Yesenia Rojas

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A penas lo logré. La dulce niña todavía está en mis brazos. Escuchó la última tos del cerdo ese que acabo de matar. Nos escondemos en una sala de enfermería. Mientras coso las heridas que alcanzo, Celeste bebe agua y come caramelos viejos de una máquina. Último punto y estoy lista, aunque sé que esto solo detendrá el sangramiento, no detendrá mi muerte. Mientras hago el nudo, siento sus ojos sobre mí. Corto el resto del hilo. Lo siento, ella suspira. Le sonrío. Todos te metimos en esto, le contesto un poco nerviosa dado que nunca antes, alguien me había visto sangrar ¿Duele? Me pregunta y asumo que está hablando de los puntos. Le expliqué que no era tan malo, que era peor romperse un hueso. Ella niega con la cabeza. Ella aclara que se refiere a que si la menstruación duele. Me paralizo. Fui vacunada a los 15, no recuerdo bien qué se siente sangrar. Así que soy honesta con ella, y le digo que no lo recuerdo. Ella asiente. Hay silencio entre nosotras, hago todo lo posible para no gritar de dolor. Noto un cepillo de pelo en una de los estantes, en conjunto a otros cosméticos.

La pequeña salta cuando toco su cabello, aparentemente no me escuchó llegar a ella. Lo peino tan suavemente como puedo, pero el viento de la motocicleta hizo un gran trabajo creando nudos imposibles. Su pelo en mi mano se siente muy bien. Le hago una trenza. Y Celeste se ve hermosa. Su rostro descubierto muestra sus lindas pecas en su frente, nariz y en sus mejillas regordetas. Con el mismo hilo que use para coser mi herida, aseguro la trenza ¿Duele dar luz a un bebé? Pregunta. Trago fuerte, y soy honesta con ella diciéndole que solo sé cuánto duele no ser mamá. Siento náuseas y caigo de espaldas. Celeste se acerca a mi e intenta ayudarme, me ruega que me mantenga despierta y la verdad es que no hay nada más que quiera hacer que mantener los ojos abiertos, porque sé que puedo protegerla. Abrázame, le dije, y como un pequeño cachorro debajo de un oso, ella se queda a mi lado y me abraza. Ella acaricia mi rostro con sus manos tiernas. Con mi última fuerza, rezo para que ella esté bien. Ella se queda dormida sobre mí. Es de noche. El hospital jamás había sido así de cálido.

La puerta de abre. Unhombre entra. Se ve elegante. Me mira como si yo no existiera ¿Eres deAquelarre? Pregunto. Él dice no ¿Eres de los pioneros entonces? Él dice que no.Al contrario de su tosca voz, él toma a Celeste con cuidado y ternura. Ellaestará bien, me dice, mi patrón le dará las herramientas que ella necesita paraalcanzar su destino; la nueva madre. No puedes forzarla, le digo, es sudecisión. Es su deber, me responde él y se va con la niña durmiendoprofundamente sobre su fuerte hombro. Toda mi última fuerza la uso paramantenerme despierta y ver la tierna vista de ella durmiendo. Lo gastoimaginando como hubiese sido llamarla mi hija. La imagino dentro de miinexistente útero. No puedo protegerla ahora, me siento mal por eso, pero poreste breves momento solo fingiré un poquito mientras cierro los ojos. Ahí va miesposo con mi pequeñita Celeste en sus brazos. Ella es una niña muy dulce.Tomamos una ducha, y reímos. Ella esta durmiendo plácidamente. Hoy jugamosdemasiado, incluso yo estoy cansada. Mañana estudiaremos el abecedario,después, iremos a la práctica de ballet. No puedo esperar.

Nuevo cieloWhere stories live. Discover now