1. Hola, soy España, encantado

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Creo que no necesito presentación si sabes de qué estoy hablando cuando digo que soy España. No pienso explicarlo todo. Soy España, también conocido como Antonio Fernández Carriedo, y estoy aquí simplemente por que necesitaba contar esto

Hace poco, tuve un problema con Romano (alias Lovino Vargas). Básicamente, una discusión, por mi culpa. Y ahora me odia por lo que le he hecho... Pero, de alguna manera, ha sido tan dulce y tan cruel a la vez... No pude evitarlo, el amor la mayoría de las veces incluye deseo en él, sobretodo en mi caso, puesto que yo siempre he sido muy pasional...

Vale, voy a explicar esto, por que estoy seguro que no estás entendiendo nada de lo que estoy diciendo. Lo que pasó es que cometí un error. Un gran error. Confundí amor con deseo y le dí a Lovi una sensación equivocada. Si queréis saber los detalles...

Hacía ya un tiempo que me gustaba Romano. Me gustaba y le quería, aunque nunca fuera correspondido. Yo le abrazaba y él pataleaba. Por las mañanas, me despertaba gritando y saltando encima de mí, exigiendo un desayuno. A pesar de todas las trastadas que hacía, me era imposible enfadarme con él, así que simplemente le cogía y le daba un abrazo, del que rápidamente se soltaba y corría a su habitación. Aunque no me lo dijera, aunque me insultara todo el rato y me acusara de las cosas más ridículas, yo sabía que él era feliz viviendo así. Le gustaba tanto como a mí, despertarse y tener a alguien que le hiciera el desayuno, tener su cuarto siempre limpio y recibir un abrazo en vez de un castigo cuando rompía algo. De alguna manera, se sentía amado.

Sin embargo, poco a poco, como he dicho antes, confundí el amor con el deseo. Cada vez le miraba más, mientras la tentación se abría paso en mi propio cuerpo. Aún así, yo no quería hacerle daño. Y además, casi se podría decir que él era aún un niño. Aún así, me gustaba entrar a su habitación para observale cambiarse de ropa, o le pedía que nos bañáramos juntos, algo no muy común, pero que el aceptaba refunfuñando.

La primera vez que me pilló mirándole mientras se cambiaba, soltó una retahíla de los peores insultos que se le ocurrieron, pero no pareció molestarle el hecho de que yo estaba allí mientras terminaba de ponerse la ropa. Seguí haciéndolo, y los insultos fueron disminuyendo a medida que Romano se iba acostumbrando a que le mirara. 

Sin embargo, yo no tuve suficiente con eso. Empecé a usar el mismo sistema para tocarle, aunque fuera un poco, disimuladamente. Aún así, él no tardó en darse cuenta, y empezó a evitarme, todavía más de lo que ya lo hacía. Ya no me insultaba ni saltaba encima de mí, de hecho... Incluso me tenía algo de miedo. Hacía lo que le ordenaba, o casi todo, y ya no refunfuñaba cuando le abrazaba. Así, poco a poco, en esos cariñosos abrazos, mis manos se deslizaban bajo su ropa, y él se estremecía.

Para ser sincero, me gustaba tocarle, sentir la suavidad de su piel, el olor de su cabello... Se fue convirtiendo en costumbre también, al igual que mirarle cuando se quitaba la ropa. Era una cruel costumbre de la que él, extrañamente, no se quejaba, así que yo continué. Me fui propasando un poco más cada vez, hasta que ya no pude aguantar más y le dije que esa noche dormiría conmigo. No dijo nada, lo cual me sorprendió y me alegró al mismo tiempo.

Poco después, dormir juntos también se convirtió en costumbre. Todas las noches, a no ser que yo estuviera muy cansado, nos acostábamos, dormíamos juntos, yacíamos, teníamos sexo o comoquiera que lo quieras llamar. Sin embargo, yo aún le quería mucho, simplemente no era capaz de darme cuenta de que me estaba pasando. Ni siquiera le había dado un beso en condiciones, de esos en los que la pareja realmente se quiere, y se esfuerzan en transmitirsélo a la otra persona.

Sin embargo, pronto me dí cuenta de algo: Después de un tiempo de hacerlo cada noche, Romano aún lloraba como si fuera la primera vez. Pensé que quizás lo estaba haciendo demasiado fuerte y le dolía, así que intenté ser más suave, pero él seguía llorando, sin sollozos, silenciosamente. Un par de transparentes y saladas lágrimas que escapaban de sus ojos y rodaban por sus mejllas hasta desaparecer en el lío de sábanas y pasión. Eso era todo. No sabía qué hacer al respecto, casi tenía miedo de preguntar, así que no hice nada.

Hasta hace pocos días. Por la noche, justo después de tener sexo como de costumbre, se lo pregunté. Le pregunté por qué siempre lloraba cuando lo hacíamos, si era que le dolía o qué pasaba. Él se quedó callado por un momento, antes de contestarme, apartándome de un empujón y casi tirándome de la cama.

-¡Por que no quiero hacerlo, imbécil! ¡Me tratas como si fuera tu juguete, no te importa una mierda cómo me siento yo o las consecuencias que puedan tener tus actos! ¡Eres un pervertido asqueroso, un imbécil de mierda, un idiota egoísta que sólo se preocupa por sí mismo!- gritó antes de echarse a llorar. Era el llanto más desconsolado que yo había oído en mi vida.

Me lo quedé mirando sorprendido mientras se tapaba con las mantas y lloraba en sus rodillas. Entonces, me acerqué lentamente, y extendí una mano vacilante para abrazarle y consolarle, a lo que él repondió con otro empujón y la mirada más odiosa que pudo dirigime con sus ojos verdosos.

-Te odio

Lo dijó en voz baja, casi susurrando, no gritando como de costumbre. Ya me lo había dicho otras veces, pero nunca como esta. Esta vez lo decía en serio. Entonces se levantó, cogió su ropa y salió de mi habitación sin decir nada, mientras yo le observaba con cara de pasmo. No me ha vuelto a dirigir la palabra en los últimos días, ni yo a él tampoco. No quiero molestarle, ni hacerle más daño del que ya le he hecho.

Le echo mucho de menos.

Odio amarte tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora