La noche del colapso.

35 4 0
                                    

Pues bien, no escribo estas palabras en mi máximo sentido de sobriedad, ni de felicidad.

Precisamente he estado bajando una escalera, paradojicamente hablando, una escalera que me lleva más y más abajo hasta que ya no hay otro escalón que pisar.

Y hasta acá he tenido que llegar para relatarlo, hasta la última gota de este vaso, hasta mis últimas gotas de dignidad.

Me pierdo en el bordó de tu líquido, de tu efecto. Me dejo llevar por la imagen deplorable que me pones en la mente, que luego de ejercida, parece una gran idea.

Yo sigo aquí, sola en esta mesa, ocultando, sorbiendo más y más de ti poco a poco, creyendo que diluyes mis dolores, que me haces reír, que me haces dejar de pensar.

Pero lloro, lo poco que puedo, caen las pocas lágrimas que llego a poder liberar de mi miseria. De todo este dolor acumulado y el estrés que me genera... ser mi propio enemigo.

¿Qué querés que diga? Me vi cediendo a ti, como si te suplicara, con mis dulces sorbos, un poco de tu inconsciencia. Un poco de tu pérdida de la noción, del tiempo, del sufrir.

Tu color bordó, como la sangre que brota de mis labios, de las heridas que las mordidas ocasionan.

Porque está mal hacerse daño, lastimar al cuerpo.

¿Pero la mente? ¿no es también malo y egoísta dañarse tanto?

Esas cicatrices que no sanan. Que solo crean una cadena.

He estado pensando demasiado, quizás ese sea mi causante de tanto dolor también.
Mi agonía se debe en extrañarle, y en odiarme por no poder sanar(me).

Mi mente es un galería que no logro interpretar, observo, solo eso, veo que las cosas están ahí, pero no puedo comprenderlas.

Me gustaría. Me encantaría poder hacerlo, y seguir adelante, mirando nuevas escenas.

Sin embargo sigo aquí, estancada en mi propia cárcel, mis miedos, aquellos que perjuraba evitar y que, sin remedio, hoy me han alcanzado.

Es tan doloroso ver tu cara, tus ojos casi cristalizados por el dolor que te ocasiona repetir esas palabras; tus cejas, enmarcando decepción y desesperación.

Me duele, sinceramente, ser la causante de un malestar, cuando el mío también soy yo misma.

No logro escapar ni descifrar mi diagnóstico.

Tengo miedo, demasiado, porque nadie puede entenderlo.
Y tenés razón, deberían de alegrarse por no hacerlo.

Día a día, tan difícil. Saber que tenés que lidiar con vos mismo, con tu forma de ser, con tu falta de autocontrol.

Sabés que herís a otros, ¿por qué no parás?

Simple.

A la primera persona a quien herí, fui yo, por eso no puedo parar, porque aún no logro sanar heridas, aunque vea las cicatrices, mi mente está tan distante, tan impulsiva.

Y sí, no debería separarme, somos uno, somos dos.

Soy yo, lo peor de todo.

¿Realmente soy esto? ¿Tristeza? ¿Desesperación?

Me decepciona, momentáneamente, no ser más que eso.

Ojalá pudieran recordar todo el dolor, todos los años, los llantos a escondidas, las heridas, las noches en que no podía cerrar los ojos, la culpa que no me dejaba dormir en paz.

Tengo pesadillas casi todos los días, que ya casi no me asustan, que se han vuelto una costumbre.

Me duele ser un problema, me afecta siempre hacer lo mismo.

Les juro que lo intento, y coexistir con tu propio problema cada vez que despiertas, ver al espejo a tu propio agresor, no saben qué se siente.

Disfrutar mínimamente cada momento, para luego, sin razones suficientes, sentir que el mundo se cae a pedazos.

Las lágrimas ya ni caen, llorar parece inútil e imposible cuando quieres hacerlo, desahogarte, sacar ese peso que llevas dentro.

Pero descubres que estás guardando todo para vos, creyendo que podes aguantarlo, que simplemente podes bancarlo y seguir así por días, por meses, y no es así.

Hoy, después de tanto, escribo. Después de unos vasos de ese líquido de la sinvergüenzada, de ese líquido carmesí que me saca de mi zona de confort para poder expresar lo que siento, pese a que no sirva de mucho, para poder quitarme la idea de la muerte de la mente, aunque sea un día, aunque parezca una solución viable pero poco práctica.

El error parece ser muy evidente, pero trato de no confiar en mis pensamientos repentinos.

¿Qué más hago ahora?

Me gustaría, saben...

Dormir una noche, sin pesadillas, con un abrazo, con alegría.

Me gustaría, aunque no lo sepan...

Tener un día, solo un día, lleno de alegría y sin amargura.

Me gustaría, aunque sea imposible...

Dejar esta conciencia, por un día, y realmente ser feliz, sin importar qué día sea.

Escupitajos desde el corazón. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora