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Observó con irritación como el hombre caía a sus pies fácilmente, su espada se levantó orgullosa sobre su pecho mientras el hombre mantenía una sonrisa nerviosa ante su ceño fruncido.

Anna suspiró, fastidiada de aquellos hombres que le ayudaban a practicar, no eran más que unos sacos. Ella le dio la espalda al beta cuando este empezó a levantarse.


—Parece que ha estado practicando mucho, su alteza —mencionó él con una risa incómoda.

—Y parece que ustedes, la guardia real, no —observó al beta con una expresión molesta. Él parecía lastimado.


Ella rodó los ojos, dejando caer sus hombros mientras tiraba su espada al suelo. Se llevó las manos al rostro, tratando de aliviar la frustración pensando en otras cosas.


—No quise decir eso —ella murmuró después—, he estado algo... irritada.

—Perdónenos, su alteza —otros hombres a su espalda se unieron, inclinándose ante la princesa—, estaremos esforzándonos más.


Con la promesa, Anna sonrió débilmente. Se despidió de algunos que consideraba buenos compañeros, para después partir de vuelta al castillo. La noche caería pronto, ella estaba hecha un desastre. Había pasado todo su día en los campos de entretenimiento. Si su madre le veía en ese momento, se podría caer del susto diciendo que no era propio de una princesa andar así.

Desde su regreso a Arendelle, había pasado más tiempo fuera del castillo. No soportaba a sus padres tratando de hacerle cambiar de opinión acerca de buscar a alguien con quien compartir su vida.

Anna encaró a su padre acerca del engaño para partir a Dunbroch, diciéndole que eran negocios cuando solo trataban, una vez más, que despertara su interés en una omega. Y aunque a Anna le agradó la princesa Mérida, por primera vez soportando un poco a una omega, Anna no estaba interesada en más que una alianza. Ella no mencionó nada a su padre sobre la princesa Mérida, la etiquetó como otra omega sin importancia, no permitiría que su padre viera aunque sea una oportunidad. Y aunque ella no planeó que se enterara del incidente con los otros dos alfas. El gran monarca de Dunbroch, al que le había causado buena impresión, mandó una carta especial a su padre donde agradecía profundamente, felicitando también, a su padre, por haber criado a Anna tan bien.

Su padre le felicitó por haber causado tan buena impresión al rey de Dunbroch, porque ahora que Dunbroch les debía un favor, podían sacar buenas cosas de eso, según su corte real. Aunque a ella poco le importó. En privado, su padre le cuestionó acerca de la pelea.

Preocupado una vez más porque Anna había perdido el control de sus instintos, ahora delante de dos omegas, dos princesas. Anna aclaró cientos de veces que todo estaba bien, lo iba a controlar, volvería a ser como antes. Pero la verdad es que estaba lejos de hacerlo.

Su ida a Dunbroch le abrió los ojos, la princesa de Corona lo hizo. Anna no era diferente a esos alfas que tanto odiaba, ella no podía ser diferente, era su naturaleza. Y aunque le costaba, debía aceptarlo. Las palabras de esa omega se repitieron en su cabeza constantemente.

Haciéndole sentir culpable, haciéndole sentir miserable, haciéndole sentir hasta asco de sí misma.

Pasaba sus días irritada, era algo de lo que tampoco se podía deshacer. Desde su regreso, su mal humor creció. Y era constante. Todos se volvían imbéciles a su alrededor de repente o era ella la gran imbécil.

Se refugiaba en el entrenamiento con espada, tratando de aliviar así la molestia que le invadía de la nada, buscando sacar sus frustraciones en algo; en busca de que sus instintos no le vencieran tampoco, porque estuvo cerca de agredir a miembros de su propia guardia. Al mirarlos tan torpes, era algo que desesperaba, Anna había casi perdido los estribos en un momento.

𝐈 𝐖𝐀𝐒 𝐌𝐀𝐃𝐄 𝐅𝐎𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐈𝐍ʼ 𝐘𝐎𝐔 ━━━ 𝐞𝐥𝐬𝐚𝐧𝐧𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora