Aún recuerdo haber escuchado a los árboles cantar, cantar en lenguas antiguas, olvidadas por los humanos pero guardadas con tanto amor, por esos misterios que esconde el universo.
Ellos eran fuertes y gigantes, susurrando al oído de los soñadores, de los valientes que se aventuran a tocarlos, a protegerlos, a los que buscan la vida de la vida. Ellos hablan con el viento, los he escuchado decir que siguen durmiendo y buscan a alguien con la suficiente fuerza para despertarlos.
Guardan puertas en su interior, puertas hacia lo desconocido, puertas que nunca se abren si ellos no lo permiten, puertas, cuyas cerraduras están forjadas de fantasía y amor.
Ellos danzan al compás de las campanas, del silbido que causan sus largas y fuertes ramas, con el soplar del viento.
Sus cortezas tienen escritas las palabras exactas para enamorar a los mortales. Solo hace falta, quien esté dispuesto a entregarse a ellos. A quererlos, a comprender, que solo están esperando el momento, para volver a bailar, para que sus raíces salgan a tocar el sol, solo necesitan a alguien que quiera ver el bosque feliz. A alguien que ame lo que representan, lo que son, lo que importan en la historia de todo lo que existe.