo las tres. ¿El reloj esta bien? ¿Me estoy volviendo demente? Me tumbo de nuevo. No he sacado las pastillas. No quiero recurrir a ellas, por mucho que las necesite. No quiero depender de ellas. 

Han pasado diez minutos desde que me volví a tumbar. El reloj sigue marcando las tres en punto. Debe estar estropeado, pero no veo el motivo. Entonces, por el rabillo del ojo la veo. Una chica joven, de aspecto misterioso esta apoyada en la pared de mi habitación. Su pelo negro, largo hasta la cintura, se camufla con la oscuridad de la habitación. Sus ropas igual de negras que su pelo la hacen ver casi como a un espectro. Sus ojos, ambarinos, destacan de forma antinatural. Estoy apunto de gritar cuando la chica hace un gesto, llevando un dedo a sus labios. Su sonrisa es amable, no parece hostil, pero eso no me tranquiliza del todo. Se acerca hasta la cama con un movimiento errático. Solo quedo paralizada, observando a la chica. Ahora más de cerca puedo adivinar que se encontrará en la veintena, como yo. Su rodilla se inca en la cama y con un rápido movimiento se abalanza sobre mi. En ese momento puedo observarlo. Sus ojos son relojes, ambos con manecillas paradas a las tres en punto.

— ¿Q-que... quieres de mi? 

Logro a decir pero la chica no contesta, solo me observa con cierta curiosidad. Su expresión me deja ver que para ella esto es casi tan raro como para mi. Abre la boca pero no emite ninguna palabra. Solo se escucha un sonido salir de su boca. Un tic, tac, tic, tac. A diferentes ritmos como si tratase de hablar. Niego con la cabeza para darle a entender que no comprendo lo que trata de decir. Se aparta de mi y ladea su cabeza. Parece querer comunicarse conmigo pero no tiene la capacidad para ello. 

— No... ¿No puedes hablar? 

Ella mueve efusivamente la cabeza hacia los lados, como si estuviese dándole vueltas a un pensamiento. Me mira a los ojos. Soy capaz de saberlo pues acabo de notar que el centro de los relojes que conforman sus ojos son como sus pupilas y puedo hacerme una idea hacia donde esta mirando. 

— ¿Puedes entenderme?

La chica sigue mirando. No responde, por lo deduzco que ella tampoco puede entenderme a mi. Agarra mi mano y sonríe. Una sonrisa pura e inocente. Observo sus ojos y veo en esos relojes un atisbo de emoción. Noto en ellos el sentimiento de compañía y calidez, comprendiendo que esa chica ha estado sola, al igual que yo. No, no es igual que yo. Ella a estado sola sin nadie con quien pueda hablar, y por la reacción que tuvo cuando la vi, seguramente sin que nadie la pueda ver. Su sonrisa se ensancha un poco más y abre de nuevo la boca.

— ¿Tic, tac, tic, taac, tiiiiic? 

Aquella pauta interrogativa de sus sonidos no me hacen entender del todo el mensaje pero si el sentimiento que me muestra con sus gestos, aferrándose a mi mano, sonriendo, mirándome a los ojos. Asiento y ella parece más feliz. Entonces sus ojos de reloj comienzan a desparecer. Su boca seguía moviéndose intentando hablar. El resto de su cuerpo comienza a desaparecer.

— Tic, taac, tic... Amigas.

Logro oír esa ultima palabra, justo cuando su cuerpo al completo desparece. Justo detrás de ella puedo ver el reloj de mi mesilla. Son las tres y un minuto de la mañana

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⏰ Last updated: Jan 28, 2020 ⏰

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Relatos frente a la chimeneaWhere stories live. Discover now