CAPÍTULO 2: PRIMERA SANGRE

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AUTOR: Hans Rothgiesser     

Big Data se despertó de un sobresalto cuando sonó el despertador a las 5 de la tarde.  Instintivamente buscó sus pantuflas para caminar hasta el baño y lavarse la cara.  Se tardó unos segundos en darse cuenta de que una vez más se había quedado dormido con la ropa puesta.  Que su pijama se encontraba doblada debajo de la almohada de su cama.  Era la segunda vez esta semana.

Cuando se vio en el espejo notó que no se había lavado el pelo en varios días y que se comenzaba a notar.  A las 6 pm tenía que conectarse en el sótano, poco antes de que se oculte el sol.  Esto quería decir que tenía una hora para ducharse, lavarse el pelo, cambiarse de ropa y preparar todos los equipos.

Como solía ser el caso, ingresó a la ducha y se demoró un buen rato debajo del agua caliente, incluso antes de enjabonarse.  En esos días eso era lo único que lo relajaba. Estar ahí sin pensar en nada y sintiendo cómo la ducha lo quemaba ligeramente. Cerraba los ojos, se apoyaba en una de las paredes y repiraba profundamente varias veces. Luego se echaba jabón y se enjuagaba y nuevamente se quedaba bajo el agua caliente más tiempo de lo usual. Finalmente salía y se miraba en el espejo del baño por unos cuantos minutos. Otra vez se había olvidado lavarse el pelo.

Cuando abrió la puerta del baño para salir al dormitorio y vestirse, llevaba solamente con una bata encima. La habitación estaba con la luz apagada. Big Data presionó el interruptor para encender el foco, pero éste no se prendió.

“Déjalo así”, escuchó una voz en una esquina. Big Data se sobresaltó e instintivamente se apresuró en llegar a su mesa de noche. Antes de que pudiese abrir el cajón en el que guardaba un arma de emergencia, la voz volvió a hablar. “No te preocupes en buscar tu arma. Ya me tomé la molestia de sacarla de ahí.”

Entonces escuchó cómo las piezas metálicas que alguna vez habían sido su confiable glock caían al suelo. Big Data se quedó parado en el umbral de la puerta. No sabía qué hacer. Ni siquiera reconocía la voz, aunque suponía de quién se trataba.

“Lobo”, dijo Big Data. Comenzó a respirar profundamente conforme el pánico se adueñaba de él.  Corsair había alertado a todos los superhéroes que había podido. Es más, se había comunicado directamente con Big Data para pedirle que envíe un boletín a todos los que pudiese. Que les advirtiese que Lobo había regresado y que estaba molesto. Que Amalgam, el supervillano que solamente pudieron vencer cuando muchos superhéroes se unieron para luchar contra él, había sido el mismísimo Lobo. “Eres tú”

“Así es”, respondió la voz, pero no dijo nada más.

Big Data sintió cómo sudaba. Había una razón por la cual él brindaba apoyo a los superhéroes desde la comodidad de su sótano. Él quería hacer algo para ayudarlos en su loable labor. No obstante, era alguien que se paralizaba de miedo a la hora de la verdad. Él jamás podría hacer las cosas que había hecho Lobo en sus años gloriosos.

“¿Sabes por qué estoy aquí?”, preguntó de pronto el intruso. Por lo menos estaba solo, lo cual era bueno. Lobo ya estaba viejo y en el hipotético caso de que tuvieran que luchar mano a mano, Big Data tendría una oportunidad (aún cuando su entrenamiento en lucha cuerpo a cuerpo fuese más bien mediocre).

“No, no lo sé”, respondió Big Data temeroso. De pronto sintió una descarga eléctrica que lo obligó a caer al suelo de rodillas. Gritó de dolor.

“Te he hecho una pregunta. ¿Sabes por qué estoy aquí?”

Big Data se quedó de rodillas. No se atrevió a pararse. Su vista se había nublado, así que había menos oportunidad de reconocer al intruso en la oscuridad. Su mejor opción era huir de ahí. Tenía un cuarto seguro en el sótano. Solo tendría que llegar ahí, encerrarse y enviar una señal de auxilio.  Algún superhéroe vendría por él en cuestión de minutos.

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