Prólogo

17 0 0
                                    

El sol empezaba a ocultarse tras las copas de los árboles de Central Park. A esas alturas de junio el calor había obligado a dejar atrás las chaquetas de manga larga y los pantalones gruesos, para dar la bienvenida a las finas camisetas de colores, los pantalones cortos y las faldas. El olor a hierba fresca y el remanente de las últimas flores de la primavera rodeaba a todos los que a esas horas disfrutaban de las últimas horas del día en uno de los entornos más verdes y conocidos de la ciudad de Nueva York. Y entre ellos, sentados en el césped y con los ojos puestos en el cielo que compartían, había dos jóvenes adolescentes que, con las manos entrelazadas, aprovechaban las últimas horas en las que estarían juntos.

—¿Me escribirás? —preguntó la muchacha tras un largo silencio.

Él, a su lado, se limitó a apretar con suavidad la mano que agarraba, tomándose unos segundos antes de contestar a su pregunta. Había fruncido ligeramente el ceño, y acabó por mirarla de reojo antes de suspirar.

—Me duele que me preguntes eso —contestó al fin, volviendo la vista al cielo—. Claro que lo haré. Cada día.

—Seguro que haces nuevos amigos y te olvidas de mí. Incluso te echarás una nueva novia —se quejó ella, mirando entonces hacia su compañero mientras hacía un teatrero puchero.

—¿Lo dices en serio? —Él se giró para mirarla, con las cejas arqueadas en una expresión de sorpresa—. ¡Si apenas tengo amigos aquí! ¡Y si tengo novia es porque tú...! —Se mordió los labios, dejando la frase en el aire, algo que no le gustó a ella.

—¿Porque yo qué?

—Porque tú eres diferente —dijo al fin, dejando escapar el aire que retenía en sus pulmones—. Eres especial. Tú has visto en mí algo más que mi rechoncho cuerpo.

—Me gusta tu rechoncho cuerpo —se quejó ella, abrazándose a él y apoyando la cabeza sobre su pecho—. Eres blandito, y tu corazón siempre me da paz cuando lo escucho latir. Pero no es eso lo que más me gusta de ti. —Desde su posición le miró, dejando que él viera esas esmeraldas que tenía por ojos a través de sus gruesas pestañas. Él, sin darse cuenta, se sonrojó—. Me gustas porque eres tierno, divertido e inteligente. Porque nos lo pasamos bien juntos. Porque somos capaces de ver lo que hay más allá del cielo sin miedo. Y sé que cuando llegues a Los Ángeles, encontrarás nuevos amigos y una novia que te quiera tanto como yo.

—Eso es imposible. Creo que nadie nunca me ha querido como tú.

Con las mejillas sonrojadas, ambos se miraron a los ojos. Las manos que mantenían entrelazadas se apretaron un poco más la una contra la otra. Eran conscientes de que el tiempo se les escapaba entre los dedos, de que en apenas unas horas su romance se acabaría, después de dos años, y que miles de kilómetros los separarían al uno del otro.

—Seguiremos bajo el mismo cielo —susurró ella mientras se incorporaba, en busca de sus labios.

—Pero para mí no tendrá el mismo color.

Y tras susurrar eso, dejando que sus palabras rozaran los labios de su novia, de su mejor amiga, sellaron el fin de su amor con un beso, aderezado por dos gruesas y silenciosas lágrimas que se deslizaron por las mejillas de la muchacha.

Quédate conmigo 1. Amores pasadosWhere stories live. Discover now