La venganza se sirve frio

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Desde que entre a este sucio y mal oliente bar había preocurado ser cuidadosa de no mandar señales equivocada a nadie más que a quien estaba sentado justo frente a mí para no meterme en un problema innecesario.

Después de quince minutos de coqueteó descarado y tres vasos de whisky Teo decidió que era momento de acercarse a mí y yo lo recibí con una gran sonrisa.

-Es difícil no notarte en la multitud- dijo el, su voz era más suave de lo que imaginaba y se veía incluso más bello en persona que en las fotos.

Era alto, a lo mejor me sacaba una cabeza, tenia los ojos oscuros y el pelo castaño. Parecía ser alguien que pasaba muchas horas en el gimnasio y se preocupaba mucho de su imagen. Recordaba haber leído en el informe que era alguien vanidoso, eso podría explicar muchísimas cosas y lamentablemente era algo a su favor porque le daba una confianza que no muchos tenían.

-¿A si? ¿Y porque?- pregunté girandome para quedar sentada justo frente a él, que me observaba con una sonrisa.

-Porque eres hermosa- respondió  acercándose un poco a mí y pude sentir el olor a alcohol desde la distancia que teníamos, yo reí ante su respuesta.

-seguro que se lo dices a todas- dije entre risas, el sonrió aún más y negó con la cabeza.

-No, solo a las que lo merecen-

Me paré de la silla del bar, gracias a mis tacones, no se notó tanto la diferencia de altura, me acerque a el haciendo que nuestros labios se rosarozaran, el llevo sus manos a mi cintura e intentó cerrar nuestra distancia por completo pero yo me eche para atrás impidiéndole besarme.

-¿Que dices si nos vamos a otro lugar más... Privado?- le propuse mientras alternaba mi vistas de sus ojos a sus labios.

-Creo que nunca esa propuesta me hizo tan feliz- le tome la mano y lo lleve fuera del bar.

Tomamos un taxi que estaba en la zona, seguramente esperando a que algún borracho se decidiera por ir a casa. Le di la dirección del lugar, durante el viaje ninguno de los dos dijo nada tampoco hizo falta porque no tomo más de cinco minutos en llegar.

Fuimos a una motel llamado Setich. Al llegar al lugar le pedí a Verónica, la recepcionista que me diera la habitación X, él me miró sorprendido y Verónica rápidamente nos guío a la habitación.

-¿Vienes seguido por aquí?- pregunto el mientras miraba cada parte de la habitación -Ni si quiera sabía que este lugar existía-

-Si, no todo el mundo sabe sobre este lugar- respondí mientras me dirigía a el minibar que había en una esquina y sacaba el champán y lo servía en ambas copas, sin que se diera cuenta deje caer una pastillita en su copa, espere a que se desintegrara y se mezclará con la bebida.

-Un brindis- le dije dándole su vaso -Por nuestra encuentro inesperado, celebremos esta noche como si fuera la última-

-No tengo duda de que así será- dijo antes de chocar su vaso con el mío y beber todo el champán de una vez, sonreí a la vez que imite su acción.

Después tomé el vaso de su mano y lo deje sobre la mesa.

-Cuentame darling- le dije mientras de la mano lo hacía sentarse en la cama que había en la habitación -¿Dejarías que una mujer te domine?- mis dedos hicieron un camino suave hasta llegar a su cuello y lo presione con suavidad.

-Si eres tú- dijo mientras sus manos subían de mis piernas hasta mi trasero y ahí dejo un suave apreton -dejaria hasta que me esclavices-

-Me alegra oír eso- dije alejándome un poco de el - entonces me gustaría jugar a un juego, pero primero tienes que quitarte la ropa- El lo hizo, no pregunto o comento absolutamente nada, solamente siguió mi orden sin rechistar. Cuando se quedó en ropa interior me observó, esperando a ver qué seguía. -sientate en la cama-

El obedeció rápidamente, me acerque a donde el estaba y até sus manos a las cuerdas que estaban en la cabecera de la cama, haciendo así que él se quedará sentado con las manos extendidas y atadas en cada extremo de esta. Sonreí al ver esa imagen.

En una radio que había a lo lejos puse algo de música, una canción lenta y sensual. Me pare justo frente a él y comencé a bailar al ritmo de la música mientras que a la vez me iba quitando la ropa, vi como en sus labios se formaba una sonrisa.

Quería reírme de lo ingenuo que fue, pero simplemente decidí disfrutar el momento.

Cuando mi falda cayo al piso al igual que mi blusa, quedé en una ropa interior negra de encaje. Su sonrisa se amplió aún más al verme semi desnuda; como un animal lo haría antes de devorar a su presa.

Me senté ahorcajadas encima de él y mi mano fue a parar en su miembro por encima de su bóxer, estaba duro. Los hombres a veces se exitaban de una forma tan fácil que era hasta divertido.

Mis labios se volvieron a acercar a los suyos y lo bese, una de mis manos fue hasta la parte encima de la cabezera de la cama y tome la pequeña daga de encima de esta.

Sin apartar mis labios de el incruste el cuchillo en su abdomen, inmediatamente él intento alejarse de mí pero antes de lograrlo mis dientes atraparon su labio inferior, al alejarse quedó un rastro de sangre ahí. Él miro al lugar donde estaba mi mano sosteniendo la daga, que ahora estaba del todo dentro de su cuerpo. Volvió a mirarme, su mirada había pasado de satisfacción a terror en cuestión de una apuñalada. Sus ojos se abrieron tanto que hasta pensé que con la punta de la daga podría sacárselos y ponerlos en un frasco.

-¿Qu-que estás haciendo?- en su voz podía notar el dolor, confusion y terror.

-¿Que? Estoy jugando- le dije mientras volvía a sacar la daga del lugar para pasar suavemente la punta de la daga por su estómago y pecho, la sangre comenzó a caer como si de una cascada se tratara bañandonos a ambos en ella, entonces volví a incrustarsela en un lugar distinto.

Está vez grito. Oh eso es música para mis oídos.

-¡Tu maldita zorra!- gritó a lo que solamente me encogí de hombros.

-Oh, pero si querías jugar conmigo- le recordé, antes de volver a incrustar la daga -vamos juguemos un poquito mas ¿Si?-

Ya no deje que hablará más asique mis labios volvieron a buscar su boca y aunque intento alejarse no lo permití. En ese momento lo único que se podía oír era su sufrimiento y mis gemidos. Comencé a mover mis caderas encima de él a medida que le acuchillé, una y otra y otra vez.

Y no me detuve hasta que se calló por completo y su cuerpo dejo de sostenerse por sí solo. Cuando confirme que estaba muerto, saque de mi sujetador un pequeño vibrador en forma de una pequeña bala roja.

Con la adrenalina en mi sistema, sus gritos aún en mi cabeza, mi cuerpo bañado en su sangre y el vibrador en mi entrepiernas, llegue a uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Observé el cuerpo de la persona junto a mí una última vez antes de acostarme a su lado.

-Te advertí que sería tu última noche- murmuré antes de cerrar los ojos y quedarme profundamente dormida.

Estigma®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora