Y ᴇsᴏ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ sᴇɴᴛɪʀ ɪɴᴄʀᴇɪʙʟᴇ...Y ᴀsᴜsᴛᴀᴅᴀ.

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Sebastián podía estar seguro de que había arrancado un pedazo de la piel de su cuello. Él generalmente tenía comezón cuando no concordaba con algo, pero aun así lo hacía. La picazón lo estaba dejando loco. Cielos, esa era una idea idiota, ¿por qué diablos estaba concordando con eso?

Era miércoles y ellos estaban sentados después de clases en la sala de la secretaria para preguntar sobre el intercambio. María José lo había presionado para que fuera con ella, con la excusa de que fuera él la persona que quería hacer el intercambio y no ella. Ella golpeteaba los dedos en la mesa en la espera mientras la funcionaria los atendía, mientras Sebastián intentaba al máximo contener la picazón, pues creía que su nerviosismo era tanto que podría arrancar una vena importante en cualquier momento con el acto.

-Entonces...-Dijo la mujer sentándose.- ¿En qué puedo ayudarles?

Sebastián miró a María José, que percibiendo su hesitación le dio un leve codazo incentivándolo.

-Es...es que yo quería hacer un intercambio. -Dijo él repitiendo lo que ensayaron antes de entrar.- Y quería tener informaciones.

-Está bien. Pero entonces necesito que sus padres vengan aquí para conversar con nosotros, así les explicamos bien cómo funciona todo. -Explicó la mujer.

Sebastián asintió lentamente, feliz por saber que era una pésima idea apoyar las ganas que María José tenía de irse lejos. Sin dudas sus padres no apoyarían eso tampoco.

-Entonces, perfecto. Vámonos María José. -Dijo él sin poder contener el entusiasmo en su voz mientras se ponía de pie.

-No. Pero señorita...-Dijo María José interrumpiéndolo.- Solamente para no perder el viaje, ¿será que usted podría decirnos, más o menos, qué se necesita?

-Está bien. ¿Tú también quieres hacer un intercambio?

El rostro de María José se iluminó con la posibilidad.

-Sí, puede ser.

-Voy a buscarles unos folletos, así pueden investigar bien, y sus padres también pueden informarse con ellos. Solamente un minuto. -Dijo la mujer levantándose y rebuscando en una torre de papeles que estaba sobre un armario.

María José alcanzó la mano de Sebastián y la apretó. Él se hubiera molestado aún más con la situación si la sonrisa de María José no fuera tan bella.

La mujer regresó portando dos pequeños cuadernillos coloridos entregándoselos a ellos.

-Entonces...nosotros regresamos luego con nuestros padres. -Dijo Sebastián levantándose nuevamente.

-Espera. Solo una última duda. -Se pronunció María José interrumpiéndolo nuevamente.- ¿Usted cree que yo tendría algún problema en hacer intercambio, por ser ciega?

La señora evaluó el rostro de María José. La pena flotó en sus ojos por una fracción de segundos.

-Mira, te voy a ser sincera, nunca tuve a alguien ciego haciendo un intercambio. Pero creo que es solamente cuestión de encontrar a la familia preparada para recibirte. -Dijo la mujer, quedando feliz que pocas palabras llevaron una sonrisa con esperanza al rostro de María José.- Vamos a hacer lo siguiente. Tú me das tu número de teléfono y yo hago una pequeña investigación y te contacto.

Mientras María José le pasaba su número y la mujer le daba la esperanza de que era posible encontrar una familia dispuesta en recibirla, Sebastián giraba sus ojos desconforme con el mínimo hecho de que podría ser fácil que su amiga se alejara de él.

~~o~~

María José estaba acostada cómodamente en el sofá de la sala de la anciana Mel, acababa de devorar un almuerzo delicioso. La señora siempre la encaprichaba los miércoles, porque quería agradarle. El paladar de María José no era exigente, ella comería cualquier cosa que tuviera frente a ella si estaba acompañado de Ketchup. Pero la anciana adoraba mimar todos sus sentidos restantes. Distribuía afecto al tacto. Ponía música clásica y suave para su audición, su casa siempre olía a flores y muebles rústicos antiguos, lo que agradaba su olfato y cocinaba maravillosamente bien para la apreciación de su paladar. María José la adoraba por eso.

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⏰ Última actualización: Jan 18 ⏰

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