Les vio llegar desde el otro lado de la calle, y venía a ver si podía ayudar en algo, porque le pareció que estaban un poco agobiados, para usar su expresión.
Mientras Louis mantenía al niño contra su hombro, Crandall se acercó, miró el bulto del cuello de Gage y extendió una mano maciza y deforme. Rachel abrió la boca para protestar -parecía una mano muy torpe y era casi tan grande como la cabeza de Gage-, pero antes de que ella pudiera articular palabra, los dedos del anciano habían hecho un movimiento certero, con tanta agilidad y precisión como los de un malabarista que hiciera pasear las cartas sobre los nudillos o escamoteara una moneda. Y ya estaba el aguijón en la palma de la mano.
-Es grande -comentó-. No diré yo de campeonato, pero muy desarrollado.
Louis se echó a reír.
Crandall le miró con su sonrisa torcida y dijo:
-Como una buena verga, ¿verdad?
-¿Qué dice, mamá? -preguntó Eileen con extrañeza, y también Rachel soltó la carcajada.
Era una falta de educación, desde luego, pero, en cierto modo, no estaba fuera de lugar.
Crandall sacó un paquete de Chesterfield Kings, se puso uno en la comisura de sus labios, surcados de arruguitas verticales, y movió la cabeza, complacido, mientras ellos se reían -hasta Gage hacía gorgoritos, a pesar de la picadura- y encendió una cerilla de madera con la uña del pulgar. Los viejos tienen sus trucos -pensó Louis-. Son trucos pequeños, pero, algunos, muy buenos.
Dejó de reír y extendió una mano, la que no sostenía el trasero de Gage: el húmedo trasero de Gage.
-Celebro conocerlo, señor...
-Jud Crandall -dijo el otro estrechándole la mano-.
Es usted el médico ¿no?
-Louis Creed. Rachel, mi esposa, mi hija, Ellie, y el del aguijón, Gage.
-Encantado de conocerles a todos.
-Perdóneme, perdónenos por habernos reído. Es que... estamos un poco cansados.
Volvió a entrarle la risa: la expresión no podía ser más floja. Él estaba reventado.
Crandall movió la cabeza.
-Es natural -dijo. Miró a Rachel-. ¿Quiere entrar un momento con los niños, señora Creed? Le pondremos al pequeño una compresa de levadura para refrescar la inflamación. Mi esposa se alegrará de poder saludarla. Casi no sale de casa. Desde hace un par de años la artritis le da muchas molestias.
Rachel miró a Louis y él asintió.
-Muy amable, Mr. Crandall.
-Oh, atiendo por Jud -dijo el hombre.
De pronto, sonó un fuerte bocinazo, un motor aminorando revoluciones y en el camino interior que conducía a la casa apareció, bamboleándose, el camión azul de las mudanzas.
-¡Santo Dios! -exclamó Louis-. Y las llaves que no aparecen.
-No se apure -dijo Crandall-. Yo tengo un juego. Me lo dieron los Cleveland, el matrimonio que vivía antes aquí. Oh, hace ya mucho tiempo, por lo menos 14 o 15 años. Tuvieron la casa muchos años. Joan Cleveland era la mejor amiga de mi mujer. Murió hace 2 años y Bill se mudó a un apartamento de una comunidad de ancianos de Orrington. Ahora mismo se las traigo. Al fin y al cabo, son suyas.
-Es muy amable, Mr. Crandall -dijo Rachel con sincero agradecimiento.
-No tiene importancia. Nos alegra mucho tener cerca a gente joven. Pero vigile a los niños, Mrs. Creed. Pasan muchos camiones por esa carretera.
Se oyeron chasquidos de puertas y los hombres de la mudanza que habían saltado del camión se acercaban a ellos.
Ellie se había alejado un trecho y dijo entonces:
-¿Qué es eso, papá?
Louis, que ya iba al encuentro de los hombres, volvió la cabeza. Al extremo del prado, donde empezaba los matorrales, se habría un sendero de 1 metro de ancho, muy bien recortado, que subía por la ladera, sorteando unos arbustos y se perdía de vista tras un bosquecillo de abedules.
-Es un camino -dijo Louis.
-Ah, sí -sonrió Crandall-. Algún día te diré adónde lleva ese camino, jovencita. ¿Ahora quieres que curemos a tu hermano?
-Sí -dijo Ellie, y añadió, ilusionada-: ¿Pica la levadura?
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CEMENTERIO DE ANIMALES
HorrorChurch estaba allí otra vez, como Louis Creed temía y deseaba. Porque su hijita Ellie le había encomendamo que cuidara del gato, y Church había muerto atropellado. Louis lo había comprobado: el gato estaba muerto, incluso lo sabía enterrado más allá...