12. It's All Tears

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8. IT’S ALL TEARS



Soy un pozo profundo y redondo,
un pozo cavado a la medida de tu cuerpo.
Soy un pozo absurdo y si la sangre se rebalsa,
finjan que nadie ha muerto y corran las cortinas.
Laven los platos sucios, cambien las sábanas,
quítenle el polvo a la oscuridad
que repta bajo el colchón.
En los rincones de este paraíso
me pierdo entre telarañas y
entre las tablas del suelo,
los secretos ya olvidaron su nombre.
Las paredes se aburrieron y
nos dieron la espalda,
el sufrimiento las aturde,
el silencio no las divierte.
Nadie quiere ser la sombra
de dos tímidos fantasmas
y ni siquiera el sol nos sigue
para entibiarnos
los recuerdos malheridos.


—Es triste —dijo Gabriela, que había empezado a ir al taller de lectura.
Seguramente se arrepentía. A ella le gustaba leer novelas románticas y en el taller leíamos cuentos de Borges y poemas de Poe.
—Parece que hablara de una muerte o de una separación —opinó el chico de quinto—. Bah, una muerte es una separación. Pero donde dice «soy un pozo profundo y redondo cavado a la medida de tu cuerpo» se refiere a la tumba.
—El yo poético quiere decir que él mismo es su tumba…
—Aunque la frase de «nadie quiere ser la sombra de dos tímidos fantasmas»… Mmn, parece que habla ahora de dos personas que se separaron. Bah, no sé, estoy divagando —dije.
—¿Es del mismo poeta? ¿De Pablo de Sagastizábal? —preguntó Narda.
—No, es de Andrés Viterbo, también es argentino. Es psiquiatra, además.
Narda asintió. Sabíamos que se jubilaba a fin de año. Era una lástima que es el taller de lectura terminara en diciembre. Quizá su reemplazante pudiera continuarlo. No lo sabíamos. Narda lo hacía de forma desinteresada, no cobraba por el taller. Así que no teníamos idea de si su sucesor o sucesora lo retomaría.
—Para mí también habla de una separación. De un divorcio por ahí. Me da la sensación de una separación romántica, por la mención que hace al colchón —dijo el chico de quinto.
—¿Por qué elegiste este poema, Sebastián? —preguntó Narda. Siempre hacía esa pregunta.
Mi amigo se encogió de hombros.
—No sé, me gustó —dijo simplemente. Y tuve la certeza de que estaba mintiendo.



Sebastián faltó el primer día de julio, que cayó jueves. Le mandé un whatsapp, pero no contestó. Es más, ni siquiera lo vio. Era raro. Sentado solo, lo extrañaba. Quería que el día se terminara y que fuera viernes para volverlo a ver.
Pero el viernes tampoco apareció. El día anterior lo había llamado a la casa y tampoco me había contestado. Comenzaba a preocuparme.
Cuando Sebastián faltaba, sentía una mezcla de sentimientos alarmante: sentía tristeza por saber qué pasaría el día solo y sin verlo o hablar con él, sentía decepción y sentía enojo. Me enojaba con él porque hubiese faltado. Porque no sabía lo triste que me ponía ver la silla a mi lado vacía. Él faltaba y no se preocupaba por mí. Él faltaba y yo sufriendo.
Me sentía enojado y ofendido porque no respondiera mis mensajes. ¿Acaso no era su amigo? ¿Qué le pasaba? Estaba nervioso, enojado y malhumorado. Muchas emociones para un solo día. El viernes, durante la cena, mis papás advirtieron mi mal humor pero les mentí diciéndoles que habíamos tenido una prueba sorpresa de matemáticas.
—No tuviste ninguna prueba sorpresa —declaró Valeria, sentándose a mi lado en la cama.
—Sebas faltó de nuevo—expliqué.
—¿Está enfermo?
Le conté que no me contestaba el celular ni el WhatsApp ni las llamadas a su casa, ni el Facebook. Tampoco había publicado nada en Instagram desde la semana pasada.
—Qué raro —dijo ella—. Pero si le hubiera pasado algo Lenny te habría llamado.
No quería ni siquiera pensar en esa posibilidad.
Siempre me levantaba temprano los fines de semana (cuando no salía). Sin embargo, esa mañana me levanté aún más temprano. Es decir, me levantaron. Me desperté al escuchar el sonido de una notificación de WhatsApp. Y otra. Y otra. Y otra. Era Sebastián. Por fin se dignabaa aparecer.

Hola Johnny
Perdón que no te conteste
estás despierto?
Me siento muy mal.
Estás en tu casa?
Podés bajar?

¿Bajar?
Salté de la cama y cuando abrí la ventana-puerta del balcón, una brisa helada me abofeteó el rostro. El cielo aún no se había terminado de aclarar y hacía un frío de morirse. Me refregué los ojos adormilados.
—¡Chst…! —chisté hacia la calle vacía y helada.
Y entonces Sebastián apareció entre los barrotes de mi balcón. Y todo el enojo, la tristeza, la decepción…Todo se evaporó junto con mi aliento cuando suspiré. Vestía completamente de negro, como siempre. Llevaba un tapado que le llegaba las rodillas y un gorro como los que suele usar Ville Valo. Pero algo no anda bien con él, advertí, aún medio dormido. Estaba triste. No, estaba más que triste: estaba llorando.
—Ahí bajo.
Me vestí a toda velocidad, salí de mi habitación y bajé las escaleras hacia la calle de tres en tres.
Cuando mi amigo me vio, se abalanzó sobre mí. Me abrazó con fuerza, sollozando. Yo no entendía nada, pero le devolví el abrazo. Sebas temblaba de frío, pero su rostro estaba caliente por las lágrimas.
—Johnny —sollozaba.
Y sentía que se me partía el corazón en pedacitos.
Mientras lo abrazaba, noté lo delgado que era y lo robusto que era yo en comparación. Tendría que tener cuidado si algún día me acostaba con él. Se me podía romper. Dios, ¿qué estaba pensando? Mi amigo estaba en medio de un ataque de histeria y yo me imaginaba cualquier cosa…
Nunca nadie me había abrazado así. Con fuerza, con dolor, con desesperación. No sabía qué hacer, pero sí sabía qué quería hacer. Quería quedarme ahí en la puerta de mi casa,abrazándolo para siempre. O al menos hasta que llegara el verano.
—¿Qué pasó, Sebas? —le pregunté cuando noté que su llanto se hacía más pausado.
No contestó enseguida. Siguió hipando y temblando.
—Terminé con Juan Cruz—dijo por fin, en medio de un sollozo estrangulado.
Creo que el ser humano es contradictorio por naturaleza y esa mañana lo experimenté en carne propia cuando escuché a Sebastián decir esas palabras.
Porque me sentí feliz y triste ala vez.
Feliz, porque mi amigo había terminado una relación con un hombre que parecía no apreciarlo como se lo merecía. Feliz, porque ahora estaba soltero y podría intentar acercarme a él(aunque no sabía cómo). Triste, porque me rompía el alma verlo así desesperado, llorando. I’m in love with you, not the tears in your eyes, canto Ville Valo en mi cabeza.
—Vení,¿querés subir? Así entrás en calor… —Negó con la cabeza—. Bueno, ¿caminamos un poco? Estás temblando…
Y dejé de abrazarlo, pero no lo solté. Le pasé el brazo derecho por los hombros y así, juntos, empezamos a caminar en dirección contraria al centro, a la plaza a la peatonal.
No había nadie en la calle pero a pesar del frío, el cielo está despejado y sin ninguna nube. Sería un lindo día.
—Contame que pasó, ¿querés?
Sebas se limpió los ojos y la cara con la mano. Calló.
—Está bien si no me querés contar. No pasa nada —susurré. Y sin pensarlo le acaricié el cuello. Su piel estaba tibia. Suspiró y lo vi morderse el labio, nervioso.
—Te quiero contar, Johnny… pero tengo miedo de que pienses mal de mí. Y no quiero que pienses mal de mí.
Empezó a sollozar de nuevo. Estábamos en medio de la calle, así que tiré de él suavemente y cuando llegamos a la vereda, lo abracé de nuevo. Fue un abrazo suave. Descansó el mentón en mi hombro y apoyé la mano izquierda en su cabeza y la derecha en su cintura. Se sentía tan bien estar con él así.
Te amo, quería decirle. Pero le dije:
—Decime, no pasa nada.
—¿En serio, Johnny?
Nos sentamos en los canteros que estaban junto a una inmobiliaria y dejé que mi amigo se calmara.
—El miércoles pasado fue el cumpleaños de Juan Cruz —comenzó él—. Hacía tiempo me había preguntado… charlando, ¿viste? Boludeando… Me había preguntado si tenía alguna fantasía… sexual. —Sí, era obvio. Había entendido, no era necesario que aclarara la naturaleza de dichas fantasías—. Y yo le había dicho que una de mis fantasías… —Sebastián suspiró otra vez y todo su cuerpo pareció estremecerse—… Era hacer un trío.
¿Y quién cantaba?, le habría preguntado. Pero claro, no se refería a esa clase de trío. Sebastián miraba al suelo, incapaz de verme a los ojos.
—Y él dijo que también tenía esa fantasía y…El miércoles fui a su casa y estaba con otro pibe. Tomamos un poco y…—Sebas se encogió de hombros y se dejó caer como una marioneta.
Me quedé callado, demasiado conmocionado para hablar. No lo podía creer. No lo quería creer. No quería imaginarme a Sebastián…¡apenas me lo imaginaba con Juan Cruz!
Sebastián había estado con otro hombre ,¡con Juan cruz y con otro tipo a la vez!
En ese momento tuve la certeza de que éramos muy diferentes, de que él no era mi tipo, yo no era su tipo y que jamás se fijaría en mí. Pero cuando levanté la cabeza y lo vi llorando en silencio, lo único que pude hacer fue abrazarlo de nuevo.
—¿No pensás mal de mí, Johnny? —susurró.
—Pero…¿qué pasó? No entiendo… O sea, si era una fantasía tuya… ¿Por qué?
—Sí, era una fantasía. Pero él ni siquiera me preguntó nada. No me preguntó si yo quería tener esa clase de relación con él. Pero ahora me doy cuenta de que nunca me quiso. Solo me quería para acostarse conmigo. ¡Si ni siquiera era capaz de acordarse de que no podía tomar cerveza!
Sebastián estaba dejando salir toda su frustración, que no era nueva. Por la vereda de enfrente pasó un abuelo con un perrito. Nos miró con curiosidad pero luego, quizás advirtiendo la situación, apartó la mirada y siguió caminando.
—Johnny —dijo Sebas con la voz ahogada.
—¿Sí?
—Prometeme una cosa, Johnny. Cuando tengas novia o cuando salgas con alguna chica,respetala. No me trates como él me trató a mí…
«Pero vos no sos una chica», casi le digo en broma.
Entendí a qué se refería. Él había sido el vulnerable de la relación, el más joven y el que tenía menos experiencia. El que había tenido menos poder. ¿Cómo era posible que incluso en una relación homosexual existieran tales desbalances?
Asentí en silencio. Mi interior gritaba que no quería salir con ninguna chica. Que quería salir con él, que él fuera mi novio y que sí: lo respetaría, por supuesto. Y que por favor me respetara a mí, porque carecía de su experiencia, porque era la primera vez que me enamoraba…
—Johnny —musitó casi sin voz. Lo oí tragar saliva—.¿Me acompañás a la peatonal a hacerme el test de VIH?
Casi me caigo de espaldas al cantero. Abrí los ojos Hasta que me dolieron. Entendí un poco más lo que mi amigo había querido decir con eso del respeto. Me agarré la cabeza con las manos y me tironeé el pelo, de puros nervios.
—Si no querés está bien —susurró él.
—No —casi grité poniéndome de pie de un salto—. Vamos.
Sebastián se levantó. Tenía la cabeza gacha. Estaba avergonzado. Yo, por mi parte, no sabía qué sentía. Rabia hacia Juan Cruz. Tristeza y miedo por Sebastián. Y por mí. Y otra cosa que no supe identificar, pero que seguramente no era nada bueno.
Caminamos de vuelta hacia mi casa en dirección, hacia el centro. Sebastián me dijo que había un centro de VIH a un par de cuadras de la peatonal, al lado de un mercado chino. Intenté hacer memoria, pero no podía ubicar el lugar. O quizá nunca me hubiese fijado en él.
—Estás decepcionado de mí, ¿no? —preguntó otra vez.
Su pregunta me sonaba rara.
—No, Sebas. Soy tu amigo, no tengo por qué estar decepcionado. Estoy… —Suspiré—… Shockeado. Y En todo caso…—me mordí la lengua.
—¿Qué? ¿Que ibas a decir? ¿En todo caso qué?
—En todo caso la que se moriría sería tu vieja.
Bajó los ojos de nuevo. Lo vi retorcerse los dedos.
—No sé cómo voy a hacer para contarle.
Dejé de caminar.
—¿Le vas a contar? ¿Estás loco, boludo? ¡Se va a morir Lenny!
—Ella se va a dar cuenta de que me pasa algo. A ella nunca le había gustado Juan Cruz.
—Y a mí tampoco —admití.
Me miró inquisitivo. Habíamos llegado a la peatonal. Eran las ocho de la mañana. Ningún negocio estaba abierto, solo las cafeterías.
—Me daba cuenta de que no te prestaba mucha atención —dije con todo el cuidado que me fue posible.
—Sí —admitió con amargura—. Vos me prestas mucha más atención que él. —Me dirigió una pequeña sonrisa, pero no pude devolvérsela.
Cuando pasamos por una cafetería más o menos barata, pedí dos cafés para llevar. Y dos medialunas. No me alcanzaba para más.
—Gracias —susurró—. ¿Ves? Hasta me tratas mejor que él.
Para Sebastián debía ser sorprendente que un simple amigo lo tratara mejor que su propio novio. Pero ese simple amigo era yo. Y yo lo amaba. Sí, lo amaba, ya lo había aceptado. Había dejado que ese sentimiento me llenara, me atravesara. Era un sentimiento hermoso. Y triste.
El centro de VIH estaba junto un mercado chino, tal como él había dicho. Era una casa  pintada de amarillo y si no hubiese tenido sobre su puerta un cartel rojo que decía  «Centro de VIH» habría pasado completamente desapercibido.
—Lunes a sábados de ocho a quince—leyó Sebastián en la puerta—. Son las ocho y media —dijo mirando la hora en su celular.
Nos miramos y él se atrevió a intentar abrir la puerta. Oh, sorpresa, estaba cerrada. Intenté mirar por la ventana, pero tenía las cortinas corridas. Pero entonces escuchamos un ruido de llaves y un hombre nos abrió la puerta en la cara. Era de estatura media, calvo y un poco gordo.
—Buenos días —nos saludó, mirando primero a Sebastián y luego a mí—.¿Para hacerse el test?
Sebastián asintió. Me alivió que el hombre lo hubiera preguntado. Sebastián estaba pálido como un muerto y sospeché que tal vez no se habría atrevido a decirlo.
—Adelante. —Entramos. Era una sala de unos cuatro metros por cuatro decorada con afiches—. Tomen asiento. —Nos sentamos a una mesa redonda—. Aguárdenme un poquito, por favor…
El hombre desapareció por un pasillo.
Sebastián tenía la cabeza baja, las manos sobre el regazo y se retorcía los dedos. Jamás lo había visto tan tenso. Me concentré en los carteles, la mayoría eran afiches informativos acerca del VIH, métodos anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual.
«El virus del VIH no se transmite por compartir vasos, platos, cucharas, ropa, toallas ni por picadura de insectos…»
—¿Quién se va a hacer el test?
—Yo… —susurró Sebas poniéndose de pie.
Y siguió al hombre por el pasillo. Suspiré. Realmente no podía creer la situación en la que me encontraba. Mejor dicho, el lugar en donde me encontraba. Le tenía bronca a Juan Cruz. Rabia, odio.
Colgada en una pared, había una cajita con preservativos.«Preservativos gratis» decía el cartel. Sin pensarlo mucho, me paré, agarré un par y me los guardé en el bolsillo del pantalón. Tal vez se lo regalara a Juan Cruz si algún día lo volvía a ver.
Sebastián volvió luego de diez minutos, con un algodón apretado al dedo índice.
—Cuando esté el resultado me va a llamar.
Nos quedamos en silencio. Me había contagiado del nerviosismo de mi amigo y tenía miedo. Sebastián no me había dicho exactamente porqué había querido hacerse el test y yo no estaba seguro de querer saberlo. No había que tener demasiada imaginación, tampoco.
—¿Vos también te lo querés hacer? —me dijo el hombre.
—No —contesté con un nudo en la garganta.
—Okey. Vení —le dijo a Sebastián.
Comencé a sacudir la rodilla derecha para aliviar la tensión. Estaba seguro de que nunca me había sentido tan nervioso. Quise distraerme mirando el Facebook en el celular, pero en ese momento mi teléfono se apagó. Me había quedado sin batería.
Sebastián volvió con un papel en la mano, el rostro apenas un poco menos tenso y salimos de allí casi corriendo.
—Negativo.
Le sonreí aliviado, pero él seguía serio. Abolló el papel en su mano y lo tiró un tacho de basura.
—No es un resultado definitivo. Tengo que volver a hacérmelo en tres meses para estar seguro.
—¿Por?
—Porque es lo que tarda el virus en desarrollarse, me explicó el tipo. Osea, que si me infecté la otra semana, hoy no me va a dar positivo. Me va a dar positivo en tres meses.
Apreté los dientes. Dios mío, ¡tres meses!
—Pero bueno, por lo menos estoy seguro de que no me infecté antes.
No dije nada. No tenía nada, absolutamente nada que decir.
Invité a Sebas a casa, pero se negó. No se sentía bien para estar con tanta gente.
—Pero tampoco quiero quedarme solo en mi casa —susurró.
Y me miró con esos ojos verdes. Y se me derritieron en las entrañas.
—Bueno, le avisó a mi vieja que voy a tu casa.
—¿En serio? Dale —Sonrió agradecido.
Lenny no estaba en casa, me dijo mi amigo. Desde el jueves estaba en Mar del Plata en un congreso. Volvía por la tarde.
—Pasemos por la rotisería para comprar algo para almorzar.
—¿Por la rotisería? —repliqué—. Te vas a gastar un montón de guita ahí y encima no sabes cómo preparan toda esa comida. Vamos al Coto y compramos un pollo.
—Pero yo no sé preparar…
—Yo lo preparo, no te hagas drama.
Volví a mirarme con esa sonrisa agradecida y no me fue difícil imaginar que lo agarraba de la cara y lo besaba ahí en medio de la calle.
Compramos un pollo, papas, cebollas, ajo y algunos condimentos.
—¿Qué vas a hacer con todo esto? —preguntó contemplando el carrito como si mirara un rompecabezas desarmado.
—Comida, amigo, comida. Te la presento:¡comida deconstruida!
—¡Jaja, qué pelotudo! —rio y me encantó haberle sacado la primera risa de verdad de todo el día.
Cuando pasamos por la sección de frutas y verduras, Sebas quiso comprar manzanas.
—No, tonto. Esas están ácidas. —Había elegido unas manzanas de color rojo chillón.
—¿Cómo sabes?
—Cuando están de este color no están buenas. Tenés que elegir las manzanas rojas y brillantes y tocarlas un poco por si se te hunde el dedo. ¿Ves? Esta está harinosa.
—¡Guau, qué genio, Johnny!
Me le reí en la cara y él se rio conmigo.
Llegamos a su casa a eso de las once. Sebastián no había sacado la basura. En el tacho había como seis latas de atún vacías. Me dio risa. El resto de la casa estaba limpio. No había platos sucios en el lavaplatos, ni migas debajo de la mesa.
Mi amigo llevó su notebook a la cocina y puso un recital de HIM en Youtube, el que la banda dio en el año 2008 en el teatro Orpheum de Estados Unidos.
—¿Te sentís un poco mejor? —le pregunté mientras le sacaba la piel al pollo.
Él se encogió de hombros, contemplando cómo la esbelta silueta de Ville Valo subía las escaleras hacia el escenario del emblemático teatro.
—Prefiero no pensar.
Y no supe si se refería a su relación con Juan Cruz o a que en tres meses debería volver a ese lugar para que le pincharon el dedo otra vez. O en ambas cosas.
Pelé las papas, las corté en juliana, les puse sal gruesa, orégano, coriandro… Ville cantaba había sido enterrado vivo por amor y yo no podría estar más de acuerdo…
—¿Qué son todas estas cositas? —preguntó Sebas sacudiendo las bolsitas de los condimentos.
—Mirá, olé.
Le alargué la mano hacia el rostro; mis dedos estaban embebidos de aceite de oliva, orégano, coriandro y tomillo.
—¡Mnn!
Entonces hizo algo que me hizo dar vueltas la cabeza: me chupó los dedos índice y medio.
—¡Qué rico, boludo!
Me giré, seguí condimentando el pollo. Nervioso, ruborizado y excitado. Una sensación de eléctrico cosquilleo me recorría la entrepierna. Solo rogaba que no pasara a más porque eso sería mi perdición. Cuando no me veía, aproveché y me chupé los dedos embebidos de su saliva.
—¿Te puedo ayudar en algo? —preguntó.
Sí, sacate todo.
O mejor no.
—Prendé el horno —le pedí intentando que la voz me saliera lomás tranquila posible—. Así se va calentando. —Apreté los dientes.¡Yo estaba caliente!
Cuando metió el pollo al horno, nos sentamos a la mesa frente a la notebook.
—Me encanta este tipo —dijo Sebastián entre dientes. Ville cantaba que muriéramos esta noche por amor, que el mundo era cruel y habíamos llegado a él solo para sufrir—. No puede estar tan bueno…
Me miró y susurró perdón entre risitas, unas risitas que me hacían pensar en las risitas tontas de las chicas del curso.
No respondí.¿Perdón porqué?, habría querido decirle. Como también habría querido decirle que Ville era muy fachero,aunque muy viejo como para que lo considerara un bocado apetecible. Pero claro, al parecer a Sebastián le gustaban los hombres más grandes. Sonaba It’t All Tears.
—¿Me cantás esta parte?
Era mi fantasía, una fantasía casi sexual. Escucharlo en vivo cantar el estribillo de It’s All Tears, donde la voz de Ville desciende hasta los infiernos y luego sube resucitada para acribillarnos. Y lo hizo…

I'm waiting for you to drown in my love
So open your arms
I'm waiting for you to open your arms
And drown in this love!

Y se me erizó la piel, cosa que solo me pasaba cuando escuchaba a Tarja. Quería que Sebastián me tragara, quería deslizarme por su lengua, por su garganta y dormir en su interior. Cuando terminó de cantar, sonrió y se apartó el pelo de la cara.
—Gracias —me dijo.
—¿Por? —¡Yo era el que le agradecía!
—Por hacerme olvidar…
Ojalá pudiera, pensé con tristeza. Ojalá pudiera hacerle olvidar definitivamente a Juan Cruz, su desdén, su desinterés, su irrespeto.
—Vení, tengo algo para vos.
Lo seguí hasta el balcón. Había pocas flores, el frío las había hecho entrar en reposo. Solo las alegrías del hogar estaban igual de floridas que siempre.
—Para vos.
Me extendí un vasito de yogur. En su interior había una pequeña alegría. Estaba sumergida en agua y ya tenía la cantidad de raíces adecuadas para ser colocada en la tierra. Tenía solo una única flor de color rojo.
—La lluvia la rompió y la puse en agua a ver si crecía. ¿La querés?
Claro que la quería. Todo, quería todo lo que me diera, todo lo que pudiera darme. No era fan de las flores, pero esta flor era un regalo suyo.
—Gracias. La voy plantar en mi balcón.
Cuando la tomé, mis dedos acariciaron los suyos por un instante.
Se fue a bañar y me quedé solo en el resto del departamento. Me costaba digerir el hecho de que mi amigo ya no estuviese de novio, de que ahora estaba soltero. Era mi oportunidad para acercarme a él y… ¿cuál era la palabra exacta? ¿seducirlo? ¿enamorarlo? ¿Y cómo seducir a otro chico?¡Dios, ni siquiera tenía idea de cómo seducir a una chica! Entonces caí en la cuenta de algo: me había enamorado de un varón y ese varón era gay. ¿Y si hubiese sido hetero? Había sido afortunado. Aunque fuera ínfima, tenía algo de esperanza.
El pollo estaba en el horno, Ville cantaba que el amor era el funeral de los corazones y el cielo estaba tan celeste que lastimaba los ojos.
¿Qué podría hacer para que Sebastián se fijara en mí?
El primer paso era decirle que era gay. Él pensaba que yo era heterosexual; tenía que derribar la primera barrera que le impedía verme como un potencial novio. Pero qué incomodidad, qué vergüenza, decirle que me había enamorado de él… Que suspiraba mirando una y otra vez sus fotos de Instagram y que me masturbaba fantaseando con que hacíamos el amor.
Me imaginé lo lindo quesería que se fijara en mí…
Me contemplé en el espejo en la sala. Me saqué el buzo. ¡Horror! Tenía puesta la camiseta sin mangas vieja que usaba para dormir. En el apuro, cuando Sebastián me había pedido que bajara, ni siquiera me había vestido apropiadamente.
Me miré los brazos. En verdad tenía los bíceps más marcados que hacía un año. Se me notaban las venas y tenía más pelo…¿y si me hacía un tatuaje?
Pero en ese momento la puerta de entrada se abrió y regresé de golpe a la realidad. Lenny había vuelto de Mar del Plata
—¡Hola, Johnny!¿Cómo estás, corazón?
Llevaba puesta una campera verde militar con cuello de piel y unos pantalones negros de cordero y. Se notaba algo cansada, tenía ojeras y casi no llevaba maquillaje. Arrastraba detrás de sí una pequeña valija con rueditas.
—Lenny,¿cómo estás?
Me saludó con un abrazo y un beso, y luego frunció el ceño y miró hacia la cocina.
—¿Están cocinando algo?
—Estoy haciendo pollo al horno con papas.
—¿De verdad?
Pero antes de que pudiera responderle, Sebastián irrumpió en la sala. Me quedé aturdido. Mi amigo solo llevaba una toalla alrededor de la cintura y tenía el cuerpo mojado. Escuché sus palabras a lo lejos, como si estuvieran hablando a mil kilómetros de distancia…
—Te extrañe, ma.
—Yo también, amor.
Su cabello, normalmente algo ondulado, caía lacio por su frente. Brillantes gotas de agua se deslizan como perlas por su cuello y su espalda y se perdían por el borde de la toalla. Contemplé su espalda ancha pero delgada y su cintura estrecha. Sus brazos y piernas esbeltos… y me imaginé recorriendo con manos y labios la su curva de su cuello, sus tobillos, pantorrillas, muslos…Besando, mordiendo, chupando.
Me dejé caer en un el sillón más cercano y crucé las piernas.
—¡…Hasta aceite de oliva le puso!
Ah, sí. El pollo, cierto.
—Sí, va a quedar bueno —farfullé intentando que no se me notará la incomodidad—. Le falta todavía—
Sebastián dijo que iría a vestirse. Lenny se acercó y se sentó a mi lado. No la miré. Con la vista fija en el suelo, sentí que alargaba el brazo. Me revolvió el pelo con un gesto maternal. Cuando me atreví a mirarla a los ojos, vi que me sonreía. Era una sonrisa pequeña, casi tierna, casi triste...
—Es difícil, ¿no?
Y de repente tenía tantas ganas de llorar…
Asentí. Sí, era tan difícil ser solo su amigo.
—No le digas —susurré, frotándome me los ojos con las manos.
—No, mi amor, cómo le voy a decir. —Lenny me pasó en el brazo por los hombros y me estrechó contra su pecho.



Serví el pollo. Era raro, nunca había cocinado para nadie más que mi familia, y de repente estaba allí junto a Sebastián y su madre compartiendo la mesa. Él ya se había vestido y Lenny se había dado una ducha rápida.
—Creo que nunca comí un pollo tan rico—exclamó Sebastián y yo sentí que se me inflaba el pecho de orgullo.
—Está muy, muy rico, Johnny —alabó Lenny.
Sí, había quedado bastante bueno. Bien condimentado, pero sin exagerar, y las papas crujientes tal como me gustaban. Hasta yo estaba sorprendido.
De postre comimos manzanas con miel. Sebastián siempre comía fruta de postre porque el resto de las cosas (menos los yogures) solían tener gluten.
Lenny se levantó, abrió una de las alacenas y sacó una botella de vino. Nos sirvió medio vaso a los dos y estaba apunto de abrir la boca para preguntarles en broma si se emborrachaban juntos a menudo, pero en ese momento sonó el celular de Sebastián. La canción era Wicked Game, de HIM. Y yo sabía a quién pertenecía ese tono de llamada. Tenso, Sebastián cortó.
—¿Me perdí de algo? —exclamó Lenny, que al parecer también sabía que esa canción le correspondía a Juan Cruz
Mi amigo no tuvo tiempo de responder porque en ese instante sonó el timbre. Nos miramos nerviosos, y los ojos de Lenny y los míos cayeron sobre Sebastián. Irritado, se levantó de golpe, agarró las llaves que había dejado colgadas en la pared y salió del departamento con un portazo sin siquiera ponerse zapatos.
—¿Se pelearon? —preguntó Lenny.
—Terminaron —aclaré con un placer que me avergoncé de sentir.
Ella suspiró y se subió los lentes por el puente de la nariz. Se limpió la boca con la servilleta.
—¿Sabés por qué?
Pensé rápido. No podía contarle demasiado sin sacar a relucir que mi amigo…
—No estaba conforme con la relación —dije, sorprendido por mi capacidad de mentir y decir la verdad al mismo tiempo.
Ella no hizo más preguntas. Sabía que eso era algo que tenía que hablar con su hijo a solas.
—¿Hace cuánto que sabías que te gustan los chicos, Johnny? —me preguntó.
No me esperaba esa pregunta. O tal vez sí. Reflexioné sus palabras. No había dicho «¿hace cuánto que sos gay?» o «¿hace cuánto sabés que sos gay?». Había dejado abierta la posibilidad de que fuera bisexual.
Sonreí incómodo.
—Dos meses casi.
Eso sí la sorprendió. Masticó rápido, tragó y sin siquiera limpiarse la boca dijo:
—¿Nunca te había gustado otro chico?
—No. No sé… es raro. Todavía es raro para mí porque…—Bajé la cabeza—. No me había dado cuenta de que estaba enamorado de él… O sea, me enamoré antes pero me di cuenta después…—Me callé, consciente de que había empezado a decir incoherencias.
—Entiendo.
—¿De verdad? —exclamé levantando la cabeza—. Qué bueno, porque yo no.
Ella dio un trago de vino.
—¿Qué no entendés exactamente? Acabás de describir algo que nos ha pasado a todos.
Lo medité por un momento y nos quedamos callados por un rato. Revolví el plato de la manzana con el tenedor. Ya me había llenado.
Sebastián volvió veinte minutos después. Se fue derechito a su habitación y cerró la puerta con otro portazo. Lenny alzó las cejas. Tenía los labios tiesos.
—¿Querés ir a ver qué le pasa, por favor? Yo levanto la mesa.
Toqué la puerta, pero mi amigo no respondió. Lentamente, la abrí y al no verme echado, entré. Cerré.
Sebas estaba tirado sobre la cama, bocabajo, con la cabeza hundida en la almohada. Lloraba en silencio. Me acerqué, me senté en el borde de la cama y me atreví alargar el brazo y acariciarle el pelo. Quería consolarlo. Necesitaba consolarlo. Contemplé las pelusas rubias que le nacían en la nuca…
—Estás frío—susurré.
Y claro, si había bajado completamente desabrigado. Sobre el ropero había una frazada y lo cubrí con cuidado para que entrara en calor. Se dio vuelta. Tenía la cara empapada y los ojos rojos de tanto llorar.
—Es un imbécil —dijo con la voz ronca con —. ¿Sabés lo que hizo cuando le dije que me había hecho el test de VIH?
—¿Qué?
—Se me rio en la cara, el hijo de puta.
Sacó un brazo de debajo de la frazada. Tenía en la mano una barrita de chocolate.
—Tiene gluten esta mierda. —Y la arrojó contra la pared.
Comenzó a sollozar de nuevo. Lo abracé y le froté la espalda para que se le pasara el frío.
—No quiero verlo más a ese pelotudo.
—No lo veas más…
—Como si fuera tan fácil. Lo voy a ver en el conservatorio y en los ensayos…
—Bueno, mientras no te moleste.
Nos fuimos soltando.
—Cuando te acostás con alguien, te acostás con todas las personas que se acostaron con ella antes—susurró.
—¿Qué?
—Eso fue lo primero que me dijo mamá cuándo le conté que había empezado a tener sexo. —Me miró con los ojos verdes llenos de lágrimas—. Tengo miedo.
Pero yo no podía hacer nada para sacarle ese miedo. Solo podía intentar tranquilizarlo, hacerlo olvidar. Llevé su computadora y puse una película de fantasía. Se entretuvo un rato, pero se quedó dormido a la mitad.
Y se veía tan lindo así dormido.
Te amo, le dije con los labios. Pero las palabras se me quedaron adentro.

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