3. Mano derecha

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Como era de suponer para un gremio como Fairy Tail, la fiesta seguía. Pese a ser altas horas de la madrugada, y haber empezado a primera hora de la tarde, la celebración no tenía pinta de que iba a acabar muy pronto y, miraras por donde miraras, las risas, las bromas y el buen ambiente llenaban el lugar.

Natsu y Dimaria se alejaron de su puesto privilegiado en la mesa de bebidas y esquivaron a una eufórica Kana que salió corriendo en cuanto vio la cantidad de vino y cerveza que todavía quedaba intacto tras ellos.

A esas alturas de la fiesta, el alcohol nublaba tanto los sentidos de los demás que pasaron bastante desapercibidos mientras cruzaban de una punta a otra del plató. Casi nadie reparó en ellos y, si lo hicieron, saludaron a Natsu con la confianza y el desinhibimiento que existió en su día, como si a su lado no estuviera una poderosa Spriggan que podía controlar el transcurso del tiempo a voluntad.

—Me pregunto quién será el primero en caer —murmuró Natsu para sí, contemplando de buen humor a todos los que los rodeaban.

De algún lugar surgía una música alegre y pegadiza que invitaba a bailar, y varios habían improvisado una pista de baile en medio de todo lo que en su momento fue el plató del rodaje. Los que más destacaban sin duda alguna eran Mira y Laxus; parecían haber nacido para robarse la atención de todo aquel que se atreviera a mirarlos.

Algo más lejos, apartados de los focos de colores y las piruetas, Erza y Jellal hablaban con Lucy y Lisanna mientras la pelirroja degustaba con auténtico placer una porción de pastel de fresa. Cerca de ellos, su hijo Simon estudiaba a los invitados acompañado de la hija de Mira, Arashi, y Silver. A sus padres no los vio por ninguna parte, pero conociendo a Juvia, no los verían en un buen rato.

—No parece que nadie sea débil al alcohol —rio Dimaria, enganchada a su brazo mientras estudiaba el panorama.

Natsu le dio la razón riendo.

—Están entrenados. O casi todos...

—¡Cuñado!

De pronto, un cuerpo menudo se estampó contra él y lo abrazó por la cintura. Dimaria, rápida en reflejos, se apartó de Natsu, pero él no tuvo tanta suerte; Mavis se aferraba a su cuerpo como una boa constrictor.

—¿Mavis? —interrogó, intentando alejarla al menos lo suficiente como para poder verle la cara.

—¡Natsu-kun! —se lamentó ella, restregando su rostro lloroso en su camisa—. ¡Mi esposo me ha abandonado!

—¿Esposo? ¿Desde cuándo...?

Natsu no entendía nada, o al menos nada de lo que decía la fundadora del gremio. En cuanto se concentró, se dio cuenta de que gran parte del olor a vino que estaba percibiendo provenía de ella.

Las piezas encajaron de golpe. La miró incrédulo.

—Mavis, ¿estás borracha?

—No. —Estaba claro que sí—. ¡Devuélveme a mi marido!

El emperador de Alvarez intentó ser paciente.

—No estáis casados, Mavis. Y Zeref no...

—¡No lo estamos porque me mató antes! —Se echó a llorar—. ¡Zeref-kun! ¿Por qué? ¡Te odio!

Natsu, entre sus brazos, suspiró resignado y le palmeó la cabeza de forma distraída. Dimaria había desaparecido de su lado de un segundo a otro, dejándolo solo con el problema y, aunque no le extrañaba aquel desenlace de acontecimientos, sí gruñó un insulto entre dientes y juró venganza, pues estaba seguro de que se había vuelto su show cómico particular desde algún lugar seguro y oculto.

¿Quién soy? - Entre bastidoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora