CAPÍTULO 1 - La historia de Amanda

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Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919

Amanda Anaid Novack tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15 años de edad. Dejó de hacerlo a los 21 años, cuando conoció a su último cliente: El señor Nadie.

Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada.

Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada.

— ¿Quieres té de jengibre?

—No.

Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron.

— Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc... Al final los convencí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa y juguetes nuevos a los niños. Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imaginese a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa…

— ¿Y qué hizo con el resto?

— Contraté a un detective, acordé que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie.

— ¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie?

— Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía.

Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla.

Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel.

Bratislava, 3 de abril de 1918

«Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…».

Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando:

«No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… »

El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras.

Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones.

Sus bolsillos están llenos.

Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca.

Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado.

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