I. Katsuki

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Une dernière danse
Pour oublier ma peine immense
Je veux m'enfuir, que tout recommence
Oh, ma douce souffrance

***

—¿Qué quieres?

La voz salió seca. Katsuki se atrevió a alzar un poco la vista para ver a su interlocutor, parado enfrente de él. Acababa de salvarle la vida y ahora tenía una rodilla clavada en el suelo y sentía la mano de uno de los guardias que estaba presionándole la nuca, obligándolo a inclinarse ante el maldito príncipe vampírico. Quería gritar. Sacárselo de encima. Pero en vez de eso, respiró hondo un par de veces.

—Un lugar en la corte —espetó Katsuki—. No quiero ser comida. —La mano del guardia todavía estaba en su nuca y sintió cómo presionaba un poco más su cuello—. Su alteza —se obligó a añadir y sintió como la presión disminuía.

Aquello era ridículo. Acababa de salvarle la vida.

Y Katsuki sabía hacer una reverencia él sólo. No necesitaba que lo obligaran. Lo habían enviado allí con una misión y no planeaba que su orgullo la arruinara.

«Mata al rey vampiro». Él era el único que podía hacerlo. Era el más fuerte de la manada. Sólo esperaba que un ciclo lunar fuera suficiente para acercarse lo suficiente al padre de aquel imbécil que lo estaba viendo hacia abajo, evaluándolo, tomándose su tiempo. Nunca había visto al príncipe heredero, aunque había oído hablar de él. Hijo biológico del Enji Todoroki, su Majestad. Alzó la vista lo más que pudo, para intentar leerle las facciones. Una máscara cubría su ojo izquierdo, pero el resto era visible. Cabello de dos colores, mitad pelirrojo, mitad blanco —todo un milagro de la genética—, el ojo visible era café y en su expresión no se adivinaba humanidad en lo más absoluto.

Katsuki odiaba a los vampiros.

Pero allí estaba, con una rodilla en la tierra, pidiendo unirse a su corte.

—Sea —respondió el príncipe de los vampiros.

—Gracias, su Alteza —murmuró Katsuki.

De repente, ya no había una mano en su nuca y pudo levantarse. Se limpió la tierra de los pantalones viejos que llevaba puestos.

—Que se una a mi guardia —oyó decir al príncipe, con la misma voz seca e inexpresiva con la que le había preguntado qué quería—. Denle ropa limpia.

Unos «Sí, su Alteza» después, Katsuki se vio arrastrado hasta un cuartel, dónde lo dejaron tomarse un baño, le dieron un uniforme y le preguntaron su nombre. El plan marchaba a la perfección. Tenía hasta la siguiente luna llena —poco menos de un mes— para asesinar al rey vampiro. Habían planeado un ataque —falso— contra el príncipe para darle una oportunidad de infiltrarse en la corte. Era lo más que la manada podía hacer por él. A partir de allí, estaba sólo.

Recordaba todas las cosas que le había dicho Izuku. Todas y cada una de sus palabras. Aquel idiota humano —que seguía a los lobos a todas partes— era un genio de la estrategia. Katsuki sólo había soportado oírlo porque le daba más oportunidades de salir vivo de aquella corte. También recordaba las palabras de su madre. Un golpe en la cabeza y un «no dejes que te gané tu orgullo, Katsuki». Y la mirada de su padre: tranquila, como resignada, de que no había otra alternativa, de que él único que llevar a cabo esa misión casi suicida.

Katsuki se permitió respirar hondo tan pronto cómo estuvo metido en el agua. Se quitó toda la mugre de la piel y luego, cuando estuvo afuera de la tina, suspiró, poniéndose el estúpido uniforme de la guardia vampírica. Demasiado rojo, como la sangre, como los ojos de Katsuki.

Ahora sólo quedaba pensar cómo se iba a acercar lo suficiente al Rey Vampiro. Enji Todoroki.

***

El último baile [Todobaku] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora