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Llevaba más de seis meses en ese instituto, se sentía feliz, se sentía bien consigo mismo, había encontrado la calma después de la tormenta en la que se convertía la fama, el bullicio de gritos de alabanza eran diferentes a los adorables chillidos de admiración de sus pupilos cada vez que le veían, escuchaban su voz o sólo sentían su presencia.
Su mejor amigo, Taehyung, había entrado junto a él, dando su servicio gratuito porque había quedado encantado con los niños que correteaban alrededor de su aura carismática. Y en esos meses, encontró el amor en la adorable Byulyi, trabajaba ahí como profesora, carecía de su sentido visual, no en su totalidad pero ella y ante todo pronóstico, había cavado profundamente en su pecho, instalándose en su corazón.
Había dejado a Taehyung sin opciones.
Así como, Kim Namjoon, su aprendiz, de una hermosa sonrisa y pocitos en aquellas gordas mejillas. Era sublime tan solo verle y escucharle hablar con sabiduría, como si su cuerpo no fuese de un joven de diecisiete años si no de un anciano con siglos de experiencia. Su amor por el niño iba creciendo a pasos agigantados, sus sonrisas calaban hasta su alma y aferraban a ella como si no hubiese un mañana. Yoongi no podía evitar desear los labios gruesos y carnosos del muchacho, mucho menos ansiar abrazos y suaves caricias en su cabello, sentir las tersas manos de Joon sobre él haciéndole caer un poco más en ese peligroso foso al que todos llamaban amor.
Hace un tiempo atrás, cuando apenas pasaba sus veinte años, creía haberse enamorado, pero esa persona pisoteo su amor, quizás había sido real lo que sus palabras significaban, pero en ese entonces aquellas frías palabras dolieron con intensidad, quemando con fervor algo en su pecho, tanto que su carrera casi se vio en la ruina, faltando a la academia en la que asistía y a los restaurantes y bailes de gala en donde lo contrataban. Se recuperó, lo hizo, sin embargo desde esa desdicha amorosa el no quiso volver a amar.
"El amor es inevitable, amigo mío" le había dicho Taehyung, mientras él veía a Byul abrazar con cariño al niño más pequeño de su clase. "Es demasiado fuerte para combatir contra él. Déjate llevar".
Esa noche, bajo la tenue luz de la luna asomándose por su cortina abierta, pensó. Pensó en lo verdaderas que eran sus palabras, en lo poderoso que era el amor. Te daba feliz así mismo, como te causaba dolor.
Pero, Namjoon, ah, Namjoon, él era la excepción a cada una de las reglas. Su razón se perdía al momento en que sus ojos tenían contacto con aquella sonrisa.
"Hyung..." llamó Namjoon al mayor, aún sentado frente al piano, sonriendo tímidamente, con un precioso sonrojo en sus mejillas, la piel suave de su rostro brillando ante la luz del sol sobre ella. Parecía casi, como una ilusión de su cabeza, creando la imagen de un ángel, el ángel que veía más alla de su ser, que amaba por quién era y no por como se veía. Y no dudaba en que, si Kim Namjoon pudiese ver el mundo, lo único que haría es observar y luego ayudarlo a ser uno mejor. "Yo quería..., yo quería tocarle una canción" susurró con vergüenza, temiendo decepcionar al hombre que admiraba, y que aunque se negara profundamente, amaba.
