No recuerdo qué estaba soñando, pero desperté nostálgica, sentía que tuve entre mis brazos algo muy añorado y luego me lo arrebataron bruscamente. La luz azul de mi teléfono celular golpeó mis ojos al apagar la alarma. Apenas empezaba el último mes del 2019, el amanecer seguía oscuro y aunque el departamento tenía sistema de calderas, demoraba bastante en temperar mi habitación. Eran las 07:00 AM, podía permitirme unos minutos más de sueño. Instintivamente, rodé sobre mi costado buscando encontrar el calor de un cuerpo conocido, pero sólo encontré un desorden de almohadas y el frío de la ausencia de Hideki, mi marido. Me costaba aún acostumbrarme a su ausencia, incluso si era temporal. Veo el calendario sobre mi velador, y recuerdo que hoy cumplimos 5 años y medio de casados.
Trato de recordar el sueño, cerrando los ojos, abrazando una cobija en la que busco el olor de mi pareja. Pero aquella sensación huía con el correr de los minutos, mientras se desdibujaba la delgada línea entre lo onírico y lo consciente. Y pareció difuminarse aún más cuando logré evocar la imagen de Hideki durmiendo a mi lado, como si fueran ideas totalmente opuestas.
Es el tercer día desde que él se fue de viaje por su trabajo; es ingeniero automotriz en una importante empresa de motos, lo habían trasladado a China como supervisor de una fábrica de ensamblaje, inicialmente por un mes, quizás más. Estar sola después de tanto tiempo era difícil pero mi madre me dijo que era una gran oportunidad para él y que yo debía sacrificarme por la felicidad de mi familia. Era una frase muy usada por ella, comprensible viniendo de una mujer que renunció a su carrera como actriz por criar a sus tres hijos. Yo era la menor, y la única mujer. Heredé de ella su talle esbelto y alto, sus pómulos redondos y su inagotable paciencia. De papá heredé unos ojos redondos y tristes, la frente amplia y su carácter introvertido. Él era un salaryman, uno más del ejército que circulaba por las calles de Tokio, que con trabajo incansable y adulación había logrado un puesto importante en su empresa. Mamá dijo que tenía un aire a Elvis Presley cuando se enamoró de él, quizás por eso aceptó casarse a pesar de ser una estrella en ascenso, aunque yo no veía el parecido en las fotos. Apenas lo conocía, compartíamos poco cuando viví bajo su techo y ahora que tenía mi propio hogar era ya casi un desconocido. Pero logró pagarle una buena universidad a Daichi, mi hermano mayor, también ingeniero, y yo fui enviada a una prestigiosa academia. Conocí a Hideki en el cumpleaños número 25 de Daichi, en agosto del 2011, eran compañeros en la facultad dónde cursaban el último semestre y también eran buenos amigos. Yo tenía 19 años, y durante esa noche ninguno de los dos quiso participar del karaoke así que nos quedamos en un rincón charlando de forma muy amena sobre videojuegos, cine y música. Le gustaba el rock clásico occidental, los juegos de first person shooter en línea y las películas de ciencia ficción. Yo en realidad sólo lo escuché gran parte de la noche, pues no creí tener nada interesante que contarle de mí. Intercambiamos e-mails y nos mensajeamos seguido, le daba like a cada foto que compartía en redes sociales (aunque casi todas eran de mi perro, en realidad) y a veces venía a casa con la excusa de estudiar con Daichi pero después me confesó que sólo quería verme. Cuando se recibió de la universidad pidió permiso a mis padres para salir conmigo. Ellos aceptaron encantados, y comenzamos a tener citas, todas muy correctas, lo típico: Disneyland, Yokohama, Shibuya, la torre de Tokyo, Hanami, Navidad, Año Nuevo. Yo estaba contenta, al fin podía experimentar todas esas cosas que mis compañeras de instituto comentaban durante los almuerzos. Ir a cenar juntos, recibir regalos bonitos, caminar bajo el mismo paraguas, conseguir un peluche en una máquina de UFO Catch... parecía que finalmente estaba viviendo como una chica debía vivir. Me gustaba mirar vestidos de novia por internet, me preocupaba de lucir más femenina y aprendí a cocinar bastante bien. Hideki siempre fue muy amable y respetuoso, nuestro primer beso fue en Navidad, fue un poco torpe e incómodo pero también muy dulce. Él es un chico con un rostro común, pero es más alto que yo, eso es difícil de encontrar ya que mido 1.72 metros y siempre me dijeron que sería imposible que un chico se fije en mí por ser tan alta. Pero a él no le pareció importar, así como tampoco los 7 años de diferencia de edad. Usa anteojos al igual que yo, y se los acomoda cada un minuto, casi cronometrado. Tiene una risa un tanto estruendosa, lo cual le avergüenza mucho,aunque a pesar de eso ríe todo el tiempo, también odia sus manos, que según él parecen femeninas, aunque a mí me gustan. En la escuela le gustaba armar Gundams pero dejó de hacerlo cuando entró a la universidad. Siempre parece estar distraído o dudoso. Su cabello es un poco rizado, lo cual lo hace peculiar, por eso prefiere usarlo muy corto. Viene de una familia tradicional y de buena situación económica, pero son humildes y buenas personas. Me llevo bien con ellos, especialmente con Maaya, mi cuñada, un año mayor que yo, que ahora estaba en Alemania haciendo un posgrado. Nadie se sorprendió cuando Hideki me pidió matrimonio en la navidad del 2014, dos años después de nuestro primer beso. Éramos el uno para el otro, ese era el comentario que más se repitió en nuestra boda, que fue en junio, usé un vestido con corte de princesa y canté para Hideki nuestra canción, All My Loving de The Beatles: nuestros amigos y familia hasta hoy se ríen de mi inglés mal pronunciado pero para nosotros es un bonito recuerdo. Nos mudamos a un apartamento en Shinjuku, para estar cerca de la oficina de Hideki. Tiene una bonita vista al parque Gyoen, pero me gustan más como se ven de noche las luces de neón de Kabukicho desde la ventana de mi habitación. Me embaracé cuatro meses después de irnos a vivir juntos, Keita-kun es un niño muy inteligente, cariñoso y obediente. Tiene el carácter sereno y risueño de su padre, y su mismo cabello ondulado. Le encantan los animales, los autos y el helado de fresa. Me encanta pasar tiempo con él, me siento bendecida de ser su madre. Eso es, en resumen, mi vida, hasta ahora que tengo 27 años. No puedo quejarme de nada, la verdad. Mi esposo es trabajador, tranquilo y buen padre. Mi hijo es un buen niño y tendrá un buen futuro. Vivo en un buen barrio, que a pesar de estar en un lugar tan ajetreado es tranquilo y bonito. Me gusta dedicarme a las labores domésticas. No me falta nada y si necesito algo, sólo debo pedirlo. Todo está bien.Pero estoy vacía.
Siempre que hago este recuento pareciera que mi vida empezó la noche en que conocí a Hideki. Nunca pienso en qué estaba haciendo en ese entonces, cuáles eran mis planes, mis sueños, mis hobbies. Nunca hablo de mi niñez, de la música que me gusta, de mi pasión por la literatura clásica, de que estaba preparándome para ingresar a una escuela de arte para especializarme en acuarela, de mis portafolios y material de dibujo guardados en el sótano de la casa de mis padres, de la presión que ejercía mi madre sobre mí para no convertirme en una solterona. Tampoco hablo de mi otro hermano.
Y mucho menos pienso en mis años de instituto. Aquella escuela sólo para mujeres, con un uniforme sobrio y un edificio de arquitectura clásica, donde pasé seis años de mi vida tratando de encajar y dónde finalmente, tuve la oportunidad de ser yo misma, pero el miedo me hizo perder esa opción y tomar la ruta segura. Omito esa parte de mi vida porque me parece poco importante, una fase, como dicen todos, que lo realmente válido era convertirme en buena madre y buena esposa, y hacer que todos sientan orgullo de mí, y lo había conseguido. Todo lo demás estaba envuelto en la niebla del tiempo, y era mejor así.
El sonido de la tetera me hace volver de mis ensoñaciones. Son las 7:45 AM, no pude volver a dormir, así que estoy preparando el obento para Keita-kun que ya va al pre-escolar. Debo darme prisa, aunque el jardín de infantes queda cerca, al niño le cuesta mucho despertarse por las mañanas. Termino de cortar las manzanas en forma de conejito y comienza el ritual que ya llevo haciendo por un tiempo: mi niño me abraza y se cuelga de mi cuello tratando de enternecerme para que lo deje quedarse en casa, se esconde bajo las frazadas cuando trato de ponerle el pantalón, da saltitos por la casa y canta apenas termino de abrochar sus zapatos y me muestra una gran sonrisa al terminar de cepillar sus dientes, para que le diga lo brillantes y limpios que están. Dejarlo en el jardín de infantes me da un poco de pena siempre, pero cada vez es menos. Comienzo a creer que me duele más el tener tiempo libre que no sé en qué ocupar que el desapego con mi hijo. O estar conmigo misma, a solas, tal vez. Pero las vacaciones de invierno comenzarán pronto, el tiempo ha pasado rápido. Camino de vuelta a casa, pensando en que necesito una gran taza de café, y entonces veo que se ha puesto una pequeña librería. Debe haber abierto hace poco, pues siempre hago la misma ruta y no la había visto antes. Me detengo a ver la vitrina y me decepciono un poco cuando veo que sólo venden revistas de moda, farándula, novelas ligeras y manga. Esperaba encontrar algo de autores occidentales, pero parece que no tienen nada de eso. Paseo mi vista entre las portadas de colores brillantes, adornadas con letras que simulan brillantina y chicas jóvenes de peinados extravagantes, ropa de diseños atrevidos y maquillaje exagerado, como las hostess que suelo ver a veces cerca de mi barrio, camino a los love hotels más discretos que hay en algunos edificios. Los nombres de aquellas publicaciones eran graciosos, Ageha, Egg, Ranzuki, Happy Nuts, Fruits, Popteen...fue entonces cuando mi corazón dió un vuelco. Entre todos esos rostros, uno me pareció conocido. Detrás de largas pestañas, delineado dramático y lentes de contacto, una mirada pareció atravesar mi pecho. Miré a mi alrededor, y esperando que nadie me viera, como si estuviera haciendo algo prohibido o vergonzoso, entré con los latidos acelerados a aquella tiendita. La dependienta me saludó cortésmente, y me preguntó en que podía ayudarme. Era una mujer joven, de cabello teñido castaño, uñas acrílicas y pestañas falsas. Me dí cuenta entonces de que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.
- Disculpe...la revista Veru...vetu...eeeh...aquella de ahí- titubeé, mientras indicaba el aparador, sin saber que más decir.
- Oh, Velvet Touch es una revista nueva.- su voz era muy cálida pero hablaba bastante rápido- La dirige una modelo veterana de la Ageha, Rina-sama, está dirigida a mujeres de 25 a 35 años que aún siguen el estilo gyaru. Apenas salió ayer al mercado y ha vendido bastante. Creo que gracias a la modelo de la portada...Yumachi, es muy popular entre las gals. Todas quieren conseguir el primer número!
- Disculpa...Yumachi?
- Sí! Yumachi, la conoces? Dejó la revista Clover en mitad de un escándalo...Mis manos temblaban ligeramente, y el frío no era la causa. La dependienta siguió hablando, pero no procesé realmente lo que me dijo.
Así que seguía usando el apodo que yo le dí...aquel nombre que sólo yo pronunciaba, y que incluso dijo odiar. El que no salía de mi boca hace más de 12 años. Entonces lo confirmé. No tenía ninguna duda, la hermosa gyaru que sonreía en esa revista era Yuma Takahachi,
Mi primer amor.
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Neon Lights
RomanceAina Tanaka es una madre y esposa de 27 años que vive en un tranquilo edificio en Shinjuku, Tokyo. Un día, en una vitrina de una librería ve una vistosa revista de chicas "gyaru": la modelo de la portada resulta ser su primer amor.