6. Instinto paternal

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Igneel se despertó por la intensa luz del sol que le daba en la cara y le impedía abrir los ojos. Gruñó, adormilado, y se llevó la mano a la cara para dejar de ver luz tras los párpados. Por alguna razón le dolía la espalda y el cuello, como si se hubiese dormido en una mala postura y permanecido así toda la noche. Volvió a intentar abrir los ojos y, entonces, descubrió la razón de su dolor de huesos y que sintiera un incómodo hormigueo en el brazo izquierdo. Gaby estaba prácticamente dormida sobre él y usaba su pecho de almohada mientras se aferraba a la manta que los cubría.

¿Cuándo...?

La pregunta murió en su cabeza en cuanto recordó tanto el cómo habían llegado a esa habitación como su fugaz charla con su madre. Había pensado que había sido un sueño, pero visto lo visto, estaba claro que no.

Todavía aturdido por el sueño, se preguntó de forma distraída qué hora era y si había pasado del mediodía. Tampoco es que le importara demasiado, sabía que no iban a irse sin él. Gaby se revolvió en su regazo e Igneel no pudo evitar sonreír al verla dormida y despeinada. Hacía más de un año que había asumido que estaba loco por la diminuta chica de pelo azul que tenía entre brazos y ahora no podía hacer otra cosa que no fuese admirarla en silencio.

Volvió a sonreír cuando se le cayó un mechón de pelo sobre la nariz y comenzó a hacer muecas graciosas por la molestia. Con cuidado, se lo retiró de la cara y ella abrió los ojos. Con una mirada castaña y adormilada, lo contempló un largo segundo, parpadeando despacio. Ahogó un bostezo.

—¿Igneel? —murmuró.

El chico le dedicó una sonrisa brillante y rió entre dientes.

—¿Quién más te abrazaría así?

Gaby bajó la mirada hacia los brazos que la rodeaban y, poco a poco, comenzó a ser consciente de su entorno. No se alejó de él, pero sí que dejó de taparse con la manta y estudió la habitación.

—¿Seguimos en el estudio?

Igneel asintió y aprovechó que estaba despierta para poder estirarse a gusto. Se le resintió el cuello, pero poco a poco la movilidad regresaba a su cuerpo. Gaby se puso en pie y él hizo lo mismo, sintiendo las piernas torpes y dormidas.

—Nos quedamos dormidos, al parecer —comentó, obviando la parte de la visita sorpresa de sus padres. Se acercó a la única ventana de la habitación y observó la posición del sol—. Tiene pinta de ser mediodía.

—¿No se suponía que os ibais a ir a primera hora de la mañana?

Gaby lo miraba con duda y bastante preocupación. Igneel, en cambio, se encogió de hombros y regresó hasta el sofá para hacerse con su espada; su madre le había inculcado la costumbre de llevarla a todas partes y ahora el arma era tan inseparable de él como la bufanda que le había dado su padre.

—Está claro que no, si todavía estoy aquí —rió despreocupado y se enganchó la espada al cinturón antes de recolocarse la bufanda. Como la chica todavía lo contemplaba poco convencida, añadió—: El barco es del Imperio, no se irán sin un miembro de la familia real, no te preocupes. Como mucho recibiré un regaño del consejero de mi padre.

Se dirigió hacia la salida y Gaby lo siguió, con el ceño fruncido y la desconfianza plasmada en su rostro.

—¿No decías que precisamente él era el más aterrador?

—Bueno... —Igneel torció una sonrisa insegura y sudó frío, recordando la mirada fulminante que era capaz de dar Invel—. Estando mis padres ahí se contendrá... Espero. De todas formas, ¿no te estará buscando tu padre?

Ante sus palabras, Gaby se detuvo de inmediato en medio del pasillo que estaban recorriendo. Igneel se dio la vuelta, extrañado, y la vio pálida y el doble de preocupada que antes.

¿Quién soy? - Entre bastidoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora