el regalo como conocimiento del otro

El regalo

Todos hemos sentido alguna vez en nuestra vida esa especie de cosquilleo, nerviosismo e impaciencia al saber que al día siguiente tal vez nos espera un regalo o, si ya hay suerte, más de uno. Sin embargo, casi nunca valoramos el esfuerzo que supone para la otra persona pensar en ese obsequio que a ti tanto te ha gustado y que permite recordar a tu benefactor cada vez que lo observas.

Nuestro punto de vista cambia y somos realmente conscientes de la energía que requiere hallar el mejor presente cuando tenemos que regalar algo a una persona que queremos. En ese momento, nos cuestionamos sobre cómo pueden ser los gustos de nuestro ser querido, sobre qué aficiones tiene o los intereses que lo mueven en su vida personal. 

Es muy posible que no nos hubiéramos planteado nunca conocer más al destinatario de nuestro obsequio. Lo daríamos por hecho, en la creencia de saber lo suficientemente de él. Al fin y al cabo, el objetivo principal de ese regalo no es solo demostrar el amor que se siente, sino mostrarle los sentimientos que albergamos, así como influir para que, al contemplar el regalo, sienta nuestra presencia y cercanía gracias a sus recuerdos. 

Pongámonos en el caso de que el regalo no sea para un familiar. Siempre quedarán varias preguntas por resolver, como por ejemplo: ¿entenderá lo que significa este detalle?, ¿le gustará? o ¿será la última vez que le entregue un presente?

He dado muchas vueltas a todas estas cuestiones y he llegado a la conclusión de que el mejor regalo no ha de ser de tipo material, sino algo mucho más valioso que lo que se pudiera adquirir en una joyería, o en una tienda de moda, o en una perfumería. Regalar el presente supone realizar un ejercicio de amor y de conocimiento del otro. Es grabar en su memoria momentos inolvidables, de los que no se borran con el paso del tiempo.

No quiero decir con todo ello que no sea igualmente válido un obsequio material, pues será útil para que en el futuro siempre nos recuerde a la otra persona.