Filadelfia

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La ciudad que nos acogió fue Filadelfia, o al menos ese es mi principal y más potente recuerdo de mi marcha de Inglaterra hacia Estados Unidos. Mis padres habían logrado amasar una gran fortuna a lo largo de su vida, pero no eran capaces de mantener un nivel de vida que les impidiera derrochar a gusto del consumidor, por ello aquella idea del 'sueño americano' que comenzaba a llegar a los oídos de los habitantes europeos sonó como música celestial en mi familia, y partimos hace cinco años hacia Filadelfia.

Esta historia que quiero contar transcurre en 1928, hace exactamente un año. Mis padres poco a poco iban cayendo en la idea de que el problema de su economía no era el país en el que residían, sino ellos, cuando al vivir en América los malgastos continuaron y, con ello, el exagerado estatus social de mi familia iba desplomándose. Ello no los motivaba a seguir desperdiciando el dinero, claro está, pero iban desapareciendo del mapa para las familias más adineradas del país, y los Banks nunca dejamos que nuestro honor se mancille, eso dice mi padre.

Yo soy de otra pasta, muchas veces lo he pensado. En ocasiones mis padres han puesto en duda que yo fuera un Banks. Al fin y al cabo estoy menos atado a los tejemanejes sociales que envuelven a mis progenitores, o al menos esa es mi sensación. Al iniciar el período estival de aquel año, el poder de una mente perversa dominó los corazones de mi familia, decidiendo engañar de forma continuada a otra familia para aprovecharse de su patrimonio, y en ese plan me encontraba yo.

Sin pretenderlo, por supuesto. Mis padres solo querían mantener su cómoda vida, heredada de años de esfuerzo y que ahora veían caer en un abismo. Encontraron a los Hickenlodge, una familia verdaderamente rica, no como los denominados 'falsos ricos' que iban acechando a la nación de la libertad. Así es como tomaron la decisión de hacer que su único hijo, yo, contrajera matrimonio con la que era la mayor de sus hijos, una mujer de mi edad denominada Susan.

No acostumbraba a rebelarme ante mis padres, pero en algunas ocasiones se hacía difícil sobrellevar la situación de ver cómo ellos dirigían mi vida. Supongo que, mi corta experiencia de vida me lleva a actuar de forma más independiente, pero no quería estar casado con una persona a la que, en verdad, ni siquiera conocía. Para colmo, mi familia había engañado a los Hickenlodge, fingiendo gozar de un elevadísimo patrimonio. Era evidente que, de no ser así, estos no habrían aceptado que su hija contrajera nupcias conmigo.

En pocos días se iba a celebrar algo así como una cena de encuentro. Ambas familias iban a reunirse en nuestro hogar, para poder poner cara a los nuevos integrantes de sus determinadas familias. Esto suponía un problema enorme para mí, que de por sí no veía con buenos ojos la decisión de mis padres sobre mi vida sentimental. No estaba en condiciones de mostrar un ápice de intención de que aquella cena saliera bien, porque no quería que saliera bien. Me negaba a pagar con mi futuro el presente de mis padres.

Aquella noche, la noche en la que me contaron sus planes, no pude conciliar el sueño. Me veía inhabilitado para poder dormir, y es que tras apenas dieciocho años de vida que había presenciado en este mundo no quería condenar lo que me quedara. A veces pienso que debí haber aceptado la propuesta de mis padres de forma tajante, que no merecía la pena luchar por una concepción tan abstracta y poco clara de la independencia, atándola a esa libertad de amar a quien me propusiera que yo mismo decidí atar a esa lucha. En realidad más que lucha era una necesidad de demostrar que puedo pensar de manera propia, o al menos eso he creído con el paso del tiempo. Este año ha sido verdaderamente difícil.

Otras veces creo que hice bien. Al fin y al cabo qué somos si no nos rebelamos ante las injusticias. ¿Era necesario tanto dolor como el que he pasado este año desde que aquella historia llegó a mi vida? Tal vez no, pero era necesario no caer en las manos frías de mis padres ejerciendo su poder e influencia sobre mi.

El insomnio de aquella noche se debía a ese conflicto interno entre dos facciones de mi interior: aquella que me empujaba a liberarme de las cuerdas de la opresión familiar; y aquella otra que sabía que no podría hacer nada y que, solo con el paso del tiempo, aquella situación se podría arreglar. Me encontraba en mi cama, contemplando el blanquecino techo de mi habitación, rodeada por paredes de madera clara y adornada con un escritorio de un color más oscuro, donde me desahogaba escribiendo esas historias que tanto me gustaba imaginar y escribir. Tenía una gran imaginación. Echo de menos aquel escritorio.

No era excesivamente común en mi inquietarme como lo hice aquella noche, al menos hasta el punto de no poder dormir no. Mis pensamientos claramente no se encontraban en su sitio, y resultaba una tarea arduo complicada decidir obviar todo el cúmulo de información al que me vi sometido a lo largo de ese día, aunque aún me esperaba lo más gordo.

Avisté a través de la ventana por la que se accedía desde mi habitación a las vistas de la calle. La noche afuera era preciosa, no como aquí dentro. El cielo estaba lleno de estrellas, algo que yo nunca encontré especialmente bello hasta aquella noche, en la que aquella imagen que yo tan solo consideraba 'un manto azul marino oscuro lleno de puntitos blancos brillantes' pasaba a gozar de una estética maravillosa, tal vez por el contraste con las emociones que se encontraban en mi interior. Desde mi ventana se veía una estampa también bonita, y que me remitía a mi infancia: un parque.

Ese parque no era, evidentemente, el de mis juegos y diversiones de mi infancia, aquella que yo pasé en Inglaterra, pero me recordaba a él. La belleza de esos árboles verdes y la imagen coloreada de ese mismo color que adornaba una especie de fotografía muy característica. Dentro de aquel parque había un banco de madera. Debí pensar que, tal vez, acercarme allí me diera una imagen más nítida sobre cómo iba a ser mi futuro y darme un mayor margen emocional para poder aclarar mis ideas. Al momento me encontraba cerrando la puerta de mi casa por la que se accedía a la calle, para sentarme en aquel banco.

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