El sótano restringido (Dorian Márquez)

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«No debería estar haciendo esto».

No debería, pero aun así sus pies se impulsan a lo clandestino. Cada escalón que desciende se siente tan excitante que puede incluso sentir como el cosquilleo se esparce cada célula de su cuerpo.

Es igual a como cuando hacía travesuras de pequeña en los confines del orfanato en donde se crío y hasta hace algunas semanas estuvo viviendo.

«Esto no está bien». Susurra una voz en su cabeza, una a la que suele llamarle como su yo aburrida.

—Solo quiero ver qué hay ahí abajo —musita para sí misma. Observa los escalones conforme van siendo iluminados por la vela que ha llevado consigo—. Es probable que solo sea un sótano común.

«Si así fuera, no habría caso alguno para prohibirse su entrada. Algo oculta esa vieja gruñona y debemos ver qué es». Contraataca otra vocecita, muy diferente a la de antes, más satírica. Puede sentir como se estremece bajo su piel.

Y sí que tenía razón.

Después de todo ese repentino y abrazador interés que la ha mantenido agobiada era culpa de la propia dueña de la casa y de todos los demás empleados, quienes no perdía la más mínima oportunidad para remarcar el único lugar a donde no podía ir.

—El sótano está restringido, jamás debes bajar las escaleras. Sin importar las circunstancias —le dijo la cocinera el primer día ahí.

En un inicio pensó que se trataba de un sótano y ahí tenían los suministros, por lo que no quería a nadie rondando cerca para evitar los hurtos fortuitos.

Idea que desechó en el instante que descubrió la alacena estaba junto a la cocina y ni siquiera tenía puerta, la comida siempre estaba visible.

Cuando intentó averiguar el motivo de la restricción, el hombre encargado de la jardinería le respondió con lo mismo, aunque despertando más su curiosidad:

—Tú no debes ir a allá. Está prohibido, ¿entiendes?

—Entonces, ¿solo está prohibido para mí? ¿Por qué? —cuestionó.

Sin embargo la expresión en el hombro cambió, negó y se alejó.

Su voz prudente probó desviar su atención por los siguientes días, sin éxito alguno. Porque la semilla de la curiosidad ya estaba sembrada, creciendo y expandiéndose como la hierba misma con cada nuevo hallazgo sobre la habitación subterránea.

«Estamos siendo muy imprudentes. Por favor, regresa. Nada bueno saldrá de esto». Suplica la voz prudente, con un temor familiar, mientras desciende con lentitud.

Por su parte, solo niega un par de veces como si de esa forma pudiera ignorar a las dos contrapartes y así poder concentrarse en su actual misión. Sin embargo, ante un mal cálculo, su pie izquierdo choca con fuerza contra el piso al haber supuesto otro peldaño más, lo que provoca que se tambalee hacia adelante impactando su rostro de manera violenta contra la madera.

Un chillido es ahogado en su garganta cuando recupera el aliento y se reclina en la puerta. Respira hondo antes de volver a afincar el pie, pero una descarga vibrante le recorre hasta la columna provocando que su visión de nuble ante las posibles lágrimas. Sostiene con exceso fuerza el plato que aguarda su única iluminación.

Restándole importancia al dolor que empieza a esparcirse como pólvora, busca en el bolsillo de su vestido la llave maestra que había tomado prestada de la habitación de la ama de llaves. Esa mujer de piel tostada jamás se imaginó que ese té de hierbas que le ofreció esa tarde contenía algo más que la sumergiría en un sueño profundo.

Ella esperaba un poco más de desafío.

«Fue tan sencillo... y aburrido. Aunque no podía esperar mucho de una mujer tan decadente». Caviló mientras introducía la llave en la cerradura.

Escucha el chasquido del seguro, la puerta cruje y el aire empieza a heder en el instante que la empuja.

Analiza el interior con ayuda de la candela, la cual cambia de un brillante amarrillo a un penumbroso carmesí. Tarda un poco en darse cuenta en que no es la iluminación, sino el escenario el que está salpicado en escarlata.

Su corazón se acelera conforme avanza, su mente queda en blanco en el segundo que esas hambrientas perlas doradas se fijan sobre ella. Traga seco, incapaz de hacer conexión alguna.

Un gruñido bajo, pero amenazante la saca del shock para actuar.

Retrocede un paso y se dispone a correr escalera arriba, pero ya es demasiado tarde. Lo sabe, en el instante que observa la sonrisa satisfecha en la mujer que la contractó hace dos semanas, esa que le comentó que ella era exactamente lo estaba buscando.

La misma señora que sembró la primera semilla de su desgracia.

—Me alegra saber que no me equivoqué contigo, pequeña. —Le escucha decir, antes de que la puerta se cierre y una punzada le recorra el cuerpo, destrozándole.

La dama de entrada edad solo procede a ascender las escaleras, orgullosa ante la melodía desgarradora que proviene del sótano. Sabe que debe irse a dormir temprano, pues mañana, tendrá que buscar un nuevo trofeo con el espíritu curioso e inocente para su mascota.

La hora del misterio 2: Juego MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora