Capítulo 1

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Camino por los pasillos de la universidad, esquivando la avalancha de estudiantes que se dirigen a sus aulas de manera apresurada. Faltan veinte minutos para que empiecen las clases y ya me quiero ir. Suelto un suspiro y sigo caminando. Con este dolor de cabeza no creo que preste mucha atención en clases y, para colmo, me toca Historia universal, la materia que me ha dado más bostezos y sueño que ninguna otra.

Camino y aseguro la tira de mi mochila cuando un grupo de chicos se encuentran conmigo y golpean el costado de mi cuerpo, mientras se van sin disculparse. ¿Qué se creen? Está bien que soy petisa y mida un poco más de un metro sesenta y cuatro, pero tampoco soy una hormiga para que me aplasten y no les importe.

Suelto un suspiro cansado por lo sucedido y el dolor de cabeza incrementa. Estas son las consecuencias de salir con Carla en días de clases. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurre ir de fiesta un miércoles por la noche? Claramente a Carla porque no es normal, ya se lo dije varias veces.

Con Carla nos hicimos mejores amigas en la primaria cuando, el primer día de clases, dijo unos de sus chistes y la única en reírse y entenderlo fui yo. Carla tiene un humor especial, raro, por lo que algunos se lo pueden tomar mal y sentirse identificados o agredidos. En eso somos parecidas por eso la entiendo y nos llevamos tan bien.

Desde ese día nos hicimos inseparables y pasábamos todas las tardes en mi casa haciendo locuras y divirtiéndonos lo más que podíamos.

La verdad es que somos muy distintas, lo contrario a la otra. Mientras que ella tiene el pelo castaño oscuro con unos rulos naturales hermosos, yo tengo el pelo largo de un rubio cobrizo. Carla es alta y con unos ojos almendrados de color marrón, yo no soy tan alta y con ojos pardos, es un color entre el verde y el marrón y según varios factores como la iluminación, las emociones o el clima se puede apreciar más un color que el otro.

Carla dice que es mi amiga porque mis ojos, que cambian un poco de color dependiendo la luz o el clima, son tan raros como ella. Mi mejor amiga es extrovertida y yo un poco más tímida, hasta que entro en confianza con las demás personas.

Como se puede ver, somos muy distintas pero nos complementamos, somos como hermanas separadas al nacer y ninguna sabe qué haría sin la otra.

Al terminar la preparatoria, nos inscribimos en la misma universidad para no alejarnos y que nuestra amistad dure por mucho tiempo más. Ahora, con veinte años, ambas estamos en nuestro tercer año de nuestras carreras en Oregon State University (OSU) de Portland, Oregon. Ella en la carrera de administración de empresas y yo en Ingeniería Química.

No voy a mentir, mi carrera es pesada, pero con tiempo y estudio se puede aprobar y sacarla adelante, pero a veces cuesta, como todas las carreras, y hay que tratar de no estresarse y ponerse mal porque eso lo empeora.

Doblo a la derecha y por fin diviso la puerta del aula que me corresponde. Me acerco y espero por mi loca mejor amiga que debe estar peor que yo con la resaca.

La fiesta a la que fuimos estuvo bien, hace mucho no me divertía tanto. Lo único mal de la noche es que nos pasamos un poco de tragos y algunas cosas no me acuerdo y lo que provoca también este horrible dolor de cabeza. No era la intención, pero la situación lo ameritaba.

No soy de tomar hasta no saber quién soy pero, en medio de la fiesta, me llegó un mensaje de mi padre diciendo que tiene algo que decirme por lo que en estos días nos tenemos que ver, así, tal cual era el mensaje.

Mis padres se separaron cuando tenía doce años, por lo que mi padre se fue de la casa y, al ser gerente de una gran empresa, se hizo cargo de la sede central en Nueva York y desde ese día no lo volví a ver.

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