Parte única

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La única librería del pueblo está ubicada en un rincón abandonado del centro. Allí el ruido de los autos no puede ingresar y el griterío de las personas es tapado por la música instrumental baja pero que siempre está sonando; los vecinos dicen escucharla incluso en sus sueños.

La pequeña Clara se siente perturbada y facinada al mismo tiempo cada vez que ingresa. Le suele asegurar a su madre que es un portal a otro mundo, a lo que ella se ríe y le responde "Sí, al de la sabiduría". Los adultos no entienden. No ven las sombras moverse y desaparecer por el rabillo del ojo entre las estanterías de vieja madera oscura y que llegan hasta el techo, el cual es más alto que el cielo. Ellos no notan la extraña y penetrante mirada que tiene Lily, la dueña del local, que lo dirige desde antes que Clara naciera (su abuelo asegura que no ha envejecido un día desde el año que llegó al pueblo, y ya han pasado más de veinte años de eso). Lily siempre aparece de la nada y recibe a los clientes con una amplia sonrisa de labios rojos y dientes blancos y pregunta con voz dulce "¿Qué es lo que buscan?", "Oh, seguro lo tenemos. Déjenme buscarlo en el sótano" y se aleja caminando sin hacer ruido por los pisos de roble antiguo hasta el rincón más alejado y oscuro de la librería, para volver cuando menos te lo esperas y sobresaltarte cuando dice inocentemente "¿Esto es lo que estabas buscando?".

La librería está abierta las veinticuatro horas del día y no tiene más empleados que Lily, o al menos nadie más los ha visto. Nadie que se conozca se ha atrevido a robarle. Algunos chicos mayores que Clara se retan a pasar por delante del local a las tres de la mañana y aseguran haber visto a Lily tomando un té rojo y leyendo libros de aspecto viejo y con portadas con símbolos raros en uno de los sillones que saca al porche para disfrutar del fresco. Ella siempre les sonríe y les hace gestos para invitarlos a entrar, pero nadie se ha atrevido a hacerlo después del atardecer.

Clara no tiene miedo, pero tampoco es tonta: siempre tiene todos los sentidos alertas, y por eso Lily siempre le pone los pelos de punta cuando tararea la música en voz baja. Aún así, no puede evitar que sus pies ingresen al local. Hay una voz que se mueve con el viento a través de las calles y la llama hasta ese preciso lugar. Al entrar, Clara aspira el olor a moho y tierra y el polvo que baila en la luz moribunda que entra por las ventanitas en la parte superior de las paredes la saluda. Su danza duele hipnotizarla un rato, pero no mucho más que las contorsionistas y la cantante del circo ambulante que se presenta en el centro del pueblo.

Aquel día se propuso algo, algo importante que tenía que ver con ese lugar, pero no puede recordar qué, por lo que se dedica a pasar los dedos por los lomos de los libros nuevos y viejos.

—¿Qué estás buscando? —pregunta Lily con voz amable, que apareció de entre las sombras de un momento para otro.

Clara se lo piensa un momento. ¿Para qué había venido? Quería... ¿Investigar algo? No, está de vacaciones, ¿para qué quería investigar algo? Se toquetea los bolsillos y encuentra algo de dinero. Sí, su madre se lo había dado para que se comprara un libro. ¿En qué momento se lo había dado?

—Blancanieves —dice Clara, algo dudosa—. ¿Tienes ese libro? —Ella nunca le había dirigido la palabra directamente a pesar de las tardes que pasaba allí dentro.

—¡Oh, sí! —responde Lily con emoción—. Me queda una versión muy bonita en el depósito. ¿Quieres acompañarme?

Lily emprende la marcha sin detenerse a ver si Clara la sigue. La niña nota que lleva zapatos de tacón que no suenan y el cabello apenas se le mueve cuando camina. La mujer se detiene junto a la puerta engullida por las sombras y le hace un gesto con la mano para que avance. Los pies de Clara se mueven sin que ella los obligue a hacerlo.

Clara no mira atrás cuando la zapatilla rosa pisa el primer escalón y no hace ruido. La música no llega allí.

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