"I'm just dying to hear you. (Calling my name one more time)"

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Nena, no te vayas.
Me dejas aquí privado de palabras;
Tan severas y llanas
Que decían que nuestro amor
Era únicamente egoísta y penoso.

-Burn; Ray LaMontagne.

Se acostumbró a la sensación; quizá hablaba del tul suave sobre su piel o de la pérdida que llevaba confrontando desde hace un año. Su pie derecho tocó la alfombra roja, causando un breve tintineo. Un eco. El tacón reluciendo gracias a la luz de los flashes y su sonrisa haciendo acto de presencia; curvando sus labios hacía arriba y provocando los hoyuelos en sus mejillas. Sin poder evitarlo, su mente se hizo un completo caos, recordando como hace diez años, las luces por doquier, lo abatía. Acostumbrado a su pueblo pequeño, enfatizando con gente conocida y hablando sin filtros. Todo quedándose atrás, perdiendo el hilo mientras le rozaba los dedos. Pensó que quizá, todas las vueltas que había dado su vida; lo llevaba a un rumbo. Consternado por cada cambio que decidió hacer, sintiéndose orgulloso de quien era ahora.

Creía.

¿Por qué no podía sentirse lo suficientemente cómodo aquél día? ¿Por qué debía sentir pesado los párpados por su increíble insomnio? ¡Y sobre todo, ¿Por qué no podía mirar a los lados nervioso?!- Parecía paranoico, torpe, nervioso. Nadie a su alrededor parecía notarlo o eso quería pensar. Era difícil, un completo caos. Su corazón latía con furia dentro de su pecho.

Eran rumores, sólo eso.

Él estaría ahí. Había escuchado. La idea de estar nuevamente junto a él, compartiendo el mismo aire, le erizaba los cortos vellos de sus brazos. Perdiendo la cordura, navegando en recuerdos vivientes de aquél pasado dulce como la miel. Lleno de notas musicales, bailes lentos en la cocina, besos, miradas, peleas y sobretodo, lleno de amor. El amor de dos adolecentes, sintiéndose demasiado jóvenes para todos los caminos que debían recorrer. Reconociendo que, el amor era agrio. Era una mezcla. Aceptar lo dulce, significaba aceptar el mal sabor en la boca. Pero nunca pudieron. Ni quisieron.

-Estás algo perdido...- Alessandro le dijo al oído, posando a su lado. Curioso. -Quizá sean sólo malos chistes de la farándula. ¿Cómo podría estar aquí?

-Quisiera...- Sopesó las palabras que diría; su acento marcando cada sílaba. Lento. Bailando en su lengua, creando la sinfonía.-Pensar que no haya la posibilidad. ¿Sabes?

Su ser anhelaba, terco y enamorado; volver a sentir la sensación de revoloteo en su vientre, la presión en su pecho, la sensación de calidez que emergía por su torrente sanguíneo y las pequeñas flores que se creaban en pequeños patrones sobre sus mejillas. Deseaba volver a sentir amor. Por él. Sentir como su alma seguía arraigada a alguien que juró amor por siempre, quien había hecho de sus días... Felices. Fuertes. Duraderos. Amándolo con cada pequeña parte de su ser.

-Te aconsejo dejar de darle importancia, Harry.

Escuchó; perdiendo el hilo completo de la conversación. Su mirada siendo atraía por un hombre ligeramente más bajo. Traje negro, gabardina ceñida al cuerpo. Camisa de tortuga debajo, cabello desordenado. Suspiró. Sintiendo como todas las sensaciones lo golpeaban directamente, como miles de dagas clavándose una por una. Conciso. Limpio.

-Creo que tienes razón, le doy mucha importancia.- La voz no le debió temblar tanto y las piernas, por supuesto, no debieron flaquear como lo hicieron. Sintió que perdía el equilibrio y en aquél momento, odiaba sus bonitas botas de tacón. Caería. Caería por él. -¿Podría...?

-No sería buena idea, Harry.- Le cortó. -Louis tiende a ser tu destrucción.

-Me duele... Porque, también es mi construcción. Eso me hace mal. Me hace sentir enfermo.

-Está bien,- Suspiró resignado, dándose media vuelta. Caminando por la carpeta rosa, llevándolo adentro. -No hay muchas palabras que yo pueda expresar en éstos momentos. Te aprecio.

-La gente empezará a pedir fotos de nosotros juntos. Será inevitable no estar cerca de él hoy, ¿Estás al tanto?

-¿Por qué presiento que estás emocionado?

No contestó a su pregunta, sólo estiró su mano hacía la barra de bebidas. Agarrando una copa de champaña, bebiendo. Su garganta quemando y su pecho revoloteando, gritando. Exigiendo. Quería acallar la sensación, sentirse casual y poder acercarse sin sentir que su mundo caería. No podía. Nunca. ¿Por qué? ¿Por qué su corazón no lo eliminaba? ¿Era tan difícil imaginar que nada había sucedido? ¿Fácil de olvidar?

La mirada le ardió, lágrimas saladas amenazando con escaparse. Patético.

-Si me permites, iré a los lavados. Siento que la tela me está ocasionando picazón.

Alejándose, se perdió de la vista de todos; entrando a los baños que habían en el lugar. Cerró la puerta, pasando las manos con persistencia sobre su rostro. No lloraría. No lo volvería hacer. ¿Qué sentido tendría hacerlo? No lo recuperaría. No volvería. Tenía veintiséis años ahora, ya no podría seguir jugando a ser un adolescente torpe y enamorado. Por el bien propio. De ambos.

-Oh, pensé que...- Unos pasos se hicieron presentes desde un cubículo. Tembló. La boca se le secó y la piel se le erizó. -¿Estás bien?

Tomó la perilla en sus manos, intentando abrirla; fallando rotundamente. Los dedos le temblaban y la mirada se le cristalizó de inmediato. Debía alejarse. Huir. Pero, ¿Por qué quería quedarse? ¿Por qué deseaba que aquellos labios delgados dijeran su nombre por una última vez? Debía estar alucinando. Perdiéndose en una ensoñación falsa, una imagen irreal creada por la soledad de su alma. La necesidad de volver a escucharlo.

-No te vayas.

Se detuvo, el tiempo pareció hacer lo mismo. Sus manos se quedaron quietas sobre la perilla, las lágrimas resbalando por sus mejillas y su cabeza teniendo un breve eco. No te vayas. ¿Cuál era la razón de aquella tortura? ¿Estaba perdido en una de sus infinitas borracheras? ¿Por qué todo se sentía tan real? ¿Por qué la mano sobre su brazo, le ocasionó un escalofrío?

-¿Qué quieres de mí?- Preguntó. Las palabras saliendo lentamente de su garganta, de su pecho. Temiendo destruir aquella nube en la que se encontraba.

-¿Podrías mirarme?- Rogó. La súplica acentuando su acento. Lo extrañaba. -¿Podrías hacerlo, Harry?

Se giró lentamente, tropezando. Cerró los ojos, se pegó a la puerta. Se negaba a mirarlo. Deseaba no verse tan vulnerable, tan pequeño e insignificante bajo aquella mirada azulada que posiblemente le estaban dando. Podía sentirla. Sentir aquella picazón en su piel por esos ojos que lo escudriñan, alegando en silencio por una respuesta a todo. ¿Cuál era? El silencio se convirtió en incómodo. No había nada que decir. Lo habían dicho todo, nada a su vez.

-No te vayas.- Repitió, Louis. Acercándose. Podía escucharlo. Era realmente perturbador saber que podía tener ese poder sobre el contrario. -Soy un puto perdedor resentido. Mírame.

Lo hizo.

Abrió lentamente sus ojos, acostumbrándose a la luz que había perdido por cuestión de segundos. Fijándose sobre aquella figura al frente de sí mismo. Su mente gritó y sus piernas flaquearon una vez más, amenazando con caerse sobre el asfalto. De fallar. Louis estaba igual. Parecía un recuerdo borroso de años atrás, muy irreal. Lo miraba con preocupación bañada en esa profundidad del océano, sus labios fruncidos en una línea recta y sus cejas delatando la necesidad de hablar. Podía sentirlo. Escuchar pensamientos ajenos sobre su mente, ahogándose en el intento. Eran muchas palabras. Golpeándose una con otra para poder salir. Sin titubear.

-¿Qué quieres?

-Di mi nombre, Harry.

-¿Por qué debería hacerlo?- Limpió con rapidez las lágrimas en su mirada, restregando sobre su piel. Dejándola roja y suavemente irritada. -¿Por qué debería complacer tus necesidades? No son de mi incumbencia.

-¿No es claro que cuando estoy cerca de ti me muero por escucharte decir mi nombre otra vez?

© Irislof & Dolceilo.

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⏰ Última actualización: Aug 21, 2021 ⏰

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