AUTOR: Hans Rothgiesser
Myrko Nichols era una de esas personas que consideraban nunca haberle hecho daño a nadie. Había sobresalido desde pequeño, cuando resultó ser un alumno excepcional. Sus padres no entendían de dónde había heredado ese potencial. Ninguno de los dos era particularmente astuto o inteligente. De hecho, ninguno de sus dos hermanos era buen alumno.
A muy temprana edad Myrko entendió que llamar la atención no era una jugada muy conveniente, así que decidió bajar su rendimiento. Sus notas pasaron de ser las mejores a ser promedio. Sus profesores, mal pagados y decepcionados de su profesión, no le prestaron atención. Sus padres y sus hermanos se tranquilizaron y dejaron de pensar en el asunto. Los bravucones de su clase, con el tiempo, lo olvidaron y lo dejaron en paz.
Eso, por supuesto, no implicaba que el joven Myrko se limitara a la mediocre educación que recibía en su distrito. La mayoría de los recreos los pasaba en la biblioteca del colegio con la complicidad del encargado de la biblioteca, que reconocía perfectamente el juego que estaba jugando el muchacho. Le dejaba pasar y esconderse cuando hacía falta. De hecho, a veces lo dejaba en la biblioteca luego de que el colegio cerrara, indicándole cómo salir. Myrko y el bibliotecario sabían perfectamente que a la primera ocasión en la que su estadía clandestina fuese un problema, se acabaría ese trato especial, algo que ninguno de los dos deseaba en lo más mínimo. Así que cada tarde que Myrko se quedaba leyendo, él brindaba especial atención en dejar todo como le habían indicado que lo haga, antes de salir despacio.
Un día, saliendo por la puerta trasera de la escuela, fue descubierto.
Tres alumnos de años superiores estaban bajando de un carro viejo en el momento en el que Myrko estaba abriendo la puerta. Cuando se dio cuenta de la presencia de ellos, ya era demasiado tarde. Lo habían visto y -lo que era peor- lo habían reconocido.
“¿Ése no es el raro?”, preguntó uno de ellos en voz alta. Luego lo llamó de un grito. Myrko ya había pasado por experiencias parecidas antes. Sabía que no tenía sentido correr. Ellos eran más grandes y más veloces. Lo agarrarían sin problema. Y si corría, se molestarían y lo golpearían con toda seguridad. No era una buena idea.
Myrko se acercó al carro viejo en el que estaban los tres apoyados. Lo hizo con la mayor de las tranquilidades. Cuando estuvo frente a ellos, se apresuró en ser él el primero en hablar.
“¿Qué hacen aquí?”, les preguntó seriamente. “¿Saben que los pueden expulsar por estar aquí? ¿Cómo se les ocurre dejar su carro aquí afuera?”
Los otros tres se le quedaron mirando y no dijeron nada. Antes de que pudieran replicar, siguió con su exposición.
“Han debido dejar su carro escondido, pero cerca por si sucede algo”, señaló al otro lado de la pista. “Allá hay un almacén. Déjenlo ahí”
“¿Tú quién eres?”, preguntó el más alto. Los tres estaban con chaleco de cuero, pero solo él tenía una cadena que colgaba de un hombro al otro. Quizás eso significaba que era el líder.
“Myrko Nichols”, respondió el niño rápidamente. “Y no quiero que ustedes me echen todo a perder. Si les preguntan si vieron a alguien saliendo del colegio, ustedes les dicen que no. Puedo confiar en que no delatan a los compañeros, ¿no?”
Ellos no supieron qué decir y él aprovechó eso para seguir caminando. Salió del estacionamiento y luego caminó lentamente por la pista hasta el paradero en el que solía tomar el bus que lo llevaría a su casa. Esa noche, sentado en el bus, se dio cuenta de que había hecho bien en fingir ser un alumno promedio. En evitar la atención. Eso le había permitido sobrevivir. Debía continuar ese camino.
También se dio cuenta de que estaba haciendo lo correcto al continuar su educación especial personal por su cuenta. No debía abandonarlo.
Ingresar a la universidad a estudiar química fue algo problemático con ese promedio de notas, pero no imposible. Conseguir la beca que financiara esos estudios fue más complicado, pero tampoco imposible. Y conseguir trabajo luego de salir de la universidad no fue para nada difícil. Y es que Myrko entendió que en la universidad era el lugar para dar rienda suelta a su potencial. No le tomó mucho llamar la atención de profesores y luego la atención de laboratorios de investigación.
Lamentablemente no fueron los únicos que repararon en Myrko Nichols.
A medio año de haberse graduado y luego de haber conseguir un muy buen trabajo en una empresa de investigación y desarrollo de medicamentos y fármacos, Myrko regresaba en bicicleta al pequeño cuarto en el que vivía. Haberse mudado de Waiwera a Sydney primero y a Europa luego. La vida en Suiza estaba resultando ser mucho más cercana a lo que él buscaba. Y aquí había podido encontrar más gente con la que congeniaba. No se sentía un rechazado por ser como era, lo cual le estaba permitiendo ser más creativo, algo que sus jefes estaban festejando constantemente.
Hasta esa noche en la que una camioneta negra lo interceptó, obligándolo a frenar de golpe. Antes de que pudiera hacer algo, del vehículo se bajaron dos personas que le mostraron armas y con señas le indicaron que ingrese al coche. Él obedeció sin dudarlo. Ya luego podría encontrar una manera de huir. Antes debía averiguar qué era lo que estaba sucediendo.
“El jefe quiere verlo”, fue todo lo que le dijeron en el camino de más de una hora. De nada sirvió que él hiciera preguntas o demandara hablar con alguien.
Al llegar a una lujosa casa, lo hicieron bajar y entrar por la puerta principal. En la sala había un grupo de personas, todas ellas muy elegantemente vestidas. Solo una de ellas era mayor de 40 años. Precisamente esa persona fue la que comenzó a hablar.
“Tú eres Myrko Nichols”, dijo el hombre sosteniendo un folder que colocó sobre la mesa del medio de la sala. Lo abrió y comenzó a repasarlo. Se trataba de fotos e informes sobre el joven químico. “Yo no sé mucho de química. Yo soy más una persona... pragmática. Pero en la organización que manejo tenemos la necesidad de contratar a todo tipo de técnicos y profesionales”
“Yo ya tengo un trabajo”, dijo tímidamente Myrko.
“Oh, lo sé. Trabajas para Laboratorios Patterson. Pero no te preocupes. Te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar”, el hombre, que estaba impecablemente vestido con un terno fino y una corbata de marca, se paró y metió las manos al bolsillo. “Hemos estado siguiendo tu carrera, Myrko. Sabemos lo que has estado investigando y tenemos mucho interés en que lo desarrolles para nosotros”
Al comienzo el químico no sabe a lo que el otro está haciendo referencia. Pero después de unos segundos los demás también se paran. Todos están sonriendo.
“¿Se refieren al suero?”, Myrki no entiende lo que está pasando. “¿Les interesa eso? No veo cómo puede tener aplicación para lo que ustedes hacen”
El señor lo mira fijamente. Los otros dejan de sonerír.
“¿Tú qué sabes de lo que yo hago?”, pregunta.
“Usted es Victor Twigg. Leo los periódicos”, responde Myrko con más seguridad. Estos mafiosos lo quieren con vida para que desarrolle algo para ellos. Se puede dar el lujo de ser más atrevido.
“Oh, lee los periódicos”, Twigg le hace un gesto a uno de sus compañeros. Éste desenfunda una pistola. “¿Dicen los periódicos algo sobre cómo torturo a los sabiondos?”
Myrko Nichols comienza a sudar frío. Está comenzando a notar que no tiene el control de la situación, como creía inicialmente. Como ha sido lo usual en su vida. No, esta vez el mafioso que tenía delante era el que estaba en control.
“Yo ya tengo un trabajo y estoy satisfecho ahí”, dice Myrko de pronto. “Aprecio su oferta, pero...”
“Me parece que no estás entendiendo la situación”, le interrumpe Twigg. “No te estoy haciendo una oferta. Te estoy comunicando que a partir de ahora trabajas para mí. Este buen señor que está a mi lado es Milton Panta. Es un buen amigo mío y confío en él completamente. Él estará a cargo de ti a partir de ahora. No te contactarás conmigo a menos que haya algo excepcional. Te comunicarás con él. ¿Alguna pregunta?”
“¿Qué desean de mí?”, preguntó Myrko más preocupado. “Yo estoy desarrollando un suero más barato para limpiar lentes de contacto. ¿Qué posible aplicación podrían darle ustedes a eso?”
“Tiene usted razón, doctor Nichols”, responde Twigg. “No tenemos ningún interés en su suero para lentes de contacto. En lo que tenemos interés es en su brillante mente. Usted es extremadamente inteligente, no se moleste en negarlo. Pero no se sienta muy alabado. Científicos igual o más brillantes que usted abundan en estos momentos en lugares como éste. Lo que lo hace a usted especial es que nadie lo va a extrañar si misteriosamente desaparece. Que es exactamente lo que sucederá si no sigue nuestras instrucciones”
“Pero... Mis padres...”
“¿Con quienes no habla hace dos meses? Y eso fue porque necesitaban una transferencia de dinero para una operación. Si los dejara de llamar para siempre no lo van a considerar fuera de lo normal”, Twigg se vuelve a sentar.
“¿Y qué van a querer de mí?”, pregunta Myrko temblando. Hace un buen rato que perdió el control total de incluso sí mismo.
“Usted es químico”, sonríe el mafioso. “Y nosotros tenemos necesidad de que desarrolle ciertos productos para nosotros. Cierto, no es su campo de estudio usual, pero estoy seguro que será suficiente. Panta, llévalo a su departamento a que recoja sus cosas. Luego lo llevas a la vivienda que le hemos preparado”
“Un momento”, se escuchó una voz a un lado del cuarto. Myrko de inmediato supo que estaba en problemas. Era una voz nueva, una que no había oído aún. Era más áspera y dura. Y lo que era peor, se trataba de una voz que causaba miedo en Twigg y en Panta y en los demás mafiosos que estaban en esa sala. Todos ellos desenfundaron sus pistolas.
“¿Quién está ahí?”, preguntó Twigg. “¿Amalgam? ¿Eres tú?”
“¿Amalgam?”, pregunta Myrko preocupado, dando un par de pasos hacia atrás. Una cosa era entregarse a la protección del mafioso más malo del lugar. Eso significaba estar seguro. Pero otra completamente era entregarse a uno de los bandos de una lucha por el territorio. ¿Este Amalgam era de la banda rival?
“Sí, se podría decir que soy Amalgam”, dijo un hombre alto y de buena condición física, aunque de edad algo avanzada. Ingresó a la sala por la puerta principal, que había estado abierta. Estaba vestido todo de negro, a excepción de una bufanda roja larga que le colgaba. Estaba con un sombrero de ala ancha y un saco negro largo encima. Tenía las manos en el bolsillo. Respiraba tranquilidad. Como alguien que está en total control de la situación. Realmente en control. “Twigg, tú sabes de lo que soy capaz”
El otro mafioso bajó su arma. La enfundó y le indicó a los demás que hagan lo mismo.
“Vamos, muchachos”, les dijo visiblemente nervioso. “Éste es Amalgam. Nuestro antiguo colega”, se volteó entonces hacia el recién llegado. “Hey, viejo. ¿Qué ha sido de tu vida? Pensamos que habías muerto. Que esos superhéroes te habían atrapado o algo”
“Tuve que desaparecer un tiempo”, dijo el hombre. “Pero estoy de vuelta y estoy preparando algo nuevo”
“Oh, viejo”, Twigg le sonrió, aun nervioso. “Tienes que contarnos de qué se trata”, el mafioso se voltea hacia su compañero Panta. “Tú no estabas aquí cuando Amalgam era el que dirigía el show. No tienes ideas de las locuras que hacía”, regresa su atención al hombre. “¿Eh, viejo? ¿Nos incluirás en tus planes?”
Hay un silencio incómodo. El viejo no dice nada. Myrko está observando todo con mucho miedo. Está arrodillado, con la espalda apoyada a una pared.
“He venido por él”, dice Amalgam finalmente. “Lo necesito”
“Oh, vamos, viejo”, le responde Twigg. “Nosotros lo ubicamos. Es nuestro. Lo necesitamos”
“Yo lo necesito primero”, dice Amalgam fríamente y saca las manos de los bolsillos. No tiene nada en ellas, pero ese movimiento es suficiente para que todos reaccionen. Todos menos Twigg levantan sus armas y lo apuntan con mayor determinación. Twigg debe calmarlos de inmediato.
“¡Tranquilos, muchachos!”, les dice. “Éste es uno de los nuestros. No vamos a pelear entre nosotros”, se dirige a Amalgam. “¿Cuánto tiempo lo necesitas?”
“El que lo necesite”, responde el viejo. Twigg hace una mueca y luego sonríe.
“Está bien, viejo amigo. Llévatelo. Nosotros buscaremos a alguien más. Pero, no olvides este gesto, ¿eh? Somos amigos. No hace falta más violencia”
Amalgam no dice nada. Le hace un gesto a Myrko Nichols para indicarle que venga con él. El químico duda. Mira a Twigg, quien le hace otro gesto para que vaya con el viejo. Myrko entonces se para inseguro y camina lentamente hasta la puerta. Una vez que está al alcance de Amalgam, éste lo coge del brazo y lo jala. Luego retorcede para salir de la sala sin quitarle los ojos de encima a los mafiosos. Una vez que está fuera de la casa, Myrko se relaja, pero de pronto es jalado fuertemente hacia arriba y luego hacia un lado. Todo sucede tan rápido que no sabe exactamente qué es lo que está pasando. De pronto, está sentado en lo que él cree es el asiento trasero de un coche espacioso. Amalgam está frente a él, sentado y mirándolo.
“No temas”, le dice el viejo seriamente. “No soy realmente un criminal. He venido a salvarte de Twigg y de su gente. Tenían planes terribles para ti. No habrías sobrevivido ni medio año con él”
Myrko duda y luego encuentra el valor de hablar.
“¿Quién es usted?”
“Lo importante es que no soy un criminal”, responde el viejo. “Pero necesito que trabajes para mí. En cuanto Twigg intervino en tu vida dejó claro que no puedes regresar a tu antiguo trabajo. Así que te ofrezco una alternativa. Como te dije, yo no soy un criminal. Alguna vez fui un héroe. Me conocieron como Lobo. A lo mejor has oído hablar de mí”
Myrko no responde, pero sí lo ha hecho. Por supuesto que sabe quién es Lobo. Y ahora que lo mira bien, encuentra el parecido de esa cara con la que ha visto en periódicos y revistas.
“Ya no soy un superhéroe como alguna vez lo fui”, sigue hablando Lobo. “Estoy en el medio de un proyecto más grande y trascendente. Y necesito tu ayuda para poder continuar”
Myrko no responde, pero sabe que dirá que sí. Esto suena mucho más relevante que un suero para lentes de contacto.
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LA MANADA
Science FictionLobo es un superhéroe que desapareció por muchos años. Ahora reaparece, pero con una nueva misión. Quién antes se preocupaba por capturar delincuentes y proteger al inocente cree ahora que más importante es que haya alguien que supervise que los dem...